Chile no es una nube cósmica, tampoco una sociedad elíptica sino que una barriada de cemento y de caballos nacidos para ganar clásicos. El atabal de todo no es el concierto de letras que deseo componer en el texto, eso lo digo con honestidad, sino que busco amedrentar el temor de una patria que adoro tanto.
Pisar la losa del aeropuerto es como caminar sobre un vericueto de mil promesas y un “cresta que te quiero”. Luli, la mujer que visité, no sabía que llegaba a Chile. Fue mi amante antigua, obvio, la mujer que odia la sujeción de la carne pero vive de recuerdos. El encuentro fue como el atalaya de una noche de sexo. Se puede pensar que incursionamos la carne y todos sus poros: francamente de eso no hablaré.
Salir de todo el ajetreo y de tabulas raras que se vive en un aeropuerto uno llega a sentirse hasta alquimista de las maletas. Encontrarse de nuevo en Santiago es como repasar los escritos de Alberto Magno, de Rogerio Bacon y de escuchar las mentiras de las viejas hechiceras a “luca la leída de manos”.
Luli me lo dijo en la calle San Diego: “ Godosky, tu viejo arrabal parece calle de convalecencia para las baratas”. Sonreí. Usé el derecho de no responder. En fin de cuentas tan mal no estábamos: al menos el extrarradio, me dije, sirve para curar algo.
Luli me mostró las dos caras de un Chile nuevo: Por las Condes la altivez de una población derrochadora de platas: al otro lado la soberbia de un plato de porotos a 900 pesos.
El rosario de Luli lo conocen todos: orgullosa y monumental toda su vida. En el par de noches que pasé por su casa, me hospedó en una habitación para vírgenes. Un aposento de mil estrellas y un beso con babas. Es la edad, le dije: los besos suelen ser babosos, pero nunca tan mojados. Beso a la cazuela, me dijo. Fue el sagrario de una noche que no se puede narrar. No es ocultismo, tampoco es la trasmutación de la carne, sino que los ojos se ven claros, mucho más claros de antes; bueno, todos entienden que los ojos no son idénticos con los de un patas negras o de las patas depiladas.
Chile, presbiterio de lucas y más lucas. Todo se volvió magia. Estoy en Suiza, he vuelto, pero sigo en la peana de una sociedad de las galaxias… sigo emborrachado de la química y de las doctrinas ocultas. Todo es aprovechable, obvio, todo se puede usar para escribir un texto: unos lo escriben con enojos, otros con resentimientos sociales, otros con consignas añejas y los relajados, nos gustamos un fresco vaso de champagne para saquear la mente del lector.
Vivimos sin celeridad, mejor dicho, los que vamos y volvimos por todos lados del planeta no somos atareados ni tampoco maniáticos activos: al contrario. Muchos de mis amistades que salen a escribir apuntes son oprimidos por el tiempo: más claro; los entrevistados tienen poco tiempo. Nosotros disponemos de todo el tiempo, compresión del reloj, estruje de la hora o del segundo, es la parte contraria.
Continua
Godosky
Nota: si el lector tuvo problemas para entender el texto, pido que lo lea de nuevo porque el azufre que llevo en mis huesos es para toros y no para ovejas.