Noviembre 27, 2024

Contra el peligro nuclear: menos economía y más filosofía

fukushima-nuclear-reactor120

fukushima-nuclear-reactor120El poderío y la energía nuclear suscitan una nueva gama de riesgos “sistémicos” inéditos, tanto por el tipo de peligros que implican como por la amplitud de los mismos. El Estado japonés lo ha vivido en carne propia por segunda vez. Los intereses geo-económicos lo hicieron olvidar las víctimas de Hiroshima y Nagasaki. La nación vencida se puso bajo el paraguas protector de la potencia imperial norteamericana y decidió constitucionalmente dotarse de energía nuclear “con fines pacíficos”. Fue imposible. La tecnología atómica está marcada por los impulsos mortíferos de la guerra y la tecnociencia, además de los imperativos capitalistas de producción depredadores de la naturaleza.

 

 

 

Kenzaburo Oé, el japonés premio Nobel de Literatura en 1994, es una de las consciencias críticas de su país. El novelista navega contra la corriente del conformismo de la sociedad japonesa: “Los japoneses, que conocieron el fuego atómico, no deben plantearse la energía nuclear en función de la productividad industrial, es decir, no deben tratar de extraer de la trágica experiencia de Hiroshima una receta para el crecimiento.” En todos sus recientes artículos periodísticos el Nobel japonés se esfuerza en recordarles a sus compatriotas que la memoria es la base a partir de la cual se reflexiona sobre el presente y que permite proyectarnos dignamente al futuro. Es un llamado al desarrollo del pensamiento crítico como antídoto contra el malestar que crece en la civilización

 

En efecto, la casi simultaneidad de crisis o catástrofes financieras, sociales, alimentarias y del hambre, así como la nuclear en Japón, tendrían que obligarnos en este siglo XXI a reflexionar acerca del carácter profundo de todas ellas para buscar una manera de englobarlas y encontrarles un sentido. Sin olvidar el pasado reciente, también marcado por catástrofes y tragedias humanas.

 

Parece llegado el momento de plantearse preguntas e intentar respuestas racionales a realidades complejas que impidan la tentación de caer en explicaciones de tipo religiosas (es la voluntad de Dios); místicas (la verdad está detrás de las tinieblas); bíblicas (el Apocalipsis está escrito en las Sagradas Escrituras) o a la Nostradamus (éste predijo todas las calamidades que ocurren). 

 

De igual manera habría que hacer un esfuerzo por romper con el economismo dominante, ya sea con el pensamiento único neoliberal que sólo jura por el capitalismo, como con el de izquierda que todavía lo ausculta en términos de posibilidades de “crecimiento” y “desarrollo” (aquél que sigue admirando el modelo chino pese a la represión que vive su pueblo y a la explotación vergonzosa de sus trabajadores). 

 

La autodenominada ciencia económica y sus imperativos pragmáticos capitalistas de más productividad, progreso, crecimiento y ganancias, junto con la tecnología y la ciencia puestas al servicio de éstos fines, han librado desde la década de los setenta una guerra sin cuartel contra las fuerzas democráticas y el pensamiento crítico, humanista, laico y socialista.

 

El llamado posmodernismo filosófico vino en ayuda del economismo para combatir los “grandes relatos” emancipadores (el marxismo). Su objetivo era evidente: destruir la utopía de que otro mundo alternativo al capitalismo es posible (los “renovados” chilenos, de paso por Europa recibieron su influencia).

 

El posmodernismo fue y es el espadachín al servicio del economismo neoliberal que se dio por tarea combatir todas las certezas. Lo hizo con furia al elogiar relativismo. El todo da lo mismo. Sin embargo, sólo quedaron en pié los dogmas y “valores” del mercado y sus nuevos sumos pontífices, los economistas y los “expertos”.

 

Y como el progreso de la ciencia continuó reclutando adeptos a sus aplicaciones pragmáticas (sólo cuentan los resultados), los tecnócratas (las escuelas de ingeniería, de administración y las facultades de ciencias duras) tuvieron el viento en popa para convertirse al cientismo. En otras palabras, hacer todo lo que la ciencia indica que es factible (con tal que sea rentable), puesto que se supone, que ésta lo resuelve todo. Pero sin tomar las precauciones racionales necesarias (*) como bien lo demuestra la catástrofe nuclear en Japón.

 

Sin energía no hay “progreso”, ni crecimiento, reza el refrán de los tecnócratas.  Éstos creen que la ciencia y la tecnología juntas (la tecnociencia) tendrían que poner sus conclusiones, conocimientos y resultados al servicio de la obtención de más energía, puesto que las llamadas energías fósiles se acaban.

 

Pero movimientos ciudadanos ponen cada día en entredicho estos propósitos. Ya no cabe duda que el fin es elevar la producción, para una mayor circulación sin barreras de mercaderías, para más consumo de productos y un aumento sin contemplación de las ganancias para los propietarios de los medios de producción (las multinacionales, las juntas de accionistas y los bancos). Para más capitalismo.

 

El punto de partida de una nueva reflexión es constatar que esta mecánica del capitalismo es incapaz de brindar seguridad ante el riesgo natural y los “accidentes” nuclerares u otros que viven las sociedades actuales. Y que la tecnociencia, cautiva de los intereses de las multinacionales, ha devenido también un riesgo permanente.

 

Es en esta dinámica y su contexto que hay que enfrentar la opción nuclear que busca resolver los problemas de crecientes necesidades de energía de la industria capitalista.

 

En definitiva, es la civilización capitalista industrial surgida en Europa del siglo XVIII que hoy recurre al átomo como recurso para continuar en la loca carrera de seguir amontonando desechos. Sin aceptar el carácter depredador del modelo de crecimiento neoliberal impuesto y del paradigma capitalista de civilización basado en la búsqueda de la ganancia a través de la explotación del trabajo asalariado y el dominio irracional sobre la naturaleza.

 

La búsqueda de la vida buena se contradice con la exacerbación del riesgo permanente y la precariedad a las que capitalismo global del siglo XXI está sometiendo la existencia humana.

 

La loca carrera del productivismo que nos impone sus necesidades sin respetar las nuestras, puesto que ha escapado a todo control democrático ciudadano, nos lleva a una catástrofe civilizacional mayor.

 

Habría que salir del nuclear y del capitalismo. Empezar a reflexionar acerca de la manera de romper con la dinámica para detener sus reflejos mortíferos y combatir la mentalidad depredadora.

 

El primer paso es resistir. No entregarles el cerebro. Parapetarlo con argumentos contra el discurso político de los tecnócratas y de los dueños de la riqueza vehiculado a través de sus monopolios mediáticos que bombardean con la cantinela que no hay otra alternativa que las centrales nucleares o en su defecto las del estilo de HidroAysén. Así entrampan a la ciudadanía.

 

Habría que buscar la autonomía en el ejercicio libre de la reflexión crítica.  Es el hecho de razonar y poder hacerlo con los otros que debe determinar nuestras prioridades.

 

Pero también, como nos propone Kenzaburo Oé, intentar analizar el nuclear desde el punto de vista de los vencidos de la historia; de las víctimas reales o potenciales ya que se trata de una acumulación de catástrofes para la humanidad en las que habría que pensar. 

 

Aceptar la opción nuclear es otra derrota para la democracia y los anhelos de una vida justa, digna y sin temores para sus ciudadanos. El manejo de la tecnociencia nuclear, está al servicio de un proyecto de dominación económico y también militar del cual habría que desembarazarse.

 

Debemos tomar consciencia que aceptar en el paisaje silos y chimeneas con camiones transitando cargados de sustancias radioactivas significa ser nuevamente vencidos por los poderes dominantes en cuyas manos están las sumas colosales para invertir en el nuclear y también el poder político de imponer soluciones peligrosas. Sería otra derrota para el ingenio y la ciencia humanista que proponen energías alternativas, amigables y sustentables.

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