Escribir de noche y a oscuras alguna vez, hace unos cien años, fue un acto de rebelión. Escribir al borde de un abismo que traza el límite entre los filtros de la conciencia y el inconsciente. Transitar por el pensamiento como un equilibrista de circo por la cuerda floja, sin una red abajo. Escritura automática aplicaban los surrealistas en repudio a la razón, en alabanza a la libertad. Un ejercicio que sacó a la escritura de las fronteras de lo académico, que trasgredió reglas y valores de su época.
Pero existen otras limitantes que aún asfixian a la literatura, relacionadas con su contexto de recepción. Y es que los chilenos leemos poco y en desiguales proporciones en cuanto a estrato socioeconómico. Pues bien ¿por qué sería de nuestro interés, el de los lectores y escritores, fomentar la lectura de ficción y, en espacial, hacerla equitativa? Tal como pronunció Vargas Llosa al recibir en premio nobel de literatura, somos mejores seres humanos si reemprendemos las lecturas, porque nos permiten reflexionar y alimentar nuestro espíritu crítico. También porque despierta sensibilidades y conocimientos del hombre y del mundo, enriquece el léxico y mejora la ortografía. Pero sobre todo porque imaginamos, y uno de los peores males de esta sociedad moderna es justamente que esa posibilidad se ha visto restringida, por diversas causas. Podemos pensar, por ejemplo, en las exigencias de esta ajetreada cotidianidad, en la desmemoria, o como afirmó el historiador Eric Hobsbawn: “La destrucción del pasado, o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX” (Historia del siglo XX, pp. 13). ¿Será que uno de estos mecanismos tiene que ver con la difusión de la experiencia subjetiva, a través de la ficción por ejemplo, no sometida al individualismo, a los designios del mercado y su acelerado funcionamiento, que poco espacio deja para la reflexión? Cada uno de estos temas ha sido y puede seguir siendo objeto de extensos e interesantes y útiles estudios, en la medida que sean difundidos de manera ecuánime.
Puede que en un principio no haya sido un acto deliberado, sin embargo de seguro que algunos poderosos que tienen injerencia en los medios de comunicación se han dado cuenta de que para eliminar a los subversivos primero hay que eliminar a los soñadores. Por lo mismo, no deja de ser conveniente el auge de la T.V alienante, las historias en grandes pantallas de cine ya digeridas. Para ver, no para pensar. Para poner el aparato en ON y la mente en OFF. La escasa variedad que ofrece la parrilla programática de nuestros canales nacionales coincide con el reducido sector de la clase dominante que sustenta económicamente dichos medios. En ello es posible rastrear la falta de posibilidades y perspectivas, que unidas a la inmediatez a la que muchas veces pareciera debemos someternos crean el clima perfecto para agudizar esta crisis de la lectura, que también es la crisis de la imaginación. Sin lectores nuestro capital de idealistas decrece y viceversa.
La imaginación es algo que también se trabaja. Sin la práctica, podríamos perder esa increíble capacidad. Hoy tenemos un desafío: apagar el programa nocturno farandulero, coger un libro y crear en nuestra mente las imágenes, a nuestro gusto. Verán que después de un rato se vuelve una experiencia impagable. Un viaje, una visión inquietante en muchos casos. Finalmente, el pensamiento nace de la facultad imaginativa, por lo que la construcción de la sociedad es producto de la ficción en tantos aspectos. A partir de imaginarios (como los conceptos de nación, economía, familia, moral, religión, política etc.) la humanidad se autoconstruye y el modo en que ésta se piensa es deconstruyendo aquellos sentidos. En otra palabras: la realidad se reflexiona a si misma a través de la ficción. ¿Quién sabe si, en una de esas, leyendo iniciamos un camino que nos permitirá reparar las injusticias del hombre contra el hombre y del hombre contra su hábitat?
POR MARIANA ZEGERS I.