En la poesía tradicional, se recurre más a las cualidades estéticas del lenguaje que a su contenido valiéndose de distintos procedimientos como el ritmo, sonido, utilizando el encabalgamiento de las palabras como la amplitud del significado del lenguaje.
Desde los griegos, la poesía siempre se ha relacionado con la lírica, donde el autor expresa sus sentimientos, visiones personales, ideas y construcciones de la imaginación ajustándose a ciertas normas formales relacionadas con los versos, las estrofas y el ritmo.
La poesía moderna se aleja un tanto de esta formalidad para construirse a través de la capacidad de síntesis y de asociación utilizando, principalmente, la metáfora además de ser vista como la construcción de una nueva realidad semántica, mediante distintos significados que unidos, dan un sentido múltiple, distinto y extraño.
Eso es lo que sucede en “Guía de despacho”. Lo primero que se impone es su diversidad temática. Es un libro que no tiene un centro preciso sino que gira en torno a varios ejes, pudiendo mantener relaciones de coherencia y contradicción entre ellos. Es un cambio hacia una modernización de la poesía, haciéndola más espontánea y al mismo tiempo, establece nexos con el pasado dando más de una posible interpretación. Sin embargo, el problema de las vanguardias es que a los lectores les toma tiempo adecuarse a lo nuevo y por ello, cuesta un poco entender la estructura de este libro.
En todo caso, este libro es reflejo de lo que sucede hoy en día a través de las redes sociales en que la comunicación tal y como la hemos conocido hasta ahora ha cambiado sus paradigmas transformando la forma en que las personas establecen sus redes.
Además, este libro pareciera que es un reflejo de cómo somos las personas. En su libro Rompiendo códigos, Luciano Tomassini nos recuerda que “el ser humano no es alguien encerrado en su esencia y siempre idéntico a sí mismo, sino un ser abierto a los otros y a la realidad, con los cuales aspira a construir un mundo nuevo.” Esperaremos, a ver como se consolida la vanguardia.
Loreto Soler