En noviembre del 2008, luego de asistir a una Conferencia sobre la integración económica del Magreb en Trípoli (Libia), el Director General del Fondo Monetario Internacional, -el socialista francés Dominique Strauss-Kahn-, detuvo sus pasos en Túnez en donde el presidente Zine el-Abidine Ben Alí lo condecoró con la Insignia de Gran Oficial del Orden de la República en premio “a sus cualidades intelectuales y a sus contribuciones al desarrollo económico a escala mundial”.
En su discurso de agradecimiento Strauss-Kahn declaró:
“…vine a Túnez a reunirme con el presidente Ben Alí y los representantes de la economía pública y privada para decirles dos cosas: la primera es que la economía tunecina va bien, a pesar de la crisis. La crisis golpea al conjunto del mundo, sin embargo espero un crecimiento que será fuerte una vez más este año en Túnez, la política que aquí se sigue es sana y pienso que es un buen ejemplo a seguir por muchos países que son países emergentes como Túnez”.
Dominique Strauss-Kahn debe pensar que lo que abunda no daña y, dudando tal vez de la evidente claridad de sus propósitos, les agregó una buena dosis de optimismo:
“De todos modos, el juicio del Fondo Monetario Internacional sobre la política tunecina es muy positivo y no tengo ningún temor para el año próximo, aun cuando a escala planetaria no va a ser fácil. En Túnez las cosas continuarán funcionando correctamente”.
El segundo mensaje que DSK -como es conocido el Director General del FMI- entregó en esa ocasión, tenía que ver con la integración económica regional.
Poco más de un año más tarde, en estos días, el ex presidente Zine el-Abidine Ben Alí salió huyendo de su palacio de Cartago, dizque hacia Arabia Saudita, cargando en el avión presidencial con una tonelada y media de oro sustraído al erario nacional o, lo que es lo mismo, al pueblo tunecino.
Pacíficas y masivas demostraciones de repudio por parte de millones de ciudadanos empobrecidos le hicieron comprender a Ben Alí que era tiempo de poner pies en polvorosa. En un fallido intento de detener lo que conviene calificar de revolución, Ben Alí destituyó a su ministro del Interior, ordenó que se liberase a miles de detenidos durante las manifestaciones, e impuso el toque de queda.
No sirvió de nada. Los tunecinos continuaron saliendo a la calle para mostrar su rechazo a las alzas de precios y su determinación en terminar con las “sanas políticas económicas” que elogiaba el Director General del Fondo Monetario Internacional. Aun cuando los tunecinos son gente pacífica, respetuosa, más adeptos del fútbol que de los piedrazos, la represión hizo 78 muertos. Como diría Dominique Strauss-Kahn “En Túnez las cosas continúan funcionando correctamente”.
Durante décadas, desde la independencia de Francia, Túnez fue un país sometido a una dictadura que no quería decir su nombre. Con el apoyo de los EEUU, de Francia, de Alemania y del conjunto de la Unión Europea. País tolerante, en donde no había mucho espacio para los integrismos, el turismo europeo se desarrolló al punto de transformarse en el puntal de la economía local.
Pero vino la crisis… y el juicio certero de Dominique Strauss-Kahn: “la economía tunecina va bien, a pesar de la crisis”.
Aun es muy pronto para saber cuál será la solución a la crisis política. Y para conocer los remedios a la crisis económica que ha dejado a miles y miles de tunecinos sin trabajo y sin esperanza. Por mi parte no me arriesgaría a decir qué es lo que el Director General del Fondo Monetario Internacional va a hacer con su medallita.