Una breve entrevista transmitida por CNN la semana pasada, en la que presentó a dos participantes –un palestino en Gaza y un israelí al alcance de los ataques de los cohetes– no se ajustó al guión habitual.
Por una vez, un medio noticioso abandonó su papel de guardavallas, presente para mediar y así desvirtuar nuestro entendimiento de lo que está ocurriendo entre Israel y los palestinos, y sin quererlo se convirtió en una simple ventana a la realidad.
El objetivo usual de ese tipo de entrevistas “equilibradas” en relación con el conflicto israelí-palestino es doble: confortar a la audiencia con la idea de que presentan a los dos contendientes equitativamente y disipar la posible indignación por las muertes de civiles palestinos otorgando el mismo tiempo al sufrimiento de los israelíes.
Pero la intención más profunda de semejante cobertura en relación con Gaza, en vista de la suposición de los medios de que las bombas israelíes constituyen simplemente una reacción al terror de Hamás, es dirigir la indignación de la audiencia exclusivamente contra Hamás. De esta manera se hace implícitamente a Hamás responsable del sufrimientos de los israelíes y de los palestinos.
La dramática conclusión de la entrevista de CNN parece, sin embargo, que ha superado de otra manera las consideraciones periodísticas normales.
La entrevista grabada de antemano vía Skype comienza con Mohammed Sulaiman en Gaza. Desde lo que parecía una habitación muy pequeña, presumiblemente utilizada como refugio antiaéreo, dijo que tenía demasiado miedo para salir fuera de su casa. Durante toda la entrevista, se oía el sonido amortiguado de las bombas que estallaban cerca. De vez en cuando Mohammed miraba nerviosamente hacia un lado.
El otro entrevistado, Nissim Nahoom, un funcionario israelí en Ashkelón, también habló del terror de su familia, y argumentó que no era diferente del de los habitantes de Gaza. Excepto en un aspecto, se apresuró a agregar: las cosas eran peores para los israelíes porque tienen que vivir sabiendo que los cohetes de Hamás tienen el propósito de dañar civiles, a diferencia de la precisión de los misiles y bombas lanzados por Israel en Gaza.
La entrevista volvió a Mohammed. Mientras comenzaba a hablar, el bombardeo se hizo mucho más estrepitoso. Continuó diciendo que no le callaría lo que ocurría fuera. La entrevistadora, Isha Sesay –al parecer insegura de lo que estaba oyendo– paró para pedir información sobre el ruido.
Entonces, con una ironía que Mohammed no podía apreciar mientras hablaba, comenzó a decir que se negaba a que lo llevasen a comparar qué sufrimiento era mayor; y de repenente una enorme explosión lo arrojó de su silla e interrumpió la conexión a Internet. Al volver al estudio, Sesay tranquilizó a los televidentes diciendo que Mohammed no había resultado herido.
Las bombas, sin embargo, hablaron con más elocuencia que Mohammed o Nissim.
Si Mohammed hubiera tenido más tiempo, podría haber cuestionado el argumento de Nissim de los mayores temores de los israelíes, así como señalar otra importante diferencia entre las respectivas situaciones apremiantes de su persona y la de su interlocutor israelí.
La mayor precisión de las armas de Israel de ninguna manera causa tranquilidad de espíritu. El hecho es que un civil palestino en Gaza corre mucho más peligro de morir o resultar herido por un arma de precisión de Israel que un israelí por uno de los primitivos cohetes lanzados desde Gaza.
En la Operación Plomo Fundido, el ataque de Israel a Gaza en el invierno de 2008/2009, murieron tres israelíes debido a los ataques de cohetes y seis soldados murieron en combates. En Gaza, por su parte, murieron cerca de 1.400 palestinos, de los cuales por lo menos 1.000 no participaban en las hostilidades, según el grupo israelí B’Tselem. Muchos, si no la mayoría, de esos civiles fueron asesinados por las denominadas bombas inteligentes y los misiles de precisión.
Si israelíes como Nissim realmente creen que tienen que soportar más sufrimientos porque los palestinos carecen de armas precisas, posiblemente deberían empezas a cabildear en Washington para que distribuya sus equipamientos militares de un modo más equitativo, para que los palestinos puedan recibir las mismas asignaciones de ayuda militar y armamentos que Israel.
O quizá podrían cabildear en su propio gobierno para que permita que Irán e Hizbulá lleven a Gaza más tecnología avanzada de la que actualmente se puede contrabandear a través de los túneles.
La otra diferencia es que, al contrario que Nissim y su familia, la mayoría de la población de Gaza no tiene a dónde huir. Y el motivo por el cual tiene que vivir bajo la lluvia de bombas en una de las áreas más densamente pobladas del mundo es que Israel –y en menor medida Egipto– ha sellado las fronteras para crear una prisión.
Israel ha negado a Gaza un puerto, el control de su espacio aéreo y el derecho de sus habitantes a ir al otro territorio palestino reconocido por los acuerdos de Oslo, Cisjordania. No es, como aseveran los partidarios de Israel, que Hamás se esté ocultando entre los civiles palestinos; más bien, Israel ha obligado a los civiles palestinos a vivir en una pequeña franja de tierra que Israel ha convertido en una zona de guerra.
¿Entonces quién es el principal culpable de la escalada que actualmente amenaza a los casi dos millones de habitantes de Gaza? Aunque las manos de Hamás no están totalmente limpias, hay otros causantes mucho más culpables que los militantes palestinos.
El primer culpable: El Estado de Israel
La causa que llevó al último enfrentamiento entre Israel y Hamás tiene poco que ver con el disparo de cohetes, sean de Hamás o de otras facciones palestinas.
El conflicto precedió a los cohetes –e incluso a la creación de Hamás– hace décadas. Es el legado del despojo por parte de Israel de los palestinos en 1948, que obligó a muchos de ellos a abandonar sus casas en lo que es ahora Israel y a partir a la ínfima Franja de Gaza. La injusticia original se ha complicado porque la ocupación por parte de Israel no solo no ha acabado sino que además se intensificó en los últimos años con su implacable asedio a una pequeña franja de territorio.
Progresivamente Israel ha ido imposibilitando la vida en Gaza, aniquilando su economía, destruyendo periódicamente su infraestructura, negando la libertad de movimiento a sus habitantes y llevando la población a la miseria.
Basta con ver las restricciones impuestas al acceso de los habitantes de la franja de Gaza a su propio mar. En este caso no hablamos del derecho a utilizar su propia costa para salir o entrar de su territorio, sino simplemente a utilizar sus propias aguas para alimentarse. Según un apartado de los acuerdos de Oslo se concedieron derechos de pesca a Gaza de 32 kilómetros desde la costa. Israel los ha reducido paulatinamente a 5 kilómetros solamente, y los barcos de la armada isarelí disparan contra los botes de pesca palestinos incluso dentro de ese miserable límite.
Los palestinos en Gaza tienen derecho a luchar por su derecho a la vida y la prosperidad. Esa lucha es una forma de autodefensa –no de agresión– frente a la ocupación, la opresión, el colonialismo y el imperialismo.
Segundo culpable: el dúo formado por Binyamin Netanyahu y Ehud Barak
El primer ministro y el ministro de Defensa de Israel han tenido una participación directa y personal mucho más allá del papel más amplio de Israel en la imposición de la ocupación, en la escalada de la violencia.
Israel y sus partidarios siempre convierten en prioridad el oscurecimiento de la línea de tiempo de los sucesos cuando lanzan una nueva guerra de agresión con el fin de ocultar la responsabilidad. Los medios regurgitan voluntariamente semejantes esfuerzos de desorientación.
En realidad, Israel organizó un enfrentamiento para conseguir el pretexto de un ataque “de represalia”, como hizo hace cuatro años con la Operación Plomo Fundido. Entonces Israel violó un alto el fuego de seis meses acordado con Hamás mediante una incursión en Gaza en la que mató a seis miembros de Hamás.
Esta vez, el 8 de noviembre, Israel logró el mismo objetivo al invadir nuevamente Gaza, en esta ocasión después de un respiro quincenal de las tensiones. Un niño de 13 años que jugaba fútbol fue asesinado por una bala israelí.
La violencia ojo-por-ojo diente-por-diente durante los días siguientes produjo ocho israelíes heridos, incluyendo cuatro soldados, la muerte de cinco civiles palestinos y docenas de heridos en Gaza.
El 12 de noviembre, como parte de los esfuerzos para calmar las cosas, las facciones militantes palestinas acordaron una tregua que duró dos días, hasta que Israel la violó al asesinar al líder militar de Hamás Ahmed Yabari. Los cohetes lanzados desde Gaza que vinieron después de esas diversas provocaciones israelíes se han utilizado para dar la falsa impresión de un casus belli.
Pero si Netanyahu y Barak son responsables de crear el pretexto inmediato para un ataque a Gaza, también son criminalmente negligentes por no aprovechar una oportunidad de asegurar una tregua mucho más larga con Hamás.
Ahora sabemos, gracias al activista por la paz israelí Gershon Baskin, que en el período anterior al asesinato de Yabari, Egipto había estado trabajando para lograr una tregua a largo plazo entre Israel y Hamás. Al parecer Yabari estaba ansioso por llegar a un acuerdo.
Baskin, quien estuvo íntimamente involucrado en las conversaciones, era un intermediario creíble entre Israel y Hamás porque desempeñó un papel crucial el año pasado al lograr que Yabari aprobara un intercambio de prisioneros que condujo a la liberación del soldado israelí Gilad Shalit. Baskin señaló en el periódico Haaretz que el asesinato de Yabari “destruyó la posibilidad de lograr una tregua y también la capacidad de funcionamiento de los mediadores egipcios”.
El activista por la paz ya se había reunido con Barak para informarlo de la tregua, pero parece que el ministro de Defensa y Netanyahu tenían preocupaciones más urgentes que la terminación de las tensiones entre Israel y Hamás.
¿Qué podía ser más importante que encontrar la forma de salvar vidas en ambos lados? Baskin propone una pista: “Los que tomaron la decisión deben ser juzgados por los votantes, pero lamento decir que obtendrán más votos por haberlo hecho”.
Parece que las elecciones generales israelíes, que se celebrarán en enero, eran lo más importante en las mentes de Netanyahu y Barak.
Una lección aprendida por los dirigentes israelíes en los últimos años, como señala Baskin, es que las guerras ayudan a ganar votos solo a la derecha. Esto no debería estar más claro para nadie que para Netanyahu. Dos veces antes llegó a ser primer ministro después de las guerras libradas por sus oponentes políticos más “moderados” cuando enfrentaban elecciones.
Shimon Peres, que solo es una paloma según un peculiar estándar israelí, lanzó un ataque contra Líbano, la Operación Uvas de la Ira, que le costó la elección en 1996. Y los centristas Ehud Olmert y Tzipi Livni de nuevo ayudaron a Netanyahu a lograr la victoria al atacar Gaza a finales de 2008.
Parece que los israelíes prefieren a un dirigente que no se preocupa de poner un guante de terciopelo sobre su puño de hierro.
Netanyahu ya avanzaba en los sondeos antes de acuñar la Operación Pilar Defensivo. Pero las fortunas electorales de Ehud Barak, descrito a veces como el hermano siamés político de Netanyahu y mentor militar de Netanyahu desde los días de comando conjunto, ciertamente han parecido sombrías.
Barak necesitaba desesperadamente una campaña militar en lugar de política para mejorar su reputación y hacer pasar a su partido renegado, Independencia, por el umbral electoral y al parlamento israelí. Parece que Netanyahu, pensando que tenía poco que perder por una operación en Gaza, puede haber estado dispuesto a complacerlo.
Tercer culpable: el ejército israelí
El ejército de Israel se ha convertido en adicto a dos doctrinas que llama “principio de disuasión” y “ventaja militar cualitativa”. Ambas son maneras elegantes de decir que, como algún matón de la mafia, el ejército israelí quiere estar seguro de que por sí solo puede “dar una paliza” a sus enemigos. La disuasión, en jerga israelí, no se refiere a un equilibrio del miedo sino al derecho exclusivo de Israel a utilizar el terror.
La acumulación de cohetes por parte de Hamás, por lo tanto, viola el propio sentido de decoro del ejército de Israel, tal como lo hace Hizbulá más al norte. Israel quiere que sus vecinos enemigos no tengan capacidad para resistirse a a sus dictados.
Sin duda el ejército estaba más que dispuesto a apoyar las campañas electorales de Netanyahu y Barak si también obtenía una oportunidad de eliminar parte del arsenal de cohetes de Hamás.
Pero existe otra razón estratégica por la cual el ejército israelí ha estado ansioso de volver a combatir contra Hamás.
Los dos principales corresponsales militares de Haaretz explicaron la semana pasada la lógica de la posición del ejército, poco después del asesinato de Yabari por Israel. Informaron: “Durante mucho tiempo Israel ha estado manteniendo una política de contención en la Franja de Gaza, limitando su reacción al prolongado esfuerzo por parte de Hamás de dictar nuevas reglas del juego rodeando el cerco, sobre todo en un intento de impedir la entrada de las FDI [ejército israelí, N. del T.] en el ‘perímetro’ de la franja, de un ancho de unos pocos cientos de metros al oeste del cerco”.
En resumen, Hamás ha enfurecido a los comandantes israelíes al negarse a quedarse tranquilo mientras el ejército utiliza grandes áreas de Gaza como su terreno de juego y entra a su gusto.
Israel ha creado lo que llama una “zona divisoria” dentro del cerco alrededor de Gaza, a menudo de un ancho de hasta un kilómetro, a la que los palestinos no pueden entrar pero que el ejército israelí puede utilizar como una entrada para lanzar sus “incursiones”. Las armas teledirigidas montadas en torres de vigilancia israelíes alrededor de Gaza pueden abrir fuego sobre cualquier palestino si piensan que se ha acercado demasiado.
Tres incidentes poco antes de la ejecución extrajudicial de Yabari ilustran la lucha por el control sobre el interior de Gaza.
El 4 de noviembre el ejército israelí mató a tiros en Gaza a un joven palestino. Se dijo que se había aproximado al cerco. Los palestinos dicen que era mentalmente incapacitado y que podría los paramédicos podrían haberlo salvado si los israelíes no hubieran impedido durante varias horas que las ambulancias lo alcanzaran.
El 8 de noviembre, como ya señalamos, el ejército israelí hizo una incursión a Gaza para atacar a militantes palestinos y al hacerlo mató a un muchacho que jugaba fútbol.
Y el 10 de noviembre, dos días después, los combatientes palestinos dispararon un misil antitanque que destruyó un jeep que patrullaba en el cerco que rodea Gaza, hiriendo a cuatro soldados.
Como señalan los periodistas de Haaretz, parece que Hamás trata de demostrar que tiene tanto derecho a defender su lado del “cerco fronterizo” como Israel el suyo.
La reacción del ejército ante esta demostración de impertinencia nativa ha sido infligir una forma salvaje de castigo colectivo a Gaza para recordar a Hamás quién es el que manda.
Cuarto culpable: la Casa Blanca
Es casi imposible creer que Netanyahu haya decidido reavivar la política de Israel de ejecuciones extrajudiciales de dirigentes de Hamás –y transeúntes– sin por lo menos consultar a la Casa Blanca. También es evidente que Israel esperó hasta después de las elecciones en EE.UU. antes de comenzar su escalada, restringiéndose, como lo hizo en Plomo Fundido, al “tiempo de reposo” en la política estadounidense entre las elecciones y la inauguración presidencial.
Lo hizo para evitar una obvia situación embarazosa al presidente de EE.UU. Hay que suponer que Barack Obama aprobó anticipadamente la operación de Israel. Ciertamente ha declarado su abundante respaldo desde entonces, a pesar de los escenarios extremadamente optimistas presentados por algunos analistas de que era probable que se vengara de Netanyahu en su segundo período.
También hay que recordar que la beligerancia de Israel hacia Gaza, y la disminución de la presión interior sobre Israel para que negocie con Hamás o llegue a un alto el fuego, han sido posibilitadas porque Obama obligó a los contribuyentes estadounidenses a subvencionar considerablemente el sistema de interceptación de cohetes de Israel, Cúpula de Hierro, por un monto de cientos de millones de dólares.
El sistema Cúpula de Hierro se está utilizando para derribar cohetes procedentes de Gaza que de otra manera habrían caído en zonas urbanas de Israel. Por ello Israel y la Casa Blanca han logrado presentar la generosidad de EE.UU. para la interceptación de cohetes como un gesto humanitario.
Pero la realidad es que Cúpula de Hierro ha influenciado considerablemente el cálculo de costes-beneficios de Israel a favor de más agresión, porque ha aumentado el sentido de impunidad de Israel. Sea cual sea la capacidad de Hamás de contrabandear a Gaza armas más sofisticadas, Israel cree que puede neutralizar esa amenaza utilizando sistemas de intercepción.
Lejos de constituir una medida humanitaria, Cúpula de Hierro ha servido simplemente para asegurar que Gaza continúe sufriendo una cantidad mucho mayor de muertes y heridas en enfrentamientos con Israel y que semejantes enfrentamientos sigan ocurriendo regularmente.
Estos son los cuatro principales culpables. Hay que hacerlos responsables de las muertes de palestinos e israelíes de estos días y si Israel expande sus operaciones, de todo lo que ocurra en las próximas semanas.
Jonathan Cook ha ganado el Premio Especial al Periodismo Martha Gellhorn. Sus últimos libros son: “ Israel and the Clash of Civilizations: Iraq , Iran and the Plan to Remake the Middle East” (Pluto Press) y “Disappearing Palestine : Israel ’s Experiments in Human Despair” (Zed Books). Su nueva página en Internet es: www.jonathan-cook.net
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/11/19/why-gaza-must-suffer-again/
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |