Comenzando la nueva etapa electoral, y ajustados al derecho que les asiste según la costumbre, los partidos impulsan sus mejores rostros para la justa que se avecina.
Es la demostración de que en Chile no ha pasado nada.
La aplastante abstención de la última elección es un detalle insignificante, un recuerdo que más vale olvidar. En rigor, nunca fue un tema que incomodara demasiado sobre todo si las cuentas se sacan sobre una aritmética amañada. Que un sesenta por ciento de la gente, por las razones que hayan sido no votara, no resultó un dato relevante para el sistema político. Las cuentas se sacan sobre el cuarenta restante y ya. La vida continúa.
¿Pero, nuevamente el movimiento estudiantil no dirá nada y mirará por la ventana como partidos políticos, reducidos a ínfimas expresiones, representando cada vez a menos gente, se dispone a elegir de entre los suyos a quienes harán las leyes que tarde o temprano terminarán por lanzarlos a la calle a una protesta infinita?
Está bien que el sistema viva de espaldas a la realidad, creando la suya propia a partir de sus decisiones, deseos y cegueras, y que crea que el mar es calmo y que la navegación no tendría por qué sufrir los vaivenes de un oleaje encrespado.
¿Pero los estudiantes, sus dirigentes lúcidos, jóvenes, inteligentes, sanos, rebeldes, se pueden dar ese lujo después de haber contribuido como pocos a generar el actual estado de cosas?
Los políticos más optimistas aseguran que los esmirriados resultados de las recientes elecciones no tienen por qué replicarse en las parlamentarias. Los menos elaborados aseguran que lo importante es definir el programa y luego quien lo encabece. Y el resto, vive atrapado entre la oscilante duda de si la señora bajará o no bajará de su nube neoyorquina.
¿Y los estudiantes, qué esperan en el intertanto? ¿Una entrevista con el Ministro? ¿Ser recibido por alguna comisión de la Cámara o del Senado? ¿El permiso del Intendente?
En ese mar de especulaciones y cuentas con aritmética dudosa, los políticos tradicionales no consideran para nada a la gente disconforme, atrapada en la nebulosa de las transacciones, componendas, negocios y transferencias. Es esperable. De esa forma se reproduce el sistema.
Pero los estudiantes han dicho su palabra respecto de esa manera de hacer política, han expresado con todas su letras su rechazo a esa cultura del arreglín y la componenda, han demostrado en sus propias elecciones cómo retrocede una forma de representatividad, y emerge una sentimiento mucho más rebelde y confrontacional.
Sin embargo, si no son capaces de extrapolar esa bronca expresada en miles de marchas, en millones de cartelitos, en asambleas, en cánticos que desprecian la cultura impuesta, a una expresión política distinta, que se cruce a los intentos de recomposición del status quo, será mejor que se vayan para la casa o que llenen de una vez por todas las fichas de afiliación de los partidos.
Todo lo que representó la explosión de furia de los estudiantes no habrá servido de nada si se le deja el camino despejado a los peores de los mismos de siempre.
Si el movimiento de los estudiantes no ha alcanzado este año los niveles que tuvo el 2011, no habrá sido por ineficiencia de sus actuales dirigentes, si no porque todo movimiento político oscila entre flujos y reflujos, según sea la agudeza con que se enfrenta al sistema. Las mentalidades planas y sin capacidad de análisis dinámicos de la realidad, creen que los movimientos son una línea recta que suben hasta el infinito y más allá, o bajan hasta el Averno, sin escalas
Sin embargo los movimientos sociales tienen un techo. Cuando las exigencias reivindicativas llegan al espacio de la política, los movimientos sociales quedan sin herramientas. Según la manualística pseudo revolucionaria contemporánea, desde ahí comienzan a actuar los partidos políticos, entendidos como la continuidad necesaria en un campo en que los movimientos sociales no tienen cabida.
Esta premisa ha sido negada hasta la saciedad en las experiencias de países que han logrado avances significativos en la exploración de un nuevo orden. Más allá de simpatías y afectos, Venezuela, Bolivia y Ecuador lograron estos avances cuando los movimientos sociales decidieron actuar en el campo que hasta antes de eso, se definía como exclusivo de los partidos.
En estas tres experiencias hay un denominador común: fueron los movimientos sociales los determinantes, los que lograron cambiar las Constituciones mediante asambleas Constituyentes, una vez que accedieron al gobierno y, en algunos casos al Parlamento.
Como se ha visto en la historia, copiar y pegar otras experiencias, no lleva a ninguna parte. Pero sí resulta interesante sacar de ahí algunas reflexiones y lecciones.
Especialmente, corresponde que lo hagan quienes por razones misteriosas, de pronto se vieron a la cabeza del movimiento estudiantil, que ha sido capaz de llevar las cosas hasta donde las vemos, aún cuando en el último tiempo les hayan ofrecido la iniciativa al sistema. Con todo, es el de los estudiantes el único sujeto que le puede aguar la fiesta al sistema y obligar a los trabajadores a tomar partido.
Es el momento en que sus principales líderes tomen la iniciativa y pasen a la ofensiva, con el condimento esencial de todas las victorias: la audacia. Resulta incomprensible retroceder ahora.
El paso siguiente es pasar por sobre la idea de que lo que existe es inmodificable, y que los únicos que pueden hacer algo son quienes lo han hecho todo en un sentido contrario. Pensar que los que crearon, alimentaron y perfeccionaron el modelo, hoy, por alguna razón exótica, van a hacer algo distinto, es la suma de la ingenuidad.
Y de la irresponsabilidad.
Los estudiantes en estos últimos tiempos han avanzado mucho. Han sido capaces de generar un número importante de cuadros jóvenes repartidos por todo Chile, validados ante sus compañeros, legitimados ante el resto de la sociedad. Han sido capaces de obligar al gobierno a poner sobre la mesa temas que no tenía considerado y han podido sortear no sin sacrificios, el cerco policial y comunicacional que el régimen ha montado para enfrentarlos.
El consenso sobre el cual se reforzó la idea de lo blindado del modelo, ya no existe. Se ha puesto en duda la validez del actual ordenamiento en el sentido común de la gente y ya hay sobradas sospechas de que las cosas no pueden seguir así y mucho menos, en manos de los mismos.
Se abre paso la idea de la necesidad de una opción que se proponga representar ese malestar generalizado, esa desconfianza que anda en las calles, esa sensación de que ya no más. Alguien debe hacer algo.
Es el momento de los estudiantes.