La edición de autor del Dr. Enrique Jenkin ¡Exijo una explicación! no cuenta la historia de la popular tira cómica chilena Condorito, sino que fue el título elegido por este médico traumatólogo para relatar su historia de vida y entregar, de paso, su visión personal del cataclismo que significó la destrucción social y política desatada en la sociedad chilena por la dictadura de Pinochet, la peor tragedia de Chile en el siglo 20.
Parodiando la manida frase del Condorito de Pepo –René Ríos Elphick-, el Dr. Jenkin en el fondo exige explicaciones a la elite política y propietaria chilena que junto al imperio estadounidense echaron mano a la brutalidad del ejército, la marina y la aviación para destruir la frágil institucionalidad republicana y abortar las moderadas reformas sociales, económicas y políticas que se había propuesto el gobierno legítimo de Salvador Allende, quien no alcanzó a cumplir la mitad del mandato popular de 6 años para el que fue elegido por voluntad del pueblo. Pagó con la vida su tentativa por hacer de Chile un mundo mejor.
El autor caracteriza su libro como “una piececita más para el puzle de nuestra historia”. Se preguntó “¿si era necesario un libro más sobre las atrocidades de la dictadura”? y respondió que “sí, en la medida en que tu yo interior continúa golpeando a la puerta para dejar salir lo que durante años ha rondado, runruneado: ideas y recuerdos de mi convulsionada cabecita”. Su historia personal, como la de centenares de miles de chilenos, fue fracturada por el golpe. Traumatólogo al fin, describe el 11 de septiembre de 1973 como el “hecho más traumático de mi existencia, el brutal mecanismo del golpe que nos exilió de la historia, la salida del riel de la civilización y la cultura”. Le repugna el lenguaje actual de la derecha, que ahora gobierna legalmente tras ganar las elecciones pero sigue hablando “pacata e impúdicamente de ‘gobierno militar’ en vez de lo que fue: dictadura”. Y razonamientos como éste lo condujeron al título: “¡Exijo una explicación!”.
Nacido en Copiapó en 1930, Jenkin se graduó como médico cirujano en la Universidad Católica y, posteriormente, se especializó en traumatología en Italia (1961) y en cirugía de la mano en Francia (1962). Ingresó a la salud pública en 1963 y trabajó en el hospital público El Salvador hasta el golpe (1973). Durante el exilio (1975-1982) fue jefe de traumatología en la clínica germana Sportklinik, en Hellersen y luego recibió el título de profesor de la entonces República Federal de Alemania. De regreso a Santiago, en 1982 ayudó a formar el departamento de traumatología de una clínica privada y trabajó allí hasta que lo despidieron “por viejo”, en 2005. Tenía 75 años.
Pero en “su otro historial” fue detenido por Investigaciones en octubre de 1973, a un mes del golpe militar. Trasladado al Estadio Nacional, el campo deportivo que los militares convirtieron en una gigantesca cárcel, pasó a convertirse en “prisionero de guerra”, según la ficción castrense que pretendió presentar la asonada a la Constitución como una conflagración contra “el comunismo”, pero asesinando y torturando a un supuesto “enemigo” desarmado y con la ventaja de no hacer caso a las reglas obligatorias del Convenio de Ginebra de 1949 sobre trato a prisioneros de guerra. Hasta hoy, los militares chilenos enfrentan juicios por violación a los derechos humanos y delitos de lesa humanidad.
En esta etapa de su vida como “prisionero de guerra” de la dictadura, Jenkin conoció la tortura y el encierro. Fue embarcado en Valparaíso, junto a centenares de detenidos, rumbo a Chacabuco, antigua salitrera del extenso desierto de Atacama transformada en campo de concentración. Trasladado de regreso a Santiago lo encerraron en el Estadio Chile, otro campo deportivo que la astucia castrense también trocó en prisión, la misma donde asesinaron al canta-autor Víctor Jara. Fue internado en la Academia de la Fuerza Aérea, convertida en sede del servicio de inteligencia de esa rama castrense, para recibir otra dosis intensiva de interrogatorios y torturas y, después de sufrir variados abusos y vejámenes, recuperó una libertad vigilada e insegura que lo condujo al exilio a fines de 1974. La historia que relata Jenkin resulta conmovedora porque también es la historia de las vidas truncadas por la dictadura a toda una generación, cientos de miles de hombres y mujeres, la mejor gente del país, independientemente de su oficio o profesión. Lo bueno es que Jenkin sobrevivió para contarlo.
*) Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno