En Chile tenemos la derecha más rancia, necia y retrograda de toda la región, así como también la izquierda más cínica y servil del continente. Esa ha sido la impronta después del gobierno de Salvador Allende. Por eso, cuando como ahora, la crisis cristaliza en una revolución de los ricos, tenemos la responsabilidad de preguntarnos cuál es la salida que puede dar al traste con esta situación.
Para ello lo primero que debemos hacer es romper el maleficio político que ha llevado a la sociedad chilena a su secular postración. No podemos seguir focalizando la posible alternativa, en derrotar a la derecha para que, acto seguido, hacer del recambio un acto que sirva para instalar en el poder a una izquierda (¿) palaciega.
Estamos en plena lucha de clases. En efecto, el capitalismo del siglo XXI, ha llegado a su punto de cristalización con el neoliberalismo y sus afanes de especulación y mercantilización de todo lo que existe a lo largo y ancho de este mundo. Chile no ha sido excepción a este fenómeno, al contrario, se ha destacado como campeón de ello, si lo comparamos con países vecinos y otros no tan vecinos. Para mal de males, nada indica que el sacrificio que hagamos pueda tener éxito, si seguimos atrincherándonos en una oposición cada vez más débil y que nunca puede ofrecer algo más allá de los simbolismos, eslóganes y simples escarceos publicitarios.
La lógica de la dominación, a caballo con la especulación como razón vital, es el ADN que la derecha nos ha impuesto, sin que al parecer la seudo izquierda en el poder, por más de 20 años, haya tenido la intención ni, menos, la voluntad de cuestionar dicho paradigma. Al contrario, más bien se ha acomodado a dicha lógica. En definitiva, sigue prevaleciendo en nuestro país una minoría prepotente sobre una mayoría sometida, todo esto con la inestimable ayuda de la superstición del voto, cuya inutilidad ha sido comprobada enésimas veces.
Algunos han tenido la sutileza de advertirme, que votar sirve, citando el ejemplo de que con el voto pudimos aventar de La Moneda a Pinochet. Y si bien eso es cierto, también lo es que aquello fue posible dentro de una circunstancia bien específica, una coyuntura política favorable, tanto nacional como internacional. Sin embargo, una golondrina no hace verano. Después de eso, el voto en nuestro país sólo ha servido para avalar y reproducir los vicios e injusticias que se desprenden del sistema institucional y político que dejó la dictadura.
En definitiva, no se trata de apostillar al voto en sí, como mecanismo que sirva para elegir a nuestros representantes. Eso está fuera de toda duda. Sin embargo, pierde efectividad cuando el voto deja de ser vehículo para transmitir nuestros anhelos de cambios que los chilenos anhelamos (no ajustes ni reformas). No es misterio, en las actuales condiciones políticas, que el votar se ha convertido en un puro ritual, en un sin sentido, al no producir los efectos que de de suyo natural se le atribuyen al voto. En este cuadro, el voto y las elecciones se han deslegitimado y descredibilizado.. Peor aún, el voto se ha convertido en un elemento de distracción, un vehículo para cazar incautos. Un proceso que se repite cada dos años, para bien administrar los privilegios del poder económico y político vigentes.
Así, aunque la oposición saque más alcaldes y concejales, todo seguirá igual, seguiremos viviendo en un sistema de derechas. En efecto, las Fuerzas Armadas seguirán siendo de derecha, igual los directorios de las AFPs, Isapres, bancos y financieras. También los dueños de Malls, Supermercados y cadenas farmacéuticas, así como también, las empresas concesionarias de carreteras. La educación seguirá con su lucro a cuestas, así como el agua potable – caso único en el mundo- seguirá siendo propiedad privada. La energía los minerales y peces seguirán siendo entregados a las multinacionales o transnacionales, todos sus dueños, por cierto, de derechas. En la salud seguirán habiendo clínicas para ricos y consultorios para la clase media y los pobres. Prensa, radio y televisión, seguirán vertiendo sus mentiras, al compás de las instrucciones de sus dueños, todos ellos de derecha. Así, suma y sigue, en un largo etc.
¿Y de qué es dueño el pueblo? No hay donde perderse: de sus puras ilusiones. Para eso tiene los programas de farándula, el fútbol, los realities, el Festival de Viña del Mar, los Malls, las tarjetas de créditos, el Kino, los carretes, y la ilusión de que somos dueños de esta tierra a través del espejismo de las elecciones. La religión como opio del pueblo, advertido en su tiempo por Carlos Marx, ha sido reemplazada hoy por estos nuevos opios.
¡Dejad que los votos se acerquen a mí! Parece ser la consigna de los candidatos. Cada cual prometiendo la meca y la seca para, una vez elegidos, meterse por el trasero las ´promesas de campaña. Una historia ya repetida hasta el hartazgo, y sin embargo, todavía hay quienes ingenuamente creen el cuento de hadas del voto y las elecciones.
De otra parte, – lo he dicho, antes-, en Chile el pueblo “no elige”, sólo “vota” que es cosa bien distinta. Vota por aquellos que ya vienen cocinados, “designados”, entre cuatro paredes por una reducida elite política cada vez más corrupta, políticamente hablando. Así el sistema electoral nos ha convertido en borregos, corderos, haciéndonos carne en nuestros ADNs la docilidad del espíritu de rebaño.
Un misterio envuelto en un enigma. Extraño caso de cómo los menos, explotadores, obtienen autorización de los más, explotados, para vivir a su costa.. Nadie que ignore esto podrá desvelar la intriga que encierra “la ley de votaciones”, centro y motor que les permite mantener nuestra servidumbre voluntaria. La beligerancia caníbal de una derecha antidemocrática y el cortoplacismo baldío de una izquierda sin ideología ni ética, explican el porqué ocurre este raro fenómeno, pero no el cómo lo toleramos.
Como lo ha dicho Felipe Portales, ésta es una ‘dictadura perfecta’ porque no se nota a simple vista. Incluso cada vez parece más democrática. Sin embargo, La verdad es muy diferente. Estructuralmente, es el mismo país que era al término de la dictadura, con la misma Constitución apenas retocada en mínimas formas. La Concertación, en acuerdo con la derecha, legitimó el sistema económico y social existente. Tenemos el mismo Plan Laboral, el mismo sistema educacional basado en el lucro, las AFP, las Isapres, las concesiones mineras, el mismo sistema tributario y financiero, etc. Hay una sociedad atomizada, disgregada, favorecida por el manejo de los medios de comunicación, altamente concentrados, que tienen un efecto embrutecedor debido a que las opiniones críticas no llegan a la mayoría de la población. Vivimos en medio de mitos e imágenes falsas. Lo más patético de todo esto es que la Concertación legitimó, consolidó y perfeccionó el sistema refundacional de la dictadura.
Podemos concluir que el sistema político chileno vive una crisis que no puede resolverse desde dentro, votando ni eligiendo un candidato u otro. Apostamos, por el contrario, a dejar en evidencia que la mayoría de Chile no se siente representado por los partidos existentes bajo el amparo del sistema electoral pinochetista. Creemos que dejar en evidencia la grave crisis de legitimidad es un tapa bocas político a los propios actores enquistados en el sistema. Es recordarles que cada vez somos más quienes rechazamos un sistema de elecciones que sólo sirve para avalar y consolidar las posiciones de dominio de quienes descaradamente nos siguen explotando. Avalados por los partidos políticos y una serie de enredadas otras martingalas, entre ellas el propio voto y las elecciones, se nos impide hacer los cambios que necesitamos para salir del deplorable estado en que nos encontramos.
Por último, en todas las elecciones ha habido votos nulos, blancos y abstenciones. Sin embargo esos votos quedaban encerrados en la intimidad de nuestras propias conciencias y, por tal, nadie las tomaba en cuenta, era sólo un número, no producían ningún efecto político. En esta ocasión, esa íntima decisión dejará de perderse en la pura individual, para pasar a constituir un hecho político social de envergadura, a lo menos, así lo esperamos los que esta vez NO VAMOS A PRESTAR EL VOTO. Si esto sucediera así, será, un buen comienzo para empezar a construir algo nuevo, no importando que comencemos desde cero.
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No prestar el voto hoy, significa no avalar el engendro en que vivimos, en cambio, votar, es avalar el mismo.
No votar hoy tiene un hondo significado político, más aún que ir a depositar en una urna un simple papelito de cuya inutilidad ya todos sabemos.
Los llamamos a quedarse tranquilos en casa, no perder el tiempo, confiados en que en la medida que sigamos aunando voluntades llegaremos a deslegitimar aquello que no queremos.
Esto es un comienzo, un primer paso, una lucha política que intensificaremos en los acontecimientos políticos venideros.
“YO NO PRESTO EL VOTO”
HERNÁN MONTECINOS
Escritor-ensayista