El ataúd con el cuerpo de Pierre Dubois entró a las cuatro y media de la tarde el lunes a la catedral de Santiago. Para entonces la iglesia estaba colmada de nave a nave. Dicen que ahí caben cinco mil personas. No conozco la cifra exacta. Lo que sí sé es que en esa iglesia no cabía nadie más y afuera, en la Plaza de Armas, mucha gente escuchaba lo que sucedía adentro a través de los parlantes colocados en el exterior.
Cuando las pesadas puertas de la catedral se abrieron, hubo un solo grito: “Pierre, amigo, el pueblo está contigo!” Una y otra vez el coro, y de la nada, aparecieron centenares de pañuelos y servilletas blancas para despedir al invitado de honor en una despedida que ya se la quisiera cualquier jefe de estado chileno. Detrás del féretro, centenares de pobladores que habían iniciado la despedida de Pierre cuatro horas antes desde su casa, en La Victoria, una población que nació de una toma de terrenos, en la comuna Pedro Aguirre Cerda.
Allí se instaló este sacerdote francés, que terminó siendo párroco de ahí y fue conocido por la defensa de los derechos humanos durante la dictadura chilena. La foto de él, con los brazos abiertos, enfrentando a un bus de carabineros durante una protesta en La Victoria ya es legendaria.
Pierre Dubois tenía 80 años y sufría de un avanzado Parkinson. Había nacido en Dijon y venía de una acomodada familia católica. Hoy, en Chile, es reconocido por sus pobladores, como “un victoriano más, de los nuestros”. Y allí se quedará, como él quería.
Los pobladores de La Victoria le escribieron una carta, la cual fue leída durante su despedida en la catedral. En una parte dicen que “Pierre fue un hombre del Evangelio, un hombre justo, que luchó por un mundo mejor y que nos alentó a mejorar nuestra calidad de vida durante la dictadura”. Y pasaron a citar una gran variedad de programas solidarios en el ámbito de la alimentación y empleo, entre otros, que él creó con otros pobladores, para superar la crisis que enfrentaban.
El arzobispo de Santiago Ricardo Ezzati agradeció a los familiares de Dubois –un hermano y una hermana, quienes viajaron desde Francia- por “habernos regalado a alguien de su familia y nuestra gratitud porque Pierre fue un puente eclesial entre Dijon y Santiago”. Los hermanos, a su vez, dijeron que “estamos felices que Pierre se quede en Chile. El siempre dijo que aquí, en Chile, un país que tanto amó, estaba su familia”.
Entrevisté a Pierre varias veces como redactora de derechos humanos en la revista HOY. Yo “cubrí” la muerte de André Jarlan, su colaborador, también sacerdote francés, quien recibió una bala loca, quizás no tan loca, el 4 de septiembre de 1984 mientras leía la biblia en su modesta casa en la población.
Hablé con él en numerosas ocasiones, como tantos periodistas, pero recuerdo con especial emoción la última entrevista que le hice, en cámara, para un documental que posteriormente le ofrecimos como documental a TVN en 1990. El proyecto no prosperó. Pero ese encuentro fue tan especial, en un tono tan íntimo, tan bien sentido y pensado por él y por mí. No lo volví a ver. Hasta hoy, este lunes, que abre un mes. Hoy, sentí, por vez primera desde que llegué a Chile en marzo de 2010, que regresé a la llamada patria, de la mano de Pierre.