Septiembre 21, 2024

TELESCOPIO: Historia de dos derrotas, y sus secuelas

marcha28_18_asambleaconst

marcha28_18_asambleaconstLa muerte de Santiago Carrillo hace unas pocas semanas, la crisis financiera que desde hace meses la sacude, y las recientes expresiones de separatismo catalán, hacen de España estos días un interesante tópico de conversaciones y de comparaciones.

 

 

Por cierto no voy a caer en la vieja referencia a España como la “Madre Patria”, una desafortunada y tremendamente cursi expresión que personalmente detesto. Para los que todavía no se hayan dado cuenta, no hay “madres patrias”, los países, estados o naciones no tienen madres, tampoco padres, por si a alguien le preocupa la cuestión. Menos aun podría llamarse “madre” a un estado que en algún momento histórico dado, por circunstancias muy especiales—principalmente poder militar, tecnológico y económico—se convierte en conquistador, saqueador y eventual suplantador de población en un territorio determinado que por lo demás no estaba vacío sino habitado por otros seres humanos.

 

Habiendo clarificado esa relación con España, por otro lado es ciertamente innegable que factores culturales, principalmente la lengua, crean una cierta afinidad con ese país hoy día, pese a que esa afinidad sea el resultado al final de una vulgar invasión. Sea como fuere, España es un punto de referencia interesante en el plano cultural y también—al menos en el caso de Chile—en el plano político. Al término de la Guerra Civil de 1936-39 miles de exiliados españoles se trasladaron a nuestro continente, muchos de ellos se asentaron en Chile. Afinidades políticas entre esos exiliados, su causa y el desarrollo de nuestra propia acción política en el período entre 1940 a los años 60 dejaron también su marca cultural en la izquierda chilena de ese período. ¿Quién no escuchó en múltiples encuentros juveniles de esos años las famosas estrofas de La Morena: “Dime adónde vas morena / dimes adónde vas al alba / Dime adónde vas morena y a las tres de la mañana…” y por cierto con la diferenciación en los versos de la respuesta a esa pregunta: “…Voy a la cárcel de Oviedo / a ver a los comunistas (los socialistas) que los tiene prisioneros esa canalla fascista…” Quienes conozcan un poco de la historia española de ese período sabrán que en verdad esa canción es anterior a la Guerra Civil y se refiere al gran levantamiento de los mineros en Asturias en 1934. Aunque, como pasó con otras canciones de esa época, con posterioridad, ya iniciada la guerra se le fueron agregando nuevas estrofas o modificando algunas de las anteriores. Al comienzo de la guerra por ejemplo, cuando la marinería se toma los barcos de guerra y se niega a sumarse al levantamiento fascista el estribillo de la canción decía: “No hay quien pueda, no hay quien pueda / con la gente marinera / que defiende su bandera…” Cuando el asedio fascista a Madrid arrecia en cambio la letra devino “No hay quien pueda no hay quien pueda con la gente madrileña / madrileña y luchadora…” (El diferendo sobre si La Morena fue en verdad una canción comunista o socialista estaría resuelto a favor de la primera tienda política si uno se atiene a un texto más antiguo y menos conocido de la canción que decía: “Ayer te vi que subías / por la calle Blasco Ibáñez / llevando la enseña roja y el emblema bolchevique / Dime adónde ibas morena / dime adónde ibas al alba / Dime adónde ibas al alba y a las tres de la mañana…”).

 

Aludo a esa emblemática canción (especialmente entre los miembros o ex miembros de las Juventudes Comunistas) aunque también hubo muchas otras como El quinto regimiento (adaptada de un tema de zarzuela) para festejar a esa unidad militar formada por los comunistas españoles o Los cuatro generales (adaptada del tema popular Los cuatro burreros) para subrayar una interesante característica común de lo que fue el proceso político chileno de crecimiento y acumulación de fuerzas de la Izquierda que culminara con la Unidad Popular y el golpe de estado de Pinochet, y el proceso español que va desde el establecimiento de la Segunda República en 1931, sus primeros años con avances progresistas, su retroceso con el retorno de la Derecha al cabo de un par de años, y en 1936 el triunfo de las fuerzas izquierdistas en el Frente Popular y el consiguiente levantamiento fascista del 18 de julio de ese año, la Guerra Civil que se extiende por casi tres años y la derrota de la República. En ambos procesos hubo una extensa expresión de cultura popular, especialmente de canciones. Uno puede decir que se intentó en los dos casos la construcción de una nueva sociedad al ritmo y al compás de una gran creatividad musical. Una música que también en ambos casos, ha tenido una perdurable presencia en las expresiones de lucha popular en muchas otras partes del mundo. A este respecto no deja de ser un tanto emocionante ver a veces videos de protestas y desfiles en Europa, en Estados Unidos o aquí en Canadá en que la gente marcha al son de “The people united, will never be defeated…” (“El pueblo unido jamás será vencido…”) o en traducciones a otros idiomas.

 

Por cierto muchas de esas similitudes son más de carácter anecdótico que sustancial: como en el levantamiento militar chileno, también en el español hubo cuatro generales (la canción antes mencionada hacía mención de ellos) y como en el caso chileno, en el español uno de ellos—probablemente el que los otros menos pensaban—se alzó con la torta, no en vano Pinochet profesaba tanta admiración por el Caudillo Francisco Franco, que a poco andar desplazó a los otros tres generales: Sanjurjo, Queipó de Llano y Mola. Otra coincidencia: como con el caso del general Bonilla en Chile, dos de estos generales, Sanjurjo y Mola, murieron en accidentes aéreos en territorio controlado por las fuerzas franquistas mientras aun se desarrollaba la guerra. Queipo de Llano sobrevivió el final de la guerra pero fue enviado fuera del país en diversas misiones que lo alejaban del centro del poder. ¡Vaya que Pinochet debe haberse leído bien todos estos pormenores de la guerra española! Cabe añadir que el levantamiento español había en verdad sino planeado e iniciado por el general Mola. Franco eso sí se sumó enseguida.

 

La derrota de la República Española dejó un impacto muy fuerte en la conciencia de los pueblos latinoamericanos y en particular en el caso chileno contribuyó al desarrollo de una amplia coalición antifascista. No hay que olvidar que Chile tuvo también su propia versión de la estrategia de frente popular propiciada entonces por los partidos comunistas y que curiosamente en Chile tuvo la ocasión de ganar las elecciones del mismo modo como había ocurrido en España (aunque con el trágico final por el levantamiento militar) y en Francia (donde eventualmente sucumbiría con la invasión alemana de 1940).

 

Pero mencionaba a Carrillo al comienzo de esta nota, una de las últimas figuras políticas sobrevivientes de ese feroz conflicto armado. Carrillo en su propio accionar político por otro lado reflejó lo que fueron las secuelas de la Guerra Civil y la dictadura de Franco. Abandonada finalmente la estrategia de lucha armada o de penetración de militantes desde el exterior (ver al respecto el excelente film de Alain Resnais La guerre est finie, hecho en 1966, escrito por Jorge Semprún, y con Yves Montand en el rol del activista comunista encargado de cruzar la frontera española desde París para continuar sus contactos, básicamente fútiles), el propio Carrillo apostará a fines de los 60 por una estrategia de “reconciliación nacional”, el dirigente español a ese tiempo ya se había apartado de la Unión Soviética y junto a sus colegas francés e italiano propiciaba lo que se llamó el eurocomunismo. A la muerte de Franco en 1975 se empezará finalmente a hablar de transición a la democracia (¿suena familiar?)

 

Bueno, en los hechos—y aquí hay otra fuente de comparaciones—el proceso chileno de finales de la dictadura presenta varias similitudes con el proceso político español con posterioridad a la muerte de Franco. Algo no de extrañar ya que para entonces, especialmente con el triunfo de los socialistas españoles de Felipe González en 1982 el modelo español de transición se empezó a vislumbrar en muchos círculos de la Izquierda chilena, especialmente entre algunos dirigentes del Partido Socialista, como una posibilidad muy atractiva. Recuérdese por otro lado que el propio Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que en la Guerra Civil había desempeñado un rol bastante radical, principalmente a través de quien fuera una influyente figura y último jefe de gobierno republicano, Juan Negrín, hacia la década de los setenta había ido adoptando una línea bastante más moderada, culminando en el congreso de 1979 cuando hizo formal renuncia del marxismo como su método de análisis e incluso de las concepciones revisionistas de Eduard Bernstein, en favor de aceptar la economía de mercado, eso sí con un cierto énfasis social en lo que hace al acceso a la salud, la educación y las pensiones. En la realidad lo que ha hecho al PSOE una suerte de partido liberal de corte progresista, más que una organización propiamente socialista.

 

Sin duda el básicamente pacífico y gradual tránsito de la dictadura a la democracia liberal experimentado por España, se vio como un fenómeno interesante de repetir en Chile. Había por lo demás buenas razones para ello: al ser pacífico tendría un bajo costo humano, un factor a no desconocer ni subestimar ya que como bien se sabía por la experiencia de esos últimos años, las protestas en Chile iniciadas a partir de 1983 aunque básicamente pacíficas, habían ido adquiriendo un carácter cada vez más violento por la represión policial y al final iba dejando detrás su cuota de caídos, eso sin contar las muertes causadas por la represión que cotidianamente ejercía la dictadura aunque no más fuera para amedrentar a la población, y los muertos entre los relativamente pocos combatientes de varias organizaciones armadas que se mantenían activas o emergían hacia finales de la dictadura.

 

Había otra ventaja que tal vez sólo ahora se ve y que quizás algunos la considerarán como una visión cínica de los hechos históricos, pero aquí va de todos modos: esos términos pacíficos de la transición, asegurando además su pronto inicio, permitía que los cuadros dirigentes de la Izquierda y demás oposición a la dictadura, gran parte de ellos en el exilio, por lo menos los de la Izquierda, retomaran sus posiciones de liderazgo y sus carreras políticas intempestivamente interrumpidas por el golpe. Se trataba de una generación relativamente joven aun, muchos de sus miembros con cierta relevancia en el gobierno de la UP y que por cierto deseaban volver a ser ministros, diputados, senadores y por cierto, presidentes.

 

En este aspecto hay una diferencia con la transición española en cuanto a que los protagonistas de la Guerra Civil transformados luego en una dirigencia exterior, estaban prácticamente todos muertos o muy viejos como para desempeñar roles relevantes (excepto el propio Carrillo cuyo vuelco por la reconciliación nacional aportó a la tendencia general por hacer las cosas calmadamente; algunos afirman, sin embargo, que ese mismo accionar en última instancia llevaría a la desintegración y disolución del PC español). En cambio la voz cantante de la transición española sería llevada por una nueva generación desligada de los traumas o de la memoria histórica de la guerra, pero también tan ambiciosa por asumir posiciones de poder como sus imitadores chilenos lo serían más tarde.

 

Una última comparación entre ambas transiciones nos lleva a constatar que hoy las dos adolecen de insuficiencias notorias. “La carga se arreglará en el camino” decía alguien respecto de los puntos poco claros, ambiguos o derechamente tramposos que se advertían en la institucionalidad heredada por el Chile post-dictatorial y aceptada por las fuerzas democráticas. Por cierto la carga resultó demasiado pesada como para acomodarla mientras se transitaba, mucho menos se arreglaría por si sola y ahora le está pasando la cuenta a todos los actores políticos en Chile: el sistema electoral binonimal,—enfatizado por algunos pero sólo uno de los aspectos de este fardo dejado por la dictadura—la educación, la previsión y la salud enmarcadas en un esquema de lucro, la centralización del estado, la situación de las minorías indígenas, son todas situaciones que ya no pueden arreglarse acomodando la carga un poco para allá o para acá, sino que demandan un completo reordenamiento del estado: una nueva constitución.

 

Curiosamente, informándose sobre las últimas movilizaciones en España uno no puede evitar nuevas comparaciones. Esa transición que sirvió de modelo a la chilena empieza a mostrar sus insuficiencias también. Es cierto que el proceso de redacción de la constitución española fue un poco más democrático que el chileno (bueno, en realidad el modo de redactar la constitución en Chile no tuvo nada de democrático), pero aun así los poderes fácticos en España también pesaban sobre los actores políticos temerosos por la fragilidad de su naciente democracia. Temas centrales como el carácter mismo del estado no se definieron, ni siquiera se discutieron: la monarquía se dio por un hecho consumado en desmedro de las aspiraciones y sentimientos republicanos. Aunque se concedieron notables atribuciones a las comunidades autónomas se quedó corto de establecer un verdadero estado federal. El más reciente conflicto desatado entre Cataluña y el gobierno central sobre la negativa del jefe de gobierno Mariano Rajoy de conferirle la facultad de recaudar impuestos a esa región puso de manifiesto lo limitada que en última instancia es la autonomía de las comunidades que hacen parte de España. (La facultad de recaudar sus impuestos la ha tenido la provincia de Quebec aquí en Canadá desde hace mucho tiempo sin que sea ese un factor de dispersión del estado canadiense, a lo más es una molestia para los contribuyentes que a fines de año tenemos que llenar dos declaraciones de rentas, una federal y la otra provincial). Con razón un nacionalista moderado como Artur Mas, jefe del gobierno catalán ha reaccionado de un modo que ha contribuido a estimular los vientos separatistas en esa, la región más rica de España.

 

Y el corolario de la comparación entre estas dos transiciones a la democracia que—por lo que vemos—se han quedado a mitad de camino: en ambos lados la gente ha salido a la calle, en ambos lados la demanda por una asamblea constituyente se empiezan a hacer oír. Más aun, bien se puede decir que tanto la transición española que sirvió de molde a la chilena y por cierto esta última, necesitan un profundo re-examen y en definitiva reconfigurar los resultados institucionales que de allí salieron.

 

En tiempos pasados ciertos grupos en la Izquierda que por alguna razón no gustaban mucho del canturreo de los comunistas, criticaban a éstos porque cantaban canciones que recordaban una derrota, en referencia a los muchos cantos de la Guerra Civil Española. A lo mejor algunos críticos hoy en otros países podrán decir lo mismo respecto de aquellos que cantan El pueblo unido jamás será vencido o algunas de esas otras canciones de la época de la UP. Sin embargo también veo en esas expresiones un cierto simbolismo aun válido en ambos procesos, no son sólo las coincidencias puntuales o culturales, también está el sentido de que en ambos lados, fuera por vacilaciones, desconfianza en la movilización del pueblo, simple incompetencia como negociadores u oportuno acomodamiento, los dirigentes que tuvieron la responsabilidad de plasmar un proyecto político democrático para sus respectivos pueblos simplemente no estuvieron a la altura de las circunstancias y ahora las tareas que han quedado inconclusas deben ser retomadas, por nuevas generaciones, por nuevos dirigentes y también por aquellos veteranos que en todo caso nunca fueron parte de los primeros arreglos. ¿Por qué no? Cuando los dirigentes no están a la altura hay que decirlo ¿no? Ya lo cantaban algunos que denunciaban los malos manejos de aquellos que no estaban a la altura de sus responsabilidades en plena Guerra Civil en España: “Al llegar a Barcelona lo primero que se ve / son los malos oficiales sentados en el café…” En Chile es también tiempo de cambiar a los malos oficiales (traduzcamos eso por los “malos dirigentes”, para ser más precisos).

 

 

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