Desde la primera independencia de América Latina (y por la innegable gravitación y alcance continental de sus luchas antimperialistas), los pueblos conocieron distintos personajes y personalidades que, después, la historia fue acomodando en su lugar verdadero.
En México y Cuba, los casos del vasco Francisco Javier Mina y el Che Guevara son emblemáticos. Y lo mismo vale para los miles de luchadores internacionalistas que en Bolivia, Chile, Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Colombia aportaron sus luces y dieron su sangre por la liberación nacional y la revolución.
Sin embargo, a la sombra de ellos circularon individuos que, a más de extranjeros, resultaban algo exóticos. El francés Régis Debray, por ejemplo, se convirtió en teórico del foco revolucionario y terminó preso en Bolivia luego que el Che lo expulsó de su pequeño ejército guerrillero por inepto y charlatán.
La revolución bolivariana también tuvo, en sus inicios, un personaje exótico que portaba una ensalada de ideas más incoherentes y disparatadas que las de Debray: el judeófobo y ambidextro argentino Norberto Ceresole (totalmente desacreditado en su país), quien pensó que Hugo Chávez era una mezcla o síntesis de Primo de Rivera, Juan D. Perón y Simón Bolívar.
En 1999, cuando Chávez ganó la primera elección presidencial, Ceresole cayó en desgracia. Pero la derecha venezolana y el dúo dinámico de los Vargas Llosa echaron a rodar la bolita de que el argentino era ideólogo de la revolución bolivariana. Cosa que a Enrique Krauze le vino de perillas para escribir El poder y el delirio (2008) y el capítulo sobre Chávez en el mamotreto Redentores (2011). Nada distinto, en fin, de la matriz de opinión sionista publicada por un par de ignorantes de la realidad política y social venezolana en una revista mexicana (Antisemitismo bolivariano, Nexos, agosto, 2009).
El contexto se prestaba para la difamación antibolivariana. En julio de 2006, luego de la sangrienta invasión que siguió a los despiadados bombardeos de Israel sobre la población civil de Líbano, Venezuela rompió sus relaciones con Tel Aviv. Y, a pesar del crimen de lesa humanidad, en 2007 se auscultó la posibilidad de superar las diferencias.
En agosto de 2008, Chávez recibió a una delegación del Congreso Judío Mundial (AJC, por sus siglas en inglés), encabezada por Ronald S. Lauder, el empresario argentino Eduardo Elsztain, Jack Terpins (presidente, vice y titular de la filial latinoamericana), y David Bittan, de la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela.
La AJC planteó a Chávez su profunda preocupación por algo que sólo existía en la agenda del sionismo: el avance del antisemitismo en Venezuela. En tanto, los medios de oposición bramaban a coro: ¡Están persiguiendo a los hombres de negocios judíos! O sea, el intento de las autoridades de Hacienda de elaborar un marco legal, y con libros de contabilidad, en las tiendas de joyería y de compra de oro y piedras preciosas que se efectuaban sin control en el conocido edificio Francia, ubicado en el centro de Caracas.
A finales de 2008, frente al fuego aéreo y de artillería lanzado con proyectiles de uranio empobrecido y a discreción contra niños, mujeres y ancianos de Gaza, el gobierno venezolano rompió por segunda vez sus relaciones diplomáticas y comerciales con Israel.
A partir de ahí, el sofisticado mecanismo de difamación mediática del sionismo (hasbará) accionó sus engranajes en todo el mundo. CNN, Fox News, Univisión, medios de la SIP, y hasta Wikipedia (ver página “History of the jews in Venezuela), empezaron a citar fuentes reservadas o fidedignas cercanas, o “documentos reservados obtenidos por…”, etcétera, dando cuenta de que oficiales de la fuerza Quds (unidad de la Guardia Revolucionaria de Irán) dictaban clases en la Academia Militar de Venezuela. Que en una ciudad perdida de Zulia, Hezbolá entrenaba a guerrilleros de Hamas, las FARC y ETA. Que la Yihad islámica trabajaba en los barrios peligrosos de Venezuela. Que…, etcétera.
En diciembre de 2011, varios congresistas de la mafia cubana de Miami pidieron a Hillary Clinton que se investigara a Livia Antonieta Acosta Noriega (cónsul general de Venezuela en Florida), en relación con un “supuesto ataque cibernético que incluiría a agentes de Irán, Cuba, Venezuela y… académicos mexicanos de la UNAM”.
En enero pasado, el especialista israelí Ely Karmon (asesor de la OTAN) aseguró que “Irán prepara una base militar en Venezuela ante un conflicto con Estados Unidos… No sabemos en qué fase se encuentra ni su ubicación real, pero es una información real” (sic, Infobae América, 13/01/12).
Lo único cierto es que la custodia del candidato presidencial Enrique Capriles Radonsky corre a cargo de agentes israelíes de la empresa Marksman Latin America, con sede en Panamá, que a su vez cuida a los presidentes de Panamá y Honduras, Ricardo Martinelli y Porfirio Lobo.
Y también es cierto que en Dahie, barrio del sur de Beirut (uno de los más castigados por el bombardeo israelí), hay un restaurante llamado Hugo Chávez, que prepara la mejor comida rápida de Líbano.