Julio Ramón Ribeyro Zúñiga (Lima, 31 de agosto de 1929- 4 de diciembre de 1994) fue un escritor peruano, considerado uno de los mejores cuentistas de la literatura latinoamericana.
Es una figura destacada de la Generación del 50 del Perú, a la que también pertenecen Mario Vargas Llosa, Enrique Congrais Martin y Carlos Eduardo Zavaleta. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, italiano, holandés y polaco. Aunque el mayor volumen de su obra lo constituye su cuentística, también destacó en géneros como novela, ensayo, teatro, diario y aforismo. Unos días antes de su muerte ganó el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.
La Generación del 50, buscó una renovación en la narrativa peruana, y que tuvo como tema preferente la descripción de los cambios producidos en la sociedad limeña, que comenzaba a sufrir por esos años un acelerado proceso de modernización.
Considerado uno de los mejores cuentistas hispanoamericanos, entre los volúmenes de cuentos que publicó destacan Los gallinazos sin pluma (1955), Cuentos de circunstancias (1958), Las botellas y los hombres (1964), Tres historias sublevantes (1964), La juventud en la otra ribera (1973) y Sólo para fumadores (1987), que fueron reunidos en las recopilaciones La palabra del mudo (1973-92) y Cuentos completos (1994).
El espacio acotado por el autor es el de una burguesía limeña empobrecida, aunque incursiona a veces en ambientes marginales, manteniendo el esquema básico de la expectativa frustrada de los personajes, burócratas, seres grises y olvidados, sin voz, víctimas de la trama cruel de la expansión urbana y de una incipiente modernización.
Los personajes de sus historias, pertenecen a la clase media establecida o ascendente, que se encuentran en situaciones de quiebre o fracaso, ante las pequeñas tragedias personales o cotidianas que se articulan con los discursos en constante pugna: el racismo, los rezagos de una Lima colonial anquilosada, la migración campo-ciudad en un intento por dar a conocer el fin del orden aristocrático en manos de una burguesía pragmática y vulgar. Lo anterior, si bien estas narraciones sencillas e irónicas ocurren en Lima, son un reflejo de lo que ocurría en la América Latina de su tiempo.
Las fuentes literarias de Ribeyro se encuentran en los cauces del realismo del siglo XIX, y especialmente en la escritura de Guy de Maupassant y nunca se esforzó por ocultar una abierta preferencia por la concepción tradicional de la estructura y el lenguaje narrativos.
Dueño de un estilo austero, calificado como tradicional por su afinidad con los modelos clásicos, evitó las técnicas experimentales de la novela moderna. Sin embargo, pese a este aparente conservadurismo formal, sus cuentos fueron una contribución decisiva para consolidar el paso de la narrativa indigenista a la narrativa urbana en el Perú.
Jorge Coaguila de la mano de Lolita Editores, nos presentó hace poco tiempo, Las respuestas del mudo una recopilación de las pocas entrevistas que Ribeyro dio a la prensa.
El especial carácter de Julio Ramón Ribeyro tal como los personajes de sus escritos, lo aleja del protagonismo; acostumbrado a una existencia algo marginal que en cierto modo privilegia. Es por eso que toma la decisión de separarse de los círculos literarios limeños y sacudirse de lo que más detesta: la popularidad, la fama. “Me molesta la fama en parte porque no me permite pasar desapercibido, me saca del anonimato en el cual me gusta vivir”, decía el escritor peruano.
Pocas fueron las entrevistas que dio el escritor en su vida, pues él pensaba que a los lectores más les importaba lo que el autor pensara de sus obras que los libros ya que “una buena obra no tiene explicación, una mala no tiene excusas y una mediocre carece de todo interés. En consecuencia sobran los comentarios”. Ósea, las obras se explican más por si mismas que por las opiniones del autor. A lo mejor pensaba igual que Nabokov, cuando este decía que “sentir la pura satisfacción que trasmite una obra de arte inspirada y precisa, y esa satisfacción a su vez va a dar lugar a un sentimiento de auténtico consuelo mental, el consuelo que uno siente cuando toma conciencia, pese a todos sus errores y meteduras de pata, de que la textura interior de la vida es también materia de inspiración y precisión”.
Ahora bien, toda esa reticencia que tenía para habar con la prensa se evaporaba frente a la escritura con la que construyó, un mundo de poderosa coherencia interna, dominado por un profundo escepticismo y un fatalismo derivados de la observación de la realidad. Por otra parte, sus personajes, al final de cada historia, se encuentran siempre enfrentados a la frustración. Como en la novela Alienación, donde se narra la vida de un zambo que quería ser un rubio en Filadelfia y de una rubia limeña que terminó como “chola de mierda en Kentucky”.
Dueño de una personalidad retraída, se sentía cómodo en soledad, detestaba las entrevistas por timidez porque no le gustaba la figuración además, que las entrevistas y los reportajes le incomodaban porque siempre le preguntaban las mismas cosas. Ni siquiera le gustaba promocionar sus propias obras a pesar de la presión de los editores a cuya presión cedió y es por ello que podemos saber algo más de este autor.
Con su mirada en la literatura, Ribeyro intento que visualizáramos los contrasentidos de la vida común. Como expresara Carlos Yusti en su artículo Nabokov y el buen lector de novelas. “La literatura apenas puede mostrar las contradicciones de la existencia, esos borrones apresurados de la vida que en las grandes novelas tratan de transcribirse limpios, transparentes y en muchos casos como una metáfora que puede permitir a cualquiera ver la vida sin ningún énfasis de barbarie, la vida con esa música sencilla que busca darle a nuestro mínimo espacio cierta armonía a pesar del ruido producido por los traficantes de sombras y sus burocráticos cómplices.”