Noviembre 28, 2024

NO a la Asamblea Constituyente

marcha28_18_asambleaconst

marcha28_18_asambleaconstSe esconde una trampa  peligrosa levantar la consigna de una Nueva Constitución mediante una Asamblea constituyente. Más aún, cuando algunos sujetos turbios, eternamente  peligrosos para los intereses de la gente, dicen que estarían de acuerdo en impulsar algo así.

 

No han hecho más que engordar durante estos veinte años, y abusar de la gente postergada y ahora les da una ataque de demócratas y esgrimen un cambio de Constitución mediante una Asamblea Constituyente. Esta extraña pirueta  debería generar comprensible y saludable temor entre quienes se interesan de verdad por cambios de fondo en el modelo de sociedad que propuso la dictadura y perfeccionó la Concertación.


Dese el año 2005, cuando aparecieron las primeras escaramuzas de los estudiantes versus los mandamases, muchas personas de buena fe han vendió insistiendo en que para cambiar el rumbo que lleva nuestra sociedad es necesario cambiar la Constitución. Y este aserto, que encierra una verdad profunda, trae consigo un riesgo de incalculables  alcances: que el régimen y los oportunistas del sistema,  acepten ese cometido, y lo vuelvan a favor de sus intereses.


¿Se recuerda el año 2006 y el engaño formidable al movimiento de los secundarios? Opera la misma mecánica. Aceptar como propia la reivindicación, secuestrarla en breve y luego, mostrar el resultado contrario a lo pedido, como el logro de sus afanes y principios.


Para pocos es un misterio que hay una crisis que alcanza a los instituciones del Estado, y los partidos políticos. El sistema da muestras de un agotamiento que ya no resuelven los parches y medidas paliativas ni correctivas. De hecho, lo único que se  perfecciona en métodos y técnicas, es la represión desatada que se ejerce contra los sujetos más lúcidos de este tiempo: los estudiantes.


Se viene acumulando una presión tal, que nadie puede descartar un reventón mayor de no detener  a los desordenados y disconformes que se manifiestan dispuestos a seguir peleando, en un ejemplo de decoro sin par.


El régimen ha tomado nota del fenómeno. Las medidas que se implementan por medio de los Ministerios más activos en esto de acorralar a los estudiantes, Interior y Educación, deben conceder que hasta ahora no se la pueden.


Pero eso no es todo. Otras voces se levantan. Las regiones exigen lo suyo. Los mapuche no han dejado de pelear. Sectores de trabajadores de vez en cuando levantan sus puños. Se advierte una crisis en el sistema hospitalario. Y tarde o temprano reventará la situación de las pensiones de miseria en el sistema de AFP. Los desobedientes al parecer aumentan en número y calidad.


Queda entonces explorar alternativas que pongan a salvo el régimen, así que sea sacrificando un par de cosas que permitan bajar la presión y reinventar el modelo. Y qué mejor que acceder a la exigencia de muchos y cambiar la Constitución. Hoy, a pesar de la nostalgia, muchos, comienzan a allanarse al hecho evidente que la Constitución del 80 ya dejó de ser el instrumento precioso que fue en el principio de los tiempos.


Por más de treinta años ha sido el soporte ideológico que ha mantenido en pie al sistema. Pero ya no da para mucho más.


Por eso sus fervientes admiradores, Lagos, Walker y otros,  hoy se abren a la posibilidad de redactar una nueva. Para nada sano será tanto ataque democrático. Más bien quieren tomar las riendas de una crisis que los puede dejar relegados al rincón de los cacharros olvidados.


Creer que el régimen es un atado de imbéciles, es peligroso. Creer que alguna vez piensan en el suicidio, es un error. Creer que es posible que desde el régimen pueda salir una iniciativa tan democrática como un Asamblea Constituyente que represente de verdad lo que el pueblo quiere, es de una ingenuidad alarmante.


Nada democrático puede salir de quienes por tantos años han ejercido el poder por los ilegítimos medios que ofrece el actual orden constitucional. Aceptar que quieran convocar al soberano para preguntarle qué país se quiere construir y cómo, es cometer el pecado de la estulticia suma.


Nunca se podrá cambiar la Constitución sin antes lograr grandes porciones de poder formal. Los estudiantes han legitimado la fuerza del pueblo como un motor de cambios, como una expresión de la política fuera de la forma que la ley impone. Los muchachos están haciendo política desde su propia organización, bajo sus propias leyes y decisiones. Y ese fenómeno no debe quedar como una novedad que se recuerde en el futuro sólo como algo peculiar.


Las movilizaciones deben superar el techo que impone el calendario escolar, la lucha por la educación pública y las marchas. Como nunca, se hace necesario que los estudiantes encabecen un proceso continuador de sus movilizaciones, pero que apunten al corazón del sistema, no sólo a sus extremidades.


El movimiento estudiantil debe transformarse en una fuerza tal que sea capaz de  disputar el poder donde éste nace: las elecciones. Si el movimiento estudiantil se  propusiera llevar sus propios candidatos a todo lo que se elija, las alarmas del sistema sonarían a funeral.


Un parlamento con muchos diputados y senadores elegidos por la irrupción fenomenal de los estudiantes, cambiaría la cara del país en breve. Y cambiaría las leyes y lo cambiaría todo. Un presidente nacido de esas luchas estaría llamado a encabezar un proceso que supere este tiempo gris y amargo.


Después, mucho después, se podría cambiar la Constitución con una alta probabilidad de que ahora sí podría ser de verdad democrática.

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