Un ramillete de personajes, coincidiendo en dichos y criterios con las autoridades del régimen, se ha lanzado contra los estudiantes, que desafiando la maquinaria represiva más brutal desde los tiempos del tirano han salido a la calle sin permiso. Con razones retorcidas acusan a Gabriel Boric de justificar la violencia al decir que no combatir las causas, es ser cómplice de ella. Pero lo único que hace el presidente de la Fech es evitar la posición “políticamente correcta”, que es otro nombre que tiene la mentira en este país.
Muchos habrían pagado por ver a los dirigentes estudiantiles rechazando la violencia venga de donde venga, al estilo de los cobardes que nunca fueron capaces de otra cosa que manipular a la gente, aprovecharse de sus miedos, y llenarse de dinero y poder, mientras otros combatían.
Quizás los estudiantes han cometido errores. Sin embargo, han evitado el peor de todos: creer que la pléyade corrupta que campea en el país va a resolver los problemas. Han acertado al no confiarse en las autoridades, que ya quisieran tener en sus escritorios los teléfonos tétricos por los que ordenaban la persecución a los alzados, en los añorados tiempos de la bota y la gorra. Marcadas con el estigma de haber sostenido un régimen culpable de feroces matanzas, de torturas a centenares de miles de compatriotas, y de condenar a la pobreza perpetua a millones, hacen esfuerzos sublimes porque el odio que les detonan los estudiantes rebeldes no se les note en la baba que expulsan con sus palabras. Coincidir con estos sujetos es un paso en falso.
El movimiento estudiantil debe perfeccionar sus tácticas, pero sin que esto signifique bajar las banderas. Mientras exista lucro en la educación, mientras el sistema político en su conjunto legitime y perfeccione un modelo inhumano, las condiciones para que se siga luchando permanecen.
Quienes se cruzan a los estudiantes por tres buses quemados, sin que se sepa con exactitud por qué manos, en el fondo contribuyen a la estrategia de desgaste y declinación por la que hace esfuerzos el régimen. Los diputados ambidiestros y malacatosos que aprobaron la seudo reforma tributaria de la que los estudiantes dijeron estar en contra, no hacen más que sumarse a los esfuerzos oficiales por extinguir la fuerza de los estudiantes. Muchos de los que ahora critican a los estudiantes lo hacen porque saben que en la atmósfera artificial de las elecciones no sería bien visto que haya gente revolviendo el gallinero. Ese escenario no le sirve a nadie. Más aún si se tiene en cuenta que para el aterrizaje que se intenta con la ex presidenta Bachelet, la pista debe estar limpia y el cielo despejado, de lo contrario es difícil que acepte un retorno en un ambiente que no se ha caracterizado precisamente por ser propicio a su figura.
La marcha aplastada por las fuerzas de la represión antes que siquiera comenzara, ha tenido un par de virtudes a pesar de todo. Por una parte, ha servido para que los estudiantes se den cuenta que es necesario definir otras maneras de enfrentar al régimen. Que es necesario politizar el movimiento, rescatándolo de lo meramente reivindicativo, sobre la base del convencimiento de que jamás va a existir ni una educación de responsabilidad del Estado, ni una salud digna para la gente, ni pensiones humanas, ni locomoción colectiva decente, ni democracia de verdad, en el actual modelo. Para mover el avispero los estudiantes deberían disputar el poder a los sostenedores del sistema allí donde el poder se reproduce: en las elecciones. Se hace necesario que los estudiantes encabecen la más grande e inédita incursión electoral, llevando sus propios candidatos, elegidos por la gente mediante métodos democráticos, con sus propias propuestas, definidas con el concurso activo de todos, enarbolando la decisión de desplazar del poder a quienes intentan perpetuar un modelo.
Por otra parte, la marcha que no fue -el 8 de agosto- ha tenido la virtud de desenmascarar a quienes dicen estar del lado de los estudiantes sólo para la foto, pero que, en el fondo, los consideran inoportunos e irresponsables. Los estudiantes deberán discriminar quiénes están de manera genuina con ellos y quiénes sólo lo hacen por cálculos mediáticos y poses egoístas. Y concluir que, salvo excepciones, no cuentan sino con sus propias fuerzas. Muchos que se dicen sus amigos, están preocupados de lo que viene. En pocos meses más habrán elecciones. Pronto el paisaje será coronado con la impresionante avalancha de carteles con rostros risueños, abrazando a otros rostros risueños que por el misterio de la tecnología, aparecen con caras inocentes, como si vinieran del mundo ideal del Photoshop, en donde no hay responsabilidades ni memoria.
En ese momento lo último que querrán los candidatos, sus apoderados y partidos, es que los estudiantes sigan revoloteando a la siga de exigir sus derechos. Para ese momento servirá tanto el bus quemado como las declaraciones de rechazo venidas de lado y lado.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 764, 17 de agosto, 2012