De vez en cuando niños de diez años asesinan a alguien o roban una casa. En otras oportunidades jóvenes de los guetos que rodean las ciudades, se agarran a balazos por drogas o territorio. En estos días se conoce el estudio que informa de la ignorancia que los jóvenes tienen respecto de la política y su nulo interés en informarse acerca de lo que acontece.
Son los hijos y nietos no reconocidos de la Concertación que de tarde en tarde hacen noticia. Y que corresponde a la más trágica herencia de los veinte años que gobernó la Concertación.
Con asombro, los estudiosos de la política se refieren a la indiferencia que existe entre los muchachos por participar en las instancias que se suponen destinadas para que la ciudadana elija sus autoridades. Una mayoría no tiene ningún interés en hacerlo. Otros, ni siquiera conocen a sus supuestos representantes.
Durante más de veinte años el país fue dirigido por una casta que administró el legado de la cultura dictatorial preocupados sólo de sus beneficios. Aunque a primera vista no pareciera, cada uno de los gobiernos de la Concertación aplicó las mismas políticas de la dictadura. El que se haya desterrado la tortura, el asesinato, el secuestro es presentado como el único logro original de los gobiernos que sucedieron al tirano.
Desde el punto de vista de la gente pobre, en Chile nunca ha habido una transición. Sigue en las mismas condiciones desde que el tiempo es tiempo. Los campamentos se han desterrados para mejorar la estética de los barrios pudientes. Esos habitantes han cambiado sólo de paisaje. La pobreza es la misma, la marginación es misma, el desprecio es el mismo. Un cambio comprobable son las antenas parabólicas que no hacen más que poner un toque de comedia a la tragedia de esas vidas.
De tarde en tarde, personajes venidos de ese mundo etéreo y fascinante de los anteriores gobiernos, hacen sus declaraciones ampulosas, pletóricas de buenas intenciones, pero cruzadas por la amnesia más profunda. Levantan el dedo y exigen cambios y reformas y mejoras y leyes y anuncian acciones con la emoción de las cosas ciertas.
Ya es hora que las cosas cambien. Se hace necesario dar pasos concretos. Hay que escuchar con realismo y de cara a la gente. Los estudiantes han mostrado el camino. La Constitución ya no da para más.
Cada uno con su estilo, cada cual con su cadencia, administrando las declinaciones de sus mentiras, ofrecen, prometen, anuncian. El sempiterno murmullo del cantinfleo y el recoveco.
Actuar de espaldas a la realidad se ha transformado en la característica de los políticos concertacionistas. Para ellos nunca pasa nada. Y nada es tan grave como para que no lo resuelva un par de mentiras bien montadas.
Las encuestas los tienen por el suelo desde hace mucho, pero ellos, como si lloviera. Sus escasas salidas públicas son oportunidades para que la gente les diga pa tu madre, y ellos ni se enteran. Jamás han puesto un pié en las manifestaciones estudiantiles y para ellos ese dato es intrascendente.
Al ver en las noticias de las nueve lo que pasa en el país que crearon y criaron, lo que pasa en las poblaciones, entre los niños que se matan con cuchillos, pistolas o drogas, las cárceles abarrotadas de presos, la gente arracimada en buses para viajes de espanto, salas de espera infectas de hospitales infectos en donde la muerte no asombra, niños, mujeres, ancianos mapuche en las miras criminales de la policía, centenares de miles de muchachos, muchos de ellos vestidos de uniforme, gritando su rabia, ¿les pasará algo en el alma? Dirán en un ataque de franqueza a salvo de las cámaras, ¿fue esto lo que hice, fue esto lo que ayudé a crear?
Esta legión de políticos macerados en sus eternas y cómodas posiciones, alguna vez dejarán sus estatus de ganadores eternos. De acomodados y falaces progresistas, seudo izquierdistas, prepotentes de trajes caros y cenas sofisticadas, pasaran alguna vez a ser recuerdos que a nadie dirá nada trascendente.
Hoy que arrecia la represión contra los muchachos recordarán cuando eran ellos los Ministros cínicos, los subsecretarios amenazadores, los voceros prepotentes. De haber en ellos trazas de decoro, de inteligencia o lucidez, debieran retirarse en medio de brutales mea culpa al silencio más profundo. Así, el trasfondo de la historia podría ser más compasivo mientras gozan de los ahorros de veinte años de cargos importantes y viáticos jugosos.
Esta generación que lucró con los deseos profundos de la gente, que se burló de su alegría, obvió sus derechos y fue indiferente a su sufrimiento, tiene su tiempo contado. La decadencia anunciada de una cultura afincada en sucesivos chantajes a la gente crédula y carente, terminará fatalmente en un desaguadero oscuro y olvidado. No puede ser de otra forma.
Es cierto que quienes tienen en sus manos la energía para transformarlo todo aún viven sospechando unos de otros, pero siempre ha sido así. En algún momento los astros se van a alinear, y la premonición acariciada de la gente se volverá un hecho magnifico y brutal.