La cita cuatrienal del deporte mundial pone a los que no hacemos de esa actividad un elemento muy importante en nuestras vidas, en una posición un tanto incómoda. ¿Es esta una gran fiesta del deporte y la juventud o es más bien una gran orgía comercial y de paso, un factor más de diversionismo para las grandes masas?
Un viejo dilema para quienes intentamos abordar desde nuestras tribunas mediáticas los problemas políticos y sociales. Eduardo Galeano—cuyas credenciales como uno de los más agudos críticos de la sociedad capitalista latinoamericana nadie puede poner en duda—en más de una ocasión se ha referido al tema e incluso escribió un libro dedicado al fútbol (El fútbol a sol y sombra, 1995). En otra ocasión describió las discusiones en torno a cubrir o no el deporte en un diario de izquierda que recién se lanzaba. Es cierto, para muchos sectores políticos de izquierda el deporte era una manera que tiene la clase dominante de afianzar su control sobre la población, recurriendo a los aspectos alienantes del deporte, en especial el fútbol, el más popular de todas las actividades deportivas.
Las Olimpíadas (como los Mundiales de Fútbol) vendrían a ser como la expresión máxima de esa facultad alienante del deporte, en este caso como una suerte de mecanismo de alienación globalizado.
Por otro lado sin embargo, uno tendría que estar muy alejado de la realidad de su pueblo—de cualquier pueblo en este caso—como para ignorar que en torno a estos eventos deportivos mundiales se crea una atmósfera que envuelve afectivamente a la gente, en especial a la más humilde. Uno dirá quizás por una manera vicaria de sentirse triunfadores. Puede ser. Pero de algún modo hay que entender la alegría de protagonistas de estas competencias como el jamaicano Usain Bolt y lo que su victoria impecable en los 100 metros representa para el pueblo de un país pequeño en nuestra América. Como lo hubiera sido también si el chileno Tomás González hubiera logrado una medalla en la competencia de gimnasia donde por lo demás llegó a estar muy cerca (y su actuación no deja de ser meritoria considerando especialmente como la mentalidad burocrática de los dirigentes deportivos de su respectiva federación casi llegó a impedir que el joven deportista pudiera participar en otra previa competición el año pasado).
Naturalmente las críticas a la manera extravagante con que las diversas ciudades que son elegidas para albergar los juegos abordan su organización no dejan de ser valederas. Aquí mismo en Montreal, la ciudad donde resido, el costo del Estadio Olímpico (una cifra récord mil 200 millones de dólares) que albergó los juegos de 1976 terminó de pagarse hace poco más de diez años. Lo peor del caso es que esos enormes gastos en infraestructuras deportivas muchas veces no tienen mayor utilización después de las Olimpíadas. Un reciente reportaje de Pedro Carcuro para Televisión Nacional de Chile mostraba el estado de deterioro de las instalaciones construidas para las Olimpíadas de Atenas. Además el exorbitante costo de esos juegos celebrados en 2004 habría contribuido al déficit que arrastran las finanzas griegas, a su vez un indirecto factor en la crisis que hasta ahora afecta a ese país europeo. Una vez más ejemplifico con lo ocurrido en la propia ciudad en que resido, el costoso Estadio Olímpico montrealés permanece vacío la mayor parte del tiempo: un equipo de béisbol que lo utilizaba quebró hace unos años, y sólo cuando se juega alguna final o un amistoso de fútbol importante es usado para lo que acá se llama el soccer, también se usa para finales de lo que acá es el fútbol canadiense, un deporte parecido al fútbol americano, con pelota oval y con jugadores que visten grandes hombreras y cascos. De todas las instalaciones construidas para los juegos de 1976, sólo la piscina olímpica es usada regularmente por deportistas de distintas edades. siendo el caso más dramático el del velódromo que fue convertido en un zoológico bajo techo… El destino de las instalaciones y su utilización por jóvenes deportistas aficionados una vez concluidas las Olimpíadas son ciertamente algunas de las más importantes cuestiones que levantan algunos críticos de los juegos en Londres y seguramente en esto no están solos, la idea de gastarse una enorme fortuna en levantar estadios y gimnasios para luego dejarlos abandonados porque no resulta rentable mantenerlos abiertos y accesibles al deporte amateur ha formado parte de la manera de hacer las cosas en Montreal, en Atenas y probablemente en muchas otras ciudades que han servido de sedes olímpicas. Es al fin de cuentas parte de la irracionalidad con que funciona el sistema capitalista.
Pero por cierto las Olimpíadas proveen material mucho más allá de lo estrictamente deportivo y sus costos. Utilizando un poco de psicología freudiana se podría decir que los grandes estadios, gimnasios, pistas atléticas y piletas de natación son además un escenario sublimado de los conflictos y rivalidades mundiales. En tiempos de la Guerra Fría, soviéticos y estadounidense competían por llegar a los podios y hacer escuchar sus himnos nacionales; en tiempos actuales la a veces feroz competencia entre China y Estados Unidos por acumular más medallas refleja a su vez lo que son las mayores potencias del momento en términos económicos y comerciales. Claro está, sin las connotaciones ideológicas que subyacían en la confrontación entre la antigua URSS y EE.UU.: comunismo (o socialismo en un sentido más estricto) versus capitalismo. Hoy nadie puede decir que China represente una concepción socialista o comunista, sólo una manera quizás más eficaz y astuta de hacer capitalismo. Aun así, la rivalidad entre ambas potencias ha sido demasiado evidente en Londres. En última instancia sin embargo y en tanto sublimación de lo que sería un conflicto bélico, el que la batalla entre los diversos contrincantes sea meramente en una cancha, en una pista de carreras o en un polígono de tiro al blanco, todavía es más humanista y deseable a que los contrincantes se hallen en un campo de batalla y disparando munición verdadera.
Y de alguna manera las Olimpíadas aun ejercen un innegable rol como reflejo de los avances de sus respectivas sociedades con resultados que pueden ser a su vez interpretados como expresiones de los éxitos reales o no del sistema económico que las sustenta. China, hasta este momento encabezando la tabla de ganadores de medallas puede argumentar a favor de su sistema, con el significativo hecho que el deporte y el cultivo de talentosos deportistas desde su infancia corre por cuenta del estado. En tanto, Estados Unidos el otro gran contendor puede alegar que si bien hay también subsidio estatal directo o indirecto a gran parte de la actividad deportiva en ese país, es el auspicio de esa actividad por parte de la empresa privada el que tiene el rol central (las Olimpíadas de Atlanta en 1996 fueron financiadas en su mayor parte por Coca Cola, siendo la primera en los últimos tiempos que al final logró grandes ganancias). Por otro lado es innegable que Cuba, el país latinoamericano mejor ubicado en el medallero olímpico al momento de escribir esta nota, debe su éxito a la atención que el estado cubano ha puesto para la práctica del deporte de manera masiva por parte de la población: de ser un país sin mayor figuración olímpica, Cuba se ha convertido en una potencia deportiva continental. En tanto que los críticos de Corea del Norte que aseguran que su población se muere de hambre no sé cómo interpretarán el hecho que ese pequeño país asiático aventaja en medallas ganadas a la bien alimentada Suiza.
Trato ahora de volver a mis dudas iniciales: ¿fiesta del deporte u orgía comercial? Bueno, de alguna manera algo de ambos. Como los carnavales, las grandes manifestaciones religiosas y los festivales artísticos, uno puede decir que los grandes eventos deportivos entran en esa categoría a la que las sociedades desde tiempos remotos recurrían, eventos que tienen un carácter comunal, en el cual se encuentran grupos venidos desde distintos lugares, a veces grupos que no se miraban muy bien mutuamente, pero que en torno a algún sitio u objeto simbólico dejaban de lado sus diferencias aunque fuera por breve tiempo para dedicarse a ese evento. En la antigua Grecia eran las Olimpíadas originales, en honor a los dioses del Monte Olimpo, pero similares encuentros se pueden hallar en muchas otras culturas, incluyendo las ceremonias entre religiosas y deportivas de los antiguos mayas en campos de pelota cuyas ruinas todavía existen en México y Guatemala.
De alguna manera también como indicaba cuando me refería al deporte como sublimación, las expresiones nacionalistas que puedan surgir en torno al equipo del país propio son generalmente menos perniciosas que las que surgen cuando lo que está en juego es un pedazo de frontera. Es en cierto modo un nacionalismo blando, menos peligroso, una expresión menos agresiva y que por lo demás puede diluirse si se la disemina entre las diversas naciones con las que uno pueda sentir simpatía. La ventaja de tener una doble nacionalidad como es mi caso por ejemplo, es que aparte de hinchar por los deportistas chilenos y si ellos no ganan medallas, siempre puedo apoyar a los de Canadá que han ganado unas cuantas medallas, aunque no todas las que esperaba la gente aquí. Y si ello no es suficiente están los demás equipos latinoamericanos y caribeños con los cuales uno siente identificación cultural e histórica.
A contrapelo de un encasillamiento absoluto y más bien dogmático que uno escuchaba en algunos círculos intelectuales de izquierda respecto del deporte, en la práctica de éste no hay de por sí una intención manipuladora de las masas con el fin de enajenarla o idiotizarla. Eso más bien ha venido en parte con la farandulización de las figuras deportivas (como también se está haciendo crecientemente con los políticos), con la transformación de los deportistas en celebridades y hasta con la erotización de algunas de sus figuras (especialmente las del deporte femenino) lo que ha hecho de eventos como las Olimpíadas una gran feria de mercancías y cada juego en si mismo un vehículo para la transmisión de un mensaje consumista.
Esa manipulación del deporte por cierto se hace a veces sutilmente, como lo es la práctica de los patrocinios de deportistas y equipos por determinadas marcas comerciales que son exhibidas visiblemente en sus uniformes y que el público termina asimilando de manera inconsciente, u otras veces de manera más grotesca y estúpida que todo el mundo ve y termina rechazando, como recuerdo haber visto en televisión hace unos años cuando la selección juvenil chilena después de su actuación en el Mundial de Canadá fue recibida en la Cámara de Diputados, ocasión que un avivado promotor aprovechó para hacer acompañar a los deportistas por unas bataclanas ligeras de ropa que hicieron las delicias de algunos diputados (como antes señalaba, también hay una gran farandulización de la política).
Naturalmente para las grandes empresas auspiciadoras de estos juegos y de sus equipos, así como los consorcios televisivos y otros grandes intereses económicos que se mueven en la trastienda de los cinco anillos, las Olimpíadas son simplemente una ocasión más de hacer dinero. Teniendo eso también presente uno puede aun estar tranquilo que disfrutar de los eventos deportivos no tiene que hacer perder de vista esa lógica del sistema en que vivimos. A lo más uno puede denunciar los aspectos más injustos o más absurdos que se dan en este manejo olímpico. Por ejemplo, a esta altura, pensándose en que el próximo año se decidirá la sede de los Juegos Olímpicos de 2020, aun Madrid con toda la crisis que existe en España en estos instantes insiste en mantener su postulación para albergar esos juegos los que—ya por los gastos hechos por Londres—implican un gasto de varios miles de millones de dólares. Un gasto que un país que está casi en quiebra no puede ni debe asumir, porque ello implica grandes sacrificios para su pueblo.
Pero en el intertanto, no hay problema en disfrutar con los logros deportivos de estos jóvenes venidos de todas partes del mundo, ellos mismos no son los culpables de que haya un sistema que explotará esos logros para otros propósitos, pero mientras más gente se dé cuenta de que así son las cosas, quizás la balanza se irá inclinando más hacia lo positivo de estas citas globales del deporte.