En el día de ayer se ratificó en Brasilia el ingreso de Venezuela al Mercosur. De este modo el bloque comercial sudamericano se refuerza tanto cuantitativa como cualitativamente. Lo primero, porque agrega a un nuevo socio con un producto bruto estimado -por el World Economic Outlook del FMI en paridad de poder adquisitivo- en 397.000 millones de dólares. Es decir, se agrega una economía de un tamaño ligeramente superior a la de Suecia. El Mercosur agrandado cuenta ahora con un producto interno bruto total de 3.635.000 millones de dólares, lo que lo convierte en la quinta economía del mundo, sólo superado por Estados Unidos, China, India y Japón, y claramente por encima de la locomotora europea, Alemania.
Cualitativamente hablando la incorporación de Venezuela significa integrar a un país que, según el último anuario de la OPEP, dispone de las mayores reservas certificadas de petróleo del mundo, habiendo desplazado de ese sitial a quien lo ocupara por varias décadas: Arabia Saudita. Además, desde el punto de vista de la complementación económica de sus partes el Mercosur luce como un espacio económico mucho más armónico y equilibrado que la Unión Europea, cuya fragilidad energética constituye su insanable talón de Aquiles y una fuente permanente de dependencia externa. Comienza, por lo tanto, una nueva y decisiva etapa, en donde a un conjunto de países sudamericanos grandes productores de alimentos -y, en los casos de Argentina y Brasil, poseedores de una importante base industrial y significativas riquezas mineras- se le agrega la mayor potencia petrolera del planeta.
En un contexto de crisis mundial como el actual y ante las políticas proteccionistas que cada vez con más fuerza adoptan los gobiernos del centro capitalista, la integración de los países del Mercosur es la única salvaguarda que les permitirá resistir los embates de la crisis mundial del capitalismo o al menos amortiguar su impacto.
No hace falta demasiado esfuerzo para comprobar las proyecciones que puede llegar a tener este Mercosur “recargado.” Si los gobiernos de la región diseñan mecanismos flexibles y eficaces para sacar partido de esta enorme potencialidad económica y si, al mismo tiempo, se resuelven las asignaturas pendientes de los acuerdos que originaran al Mercosur -la Declaración de Foz de Iguazú firmada por Raúl Alfonsín y José Sarney en 1985 y, años después, el Tratado de Asunción, fechado en 1991- y que reflejaran la hegemonía ideológica del neoliberalismo en aquellos años, el futuro económico de nuestros países puede ser muy promisorio.
Un componente fundamental de esta nueva etapa debe ser, sin duda, el fortalecimiento de los “otros mercosures”: el social, el laboral, el educativo, para no mencionar sino aquellos que han suscitado, precisamente por su ausencia, los mayores y más sostenidos reclamos. Esto le otorgará a los movimientos sociales y las fuerzas políticas populares una oportunidad inmejorable para hacer oír sus demandas y presionar efectivamente a los gobiernos para que adopten sin más dilaciones las políticas necesarias para que el Mercosur deje de ser un acuerdo pensado para ampliar los mercados y reducir los costos operativos de las grandes empresas y se convierta en un proyecto de integración al servicio de los pueblos.
Pese a la importancia de las anteriores consideraciones la significación fundamental del ingreso de Venezuela al Mercosur radica en otra parte. El aislamiento de ese país y su conversión en un estado paria era el objetivo estratégico número uno de Estados Unidos luego de la derrota del ALCA en Mar del Plata. La campaña para asegurar el logro de esa meta no reparó en escrúpulo alguno, y toda la artillería mediática, política y económica del imperialismo se descargó sobre la república bolivariana con el propósito de construir la imagen de un Chávez dictatorial, pese a que como correctamente lo señala Ignacio Ramonet, se sometió trece veces al veredicto de las urnas, ganando en doce ocasiones por amplio margen y perdiendo tan sólo una vez, por menos del 0.5 % en el referéndum del 2 de Diciembre de 2007 sobre un complejo proyecto de reforma constitucional. Derrota que fue de inmediato reconocida por Chávez y que como en todas las demás elecciones contó con la presencia de “misiones de observadores enviadas por las instituciones internacionales más exigentes (ONU, Unión Europea, Centro Carter, etc.)” que avalaron con su presencia la legitimidad y legalidad del proceso electoral. Como si lo anterior fuera poco hay que decir también que con Chávez se incorpora al núcleo de los gobernantes del Mercosur al principal estratega y “mariscal de campo” de la lucha antimperialista en Latinoamérica. El otro, que no puede hacerlo por razones obvias, es Fidel.
El senado paraguayo se había prestado a ese juego, a cambio de una jugosa recompensa para sus tribunos, pero el golpe de estado perpetrado entre gallos y medianoche contra Fernando Lugo desbarató, para estupefacción de Washington, los planes del imperio. La Casa Blanca no tomó nota que las épocas en que sus deseos eran órdenes había sido definitivamente superada y jamás pensó que los gobernantes de Argentina, Brasil y Uruguay iban a tener la osadía de aprovechar la suspensión de Paraguay ocasionada por la violación de la cláusula democrática del Mercosur para poner fin a una absurda espera de seis años. Desde el punto de vista geopolítico la inclusión de Venezuela en el Mercosur es, y conviene reparar en esto, la mayor derrota sufrida por la diplomacia estadounidense desde el descalabro del ALCA.
Tal como lo recordara hace pocos días Samuel Pinheiro Guimaraes, quien hasta hace un mes se desempeñara como Alto Representante del Mercosur, las inesperadas consecuencias del golpe en Paraguay tendrán perdurables e importantes efectos. En primer lugar, porque de aquí en más será mucho más difícil y costoso orquestar un golpe de estado contra un Chávez protegido institucionalmente por la normativa del Mercosur, entre ellas la cláusula democrática recientemente violada en Asunción. Será también mucho más complicado para un país como Estados Unidos, insaciable consumidor de petróleo, tratar de apropiarse de la riqueza hidrocarburífera venezolana a la vez que mucho más atractivo para los demás países sudamericanos integrarse cuanto antes a un rico espacio económico que se extiende sin discontinuidades desde Tierra del Fuego hasta el Mar Caribe. Por último, será mucho más difícil para Washington tratar de rearmar el esquema de “libre comercio” desechado con la derrota del ALCA. En suma, hay fundados motivos para el regocijo: ayer, en la futurista Brasilia, los sueños integracionistas de Bolívar, Artigas y San Martín dieron un gran paso hacia adelante.