El principal mercado capitalista mundial –la Eurozona– está hecho trizas. La economía estadunidense no se recupera, los países asiáticos (China, India, Japón) también tienen grandes dificultades, así como los llamados emergentes
(como Brasil y Argentina), de los cuales no se sabe muy bien porqué.
La reducción del precio de los combustibles, ante la menor demanda industrial debido a la crisis, aunque alivia a los países importadores netos (como Cuba o la mayoría de los africanos), afecta también a los grandes exportadores como Rusia o Venezuela, cuyos planes de desarrollo interno dependen del precio de los hidrocarburos. En estas condiciones, Washington se ve tentado para aprovechar su superioridad militar y conquistar nuevos recursos y posiciones frente a sus competidores.
Esto es lo que está en juego en Siria, con independencia de la rebelión contra la barbarie pluridecenal de la dictadura hereditaria de los Assad (Hafez y su hijo Bachir). En Siria, en efecto, se entrecruzan varios problemas explosivos. El primero es la cuestión curda. Los vencedores de la Primera Guerra Mundial despedazaron al imperio otomano y colonizaron Siria, Irak y Jordania. En la Conferencia de Colombes ofrecieron a los curdos un país independiente, el Kurdistán, pero después dieron marcha atrás. De este modo hay curdos en Turquía (15 millones), en Siria, en Irak (todo el norte petrolero) y en Irán, que se ayudan entre sí. Todos esos países combatieron siempre el separatismo de sus
curdos dentro y fuera de sus fronteras y Turquía ha bombardeado repetidamente el norte de Irak para que los curdos iraquíes no apoyen la rebelión de los curdos turcos. Ahora amenaza hacer lo mismo en el norte de Siria, ya que el ejército de Damasco, que antes controlaba la frontera con Turquía, está actualmente empeñado en los combates contra la rebelión armada en Damasco y Alepo.
Ahora bien, una guerra turco-siria daría un potente impulso a la desestabilización del régimen de Bachir Assad que están llevando a cabo Estados Unidos, Arabia Saudita, los emiratos del Golfo Pérsico, que arman y financian a los rebeldes y pagan los mercenarios fundamentalistas libios que por miles combaten contra el gobierno sirio. Pero la Siria de Assad es una garantía de statu quo regional para Israel, que ve con temor la posibilidad de un gobierno islámico radical en Damasco. El gobierno de Assad, en efecto, frena a los Hezbolá de Líbano y en cierta medida a Irán. La caída de Assad abriría, pues, la puerta a la guerra con Irán por el control del petróleo y del gas iraníes, y a una nueva guerra tanto en el Líbano como en Palestina, justo en el momento en que hay manifestaciones en Israel por la crisis y dos ancianos se prendieron fuego porque no podían pagar sus deudas.
Además, Irán es vecino y aliado de China y de Rusia. La derrota de Estados Unidos y la OTAN en la guerra ya perdida de Afganistán refuerza actualmente el papel de Teherán y de Beijing en la zona, en un proceso en continua degradación de la influencia de Washington que se ve facilitado por los continuos asesinatos cometidos por Estados Unidos en Pakistán, que exacerban el nacionalismo paquistaní.
Por lo tanto, Estados Unidos y sus agentes árabes y europeos están jugando con una guerra que abarcaría mucho más que Siria, incendiando media Asia, y que involucraría de uno u otro modo a Rusia y China, unidas una vez más por el enemigo común. La presencia de la armada rusa en aguas del Mediterráneo, frente a Siria, tiene el carácter claro de una advertencia. A buen entendedor, unos cruceros bastan…
La guerra, como siempre, ¿será la salida del capitalismo a una crisis profunda y prolongada, que por su magnitud no tiene precedente? La cortedad de vistas de los generales y políticos estadunidenses y su brutalidad son proverbiales, pero, ¿pensarán realmente esos genios de la geopolítica que será fácil una guerra pues las protestas masivas contra la crisis que agitan a los países europeos no pasan hasta ahora del no a los planes del capital financiero internacional, pero no han llegado todavía a formular propuestas alternativas, antisistémicas, anticapitalistas y, por consiguiente, por ahora no existe (según ellos) el peligro de la conjunción entre crisis y revolución?
Pero el nacionalismo de los pueblos oprimidos y su gran hambre de democracia, como demostraron los pueblos árabes y la resistencia armada antinazi y antifascista en Europa durante la Segunda Guerra Mundial, así como la revolución china y los movimientos de liberación en las colonias, podría ser una fuerza gigantesca que, en su marcha tumultuosa, se llenaría de contenidos sociales anticapitalistas. La existencia de un movimiento socialista fuerte no ha sido nunca la condición previa y sine qua non para una revolución, como lo demuestra la misma Revolución Mexicana. Las revoluciones, por el contrario, son la condición previa para el desarrollo de las ideas socialistas y éstas son la precondición para desarrollar a fondo una revolución democrática y de liberación nacional y transformarla en una revolución anticapitalista. De ahí la necesidad, desde ahora mismo, de romper las ilusiones sobre la posibilidad de reformar un sistema que engendra crisis y guerras y podría lanzarse a una aventura que, dados los medios actuales y la actual relación de fuerzas entre los grandes países, podría ser mucho más mortíferas que las dos matanzas anteriores, la de 1914-18 y la de 1938-46. ¡Los movimientos sociales no pueden permanecer mudos ante este peligro!