El aguante de los asalariados, los pobres y los ciudadanos de este país están siendo puestos a prueba cada día.
Se les pisan los callos en el bus, en el metro, en el supermercado, en el hogar, con la carestía, las deudas, y el estado de ánimo, por supuesto, que se va calentando.
La guinda de la torta de esta espiral se encuentra en el trabajo.
Trabajar sin saber para quien se trabaja es apenas un síntoma del problema.
Trabajar en el Call Center o en una empresa de los malls, es como no saber para quien se trabaja, porque el patrón es una empresa subcontratista cuyas oficinas están en Lampa u otro lugar de difícil acceso, para dificultar los reclamos y sus nombres son de fantasía, para hacerla difícil.
En los Mall se prohíben los sindicatos bajo amenaza de despido invocando cualquier otro motivo.
Se cambian las condiciones del contrato cuando quieren y “si no te gusta te vai”, es la respuesta.
Generalmente estas joyitas de empresas subcontratistas tienen por ejecutivos a personeros poco elegantes, por no decir ordinarios por su trato prepotente.
Los dueños de esas empresas son gente de cuello y corbata, que recibe el sueldo de los trabajadores, que debiera ser íntegro para ellos, pero a éstos sólo les pagan el mínimo que la ley permite y el resto para Ernesto.
Cuando existe sindicato la cosa se pone brava, desconocen a los dirigentes y todas las peticiones son rechazadas, para forzarlos a ir a la huelga. Una vez en huelga comienza la peregrinación, el ninguneo, y así dejan pasar el tiempo como una forma de provocación y para tratar de doblegarlos por el hambre, las deudas, las amenazas y la inseguridad laboral.
A estas alturas del conflicto los ánimos se van recalentando hasta llegar a la explosión.
Es aquí donde se pierde toda cordura y la indignación llega a su límite.
No sólo en el caso de los trabajadores, sino de todos los indignados. Así fue en Magallanes, en Aisén y Coyhaique, en Freirina, Calama y un gran número de conflictos sociales de envergadura.
¿Por qué esperar hasta la máxima indignación?
La razón es una sola: Solucionar un conflicto disminuye el lucro, las ganancias de los empresarios, y en este gobierno eso es algo sagrado. Las penas del infierno para quien atente contra esta premisa de enriquecerse sin límites, en el menor tiempo posible. Por eso no hay solución a los conflictos como el de Konecta, llevando a los trabajadores a la desesperación.
La campaña mediática puesta en marcha por el gobierno condena los actos de protesta, pero no exige que se solucione el motivo del conflicto, y esto vale para todas las protestas, sean estudiantiles, mapuche, contra las hidroeléctricas y otros depredadores del medio ambiente.
Un llamado a la solidaridad con todos los trabajadores, etnias, organizaciones sociales en conflicto, verdaderas víctimas de las leyes represivas y los abusos patronales.
Ismael Hernández V