La sensación de extrema tristeza, sigue tan presente como el día después del maremoto. La reconstrucción material, dicen que ha sido lenta. La reconstrucción mental, prácticamente no ha existido. Este es un viaje a uno de los pueblos más tocados por la insolencia del mar, y que sigue pidiendo atención a las autoridades, por fuerte que suene, para, literalmente, poder seguir viviendo.
Poco a poco comienzan las alertas de todos en las ventanillas del avión que nos lleva al archipiélago Juan Fernández. Su paisaje, sin mediar rechazo, se impone de manera casi artística y soberana, a veces imprudente, transformándose tal vez, en una de las mejores decoraciones que alberga el Pacífico Sur. Su acceso, es complejo. Situado a
Entre roqueríos, poco a poco se va construyendo la vista del muelle que recibe a los visitantes. A un año del terremoto, la sencillez de ese pueblo se irradia, de manera tal, que no demoran en expresar aquella simpleza social que sólo se ve fuera de Santiago.
La postal devastadora que hace más de 365 días atrás produjo aquella ola insolente, sorda y tirana, sigue atravesando los aires en cada rincón, en cada pedazo de madera que tirado en el piso, parece un símbolo invaluable para la historia del país.
Aquella madrugada del 27 de febrero del 2010, es un tema sólo en las cabezas de los isleños. Tal es el impacto, tal es el recuerdo, tal es el dolor que ni esta, ni ninguna otra crónica podrá describir fehacientemente lo que allí se vive. Los ojos de Robinson Crusoe aún buscan secarse las lágrimas, que desde el año pasado, no han parado en llanto. La reconstrucción, parece un tema secundario. Muchos anhelan, más que levantar sus casas, levantar sus cabezas, sus almas.
“Puntito”
Justo al frente del muelle, cruzando lo que quedó de plaza, está la casa de Jimena Green, esposa de Willie Martínez, aquel emblemático pescador conocido por protagonizar un comercial de un té para el resfriado. No es fácil acercarse a ellos. No por descortesía, sino por el temor que, principalmente Jimena, tiene si quiera en pensar recordar la madrugada del 27/F. Perdió a su nieto Joaquín, de ocho años, popular entre las angostas calles de Juan Fernández. Le decían “Puntito”, “porque era chiquitito como un puntito, inquieto, era mi ser amado”, cuenta Jimena.
Hace tiempo que ya no hablan con los medios. Tras el cataclismo, contaron su historia, pero por sanidad mental, ahora evaden los micrófonos. El silencio, es su mejor compañero. “Cuesta olvidar, el duelo yo lo vivo en silencio, de forma espiritual, así conmemoro ese día, que me quitó a mi ser amado”, dice escuetamente.
Tal es el impacto de este caso, que pocos en la isla también se atreven a hablar de “Puntito.” Lo anterior, una muestra sensible, de que las heridas en Juan Fernández, siguen abiertas, muy abiertas.
“La reconstrucción ha sido lenta. Acá se han puesto más las personas particulares. La cabeza, la parte mental, está muy mal, no estamos bien, en realidad no es tan fácil… es terrible”, asevera Jimena.
“Si tan solo nos hubieran avisado tres minutos antes de que llegara la ola, todo sería distinto. Mi ser amado… ¡ay!, mi ser amado”, agrega.
Sus ojos, son decidores. Sus ganas de no hablar, más aun. La pena camina por cada casa que quedó parada en Juan Fernández. La reconstrucción ahora recién comienza a asomarse, como para decir que las metas, a un año, se están cumpliendo.
Tratar de volver al mar
Así opinan muchos. Robinson Green, tío-abuelo de “Puntito”, también comparte esa percepción. Su historia, además, es tan trágica, que las lágrimas no demoran en presentarse. Pareciera que el llanto, se ha transformado en un integrante más de la isla.
Él perdió a una nieta y a su esposa, a quien el mar se la arrebató de entre sus brazos. Al menos, el océano tuvo la cortesía de devolverle el cuerpo, aunque las imágenes de aquella tragedia siguen presente. Claro, él es pescador, tiene que partir desde el único muelle que tiene Robinson Crusoe, muelle, desde el cual, le perdió el rastro a su mujer.
“Cuando me acerco al muelle para ir a pescar, me tiritan las piernas, tengo que hacerme el fuerte, pero me tiritan las piernas y evito asomarme al lugar específico donde ella murió”, cuenta.
Profundizar en su historia, parece innecesario. Los recuerdos calan hondo, y más aún la vista de Juan Fernández, que cuando caminamos haciendo esta improvisada entrevista, terminamos parados, sin saber, en lo que hasta hace un año, era una exitosa hostería.
Reconstrucción lenta
Muchos, en todo caso, dicen no tenerle rencor al mar. Pese a todo, salen a buscar convivencia con él, que aguarda día tras día, a metros de la plaza de armas.
Hablar de reconstrucción, es hablar de un proceso que por meses, dicen, no conocieron. “Aún no se levanta ni una casa, hay gente que sigue viviendo en carpas”, dice una isleña, sentada junto a unos asadores que portan anticuchos, preparados por la municipalidad.
Dicen que este último tiempo, dos meses recién, han intensificado las labores de construcción en la isla. Se reconstruyó una escuela, la posta, y se trabaja en viviendas para los afectados por el maremoto. El problema, es que poco se ha hecho para reconstruirles los corazones, y el ánimo a todos, todos los isleños.
La sensación se respira, se siente, pero no se contagia. Aquella amargura se vive sólo en los pensamientos de los habitantes, y se preocupan que nadie más, caiga en esa “desgracia”. Sólo hay que estar allí, para saber comprender que el tiempo es apenas un calmante, ante tanto dolor. Y no exagero. La ayuda sicológica urge, tanto o más que la material. Un pueblo en que todos se conocen, un pueblo ajeno al continente, y que muchas veces, las autoridades ayudan a que aquella sensación de abandono, se materialice.
Así está Juan Fernández, a un año del cataclismo. Se instaló en la capitanía de puerto un nuevo sistema satelital que ahora sí, parece imposible no dar, eventualmente, una oportuna una alerta de maremoto. El mismo Comandante en Jefe de la Armada, Edmundo González, la probó y la inauguró. Mientras, en el cementerio local, reposan 10 de las 16 vidas que el mar, despiadado, ingrato, insolente, quiso acabar. Seis cuerpos aun no han sido devueltos. Entre ellos, “Puntito”.
Sin embargo, a duras penas, tratan entre todos de levantar la cabeza. La isla, es una verdadera familia, y cuya acogida impresiona. Ya es hora de irse, no sin antes recibir la despedida afectuosa de todos quienes ni siquiera te conocen. Impresiona también, ver a Robinson Greene, el mismo a quien el océano y el muelle le quitó a su mujer, se acerque a ese mismo lugar, a entregar un adiós junto a nuestro embarque. La travesía en la isla, es un viaje a la realidad pura, que a un costado del mundo, sigue levantando la mano, pidiendo al menos una ayuda, al menos una atención, y que hasta ahora, un año después, poco ha llegado.