Las catástrofes son las nuevas parteras de la historia. Pero tienen que repercutir de forma abrumadora, como los accidentes de Chernobyl, en 1986, y Fukushima, en 2011, que llevaron a gobiernos a interrumpir e incluso abolir sus programas de energía nuclear.
En relación con el cambio climático, “el desastre tiene que ser suficiente para cambiar las mentes, pero no tan fuerte que salga del control”, precisó a Tierramérica el rector emérito de la Universidad para la Paz de la Organización de las Naciones Unidas, Martin Lees.
Para limitar el recalentamiento global y sus impactos se exige una reducción “rápida y profunda” de las emisiones de gases invernadero, indica el documento “Action to Face the Urgent Realities of Climate Change” (Acción para enfrentar las realidades urgentes del cambio climático), que sus autores prefirieron denominar declaración.
Este estudio fue presentado en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible o Río+20 por el Grupo de Trabajo sobre Cambio Climático (CCTF, por sus siglas en inglés), creado en 2009 por el exlíder soviético Mijaíl Gorbachov (1985-1991) e integrado por una veintena de exgobernantes, científicos y expertos, como Lees.
Las emisiones crecen a un ritmo superior al peor escenario previsto por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (más conocido por sus siglas en inglés, IPCC), que proyectó un aumento de la temperatura del planeta que sería insoportable, en más de seis grados hasta 2100.
Sin embargo, los científicos del IPCC probablemente están “subestimando” esa evolución, debido a la cautela y a las reglas académicas, advirtió el documento del CCTF.
A pesar de estos alertas, este asunto prácticamente no fue abordado en Río+20, la cita que conmemora la Cumbre de la Tierra realizada en esta misma ciudad brasileña de Río de Janeiro hace 20 años y en la que se aprobaron las convenciones sobre cambio climático, biodiversidad y desertificación.
La dificultad para alcanzar acuerdos y el fracaso de las negociaciones en las conferencias de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático en 2009 en Copenhague y en 2010 en Cancún, México, llevaron a los gobernantes a evitar la cuestión del clima y sus “polarizaciones”, evaluó Lees.
La justificación más mencionada fue la crisis global, que afrontan principalmente países de Europa, pero es “un error extremadamente peligroso pensar que debemos tratar la economía primero y el clima después”, según el CCTF, que tiene como único miembro latinoamericano al expresidente chileno Ricardo Lagos (2000-2006).
Mientras las crisis económico-financieras son coyunturales y fueron superadas muchas veces, la climática puede producir riesgos incontrolables e irreversibles, arguyen los autores del documento.
La urgencia de un fuerte recorte de emisiones de los gases de efecto invernadero se acentúa por el hecho de que la meta de limitar a dos grados centígrados el aumento de la temperatura del planeta para 2100 es temeraria.
Si los efectos de un recalentamiento de solo ocho décimas de grado desde la época preindustrial hasta ahora son “alarmantes”, imagínense dos grados, señala el CCTF.
Además, el promedio de dos grados significa que en algunas regiones críticas del mundo el aumento será de cuatro grados, añade.
Más preocupante todavía es la posibilidad de que algunos procesos estén llegando al punto de inflexión, en el que la retroalimentación los hace irreversibles y acelerados, apunta la declaración del CCTF.
El deshielo del Ártico incrementa la absorción de energía por el mar, al tener menos hielo para reflejar la radiación solar, calentando las aguas y ampliando más aun ese proceso, ejemplifica.
Con su destrucción, los bosques capturan menos gas carbónico y pasan a liberarlo en la atmósfera, elevando la temperatura local y, por ende, la deforestación.
El incremento de las emisiones de dióxido de carbono hizo crecer 30 por ciento la acidez de los océanos en los dos últimos siglos, reduciendo así su capacidad de retener ese gas contaminante, realimentando la acidificación y el cambio climático.
La gravedad del proceso de recalentamiento de la Tierra es reconocida en forma casi consensual, pero falta una acción acordada globalmente. Por eso el llamado a la acción del Grupo de Trabajo, que reconoce como positivas algunas iniciativas aisladas, como la economía de bajo carbono que busca Suecia y la ampliación de tecnologías de información e innovaciones verdes en Corea del Sur.
Pero la cumbre Río+20 “no le dio una atención adecuada al cambio climático”, por lo que tornó sin sentido las demás cuestiones y tareas discutidas, lamentó Gorbachov.
La burocracia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con las difíciles relaciones entre sus agencias, también contribuyó a eludir el tema en la conferencia, comentó Alexander Likhotal, presidente de la Cruz Verde Internacional. El sistema político multilateral se agotó al rendirse a la “codicia nacional” y tolerar la sobreexplotación de los recursos naturales, acotó.
El Grupo de Trabajo recomienda siete líneas de acción, entre ellas la preservación del “capital natural”, el aumento de las capacidades comunitarias para mitigar y adaptarse al cambio climático, soluciones de bajo costo y la movilización de financiamientos público y privado, además de una drástica reducción de la emisión de gases invernadero.
La crisis climática, que debe “estar en el centro de los esfuerzos para asegurar el desarrollo sustentable del planeta”, según Likhotal, ganó ese status tras la Cumbre de la Tierra de 1992, con la convención de las partes, y luego el Protocolo de Kyoto firmado en 1997, estableciendo metas y obligaciones, aunque sin contar con la adhesión de Estados Unidos.
Desde entonces, la preocupación mundial con el tema sufrió altibajos. Poco después de esos acuerdos, un tercio de los estadounidenses consideraban el cambio climático un “serio” problema, pero ese índice cayó luego a 40 por ciento gracias a las campañas de descrédito, relató Lees, científico británico que ejerció variadas funciones en empresas, gobiernos y en la ONU.
La conciencia de su gravedad está volviendo a causa de los eventos climáticos extremos, observó.
La sociedad debe presionar a sus gobiernos y responsabilizarlos por medidas y metas necesarias, defendió a su vez Samantha Smith, quien está al frente de la Iniciativa Global sobre Cambio Climático y Energía del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). Es lo que hicieron los brasileños para evitar una revisión más destructiva del Código Forestal, que sigue en debate, ejemplificó la activista en una rueda de prensa en Río+20.
Las tragedias, como derrumbes e inundaciones que mataron el año pasado a casi 1.000 personas en ciudades montañosas cerca de Río de Janeiro, constituyeron un fuerte argumento para aprobar una ley que impida la deforestación.
Pero los desastres locales, dispersos o invisibles para el ciudadano común, como la pérdida de biodiversidad, aún no parecen suficientes para inducir políticas y acuerdos internacionales.
Fukushima, por su impacto, sí sepultó por algún tiempo muchos proyectos nucleares, que también habían perdido apoyos tras el accidente de Chernobyl, pero los venían recuperando en buena medida por el temor al cambio climático.
“Temo que solo una gran catástrofe”, de efectos masivos, forzará los cambios necesarios, razonó el biólogo británico Jonathan Baillie en entrevista a TerraViva, el diario de IPS publicado en Río+20.
* Con aportes de Fabíola Ortiz (Río de Janeiro).