Febrero 5, 2025

Los indignados españoles y la expresión del rebelde adaptativo

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15_m500En estos días se celebra un año del 15-M, ocasión en la cual miles de ciudadanos españoles se volcaron a las calles y plazas de su ciudad. Es un fenómeno interesante, en cierto modo masivo, multicultural, con características transversales, pero que hasta el momento carece de pragmatismo (que no es negativo a priori), lo que fomenta en algunas ocasiones la sensación de un movimiento difuso. Las anteriores críticas no significan en caso alguno que dicho movimiento carezca de legitimidad, por el contrario guarda en sí un sentimiento contestario a destacar.

 


Pero hasta qué punto las miles de personas que están en la Puerta del Sol, en el centro de Madrid, o quienes de una u otra manera simpatizan con el movimiento, tienen intenciones reales de modificar el modelo que, supuestamente, los asfixia o en el mejor de los casos no lo comparten. ¿Estamos concienzudamente dispuesto a ello o es meramente una necesidad de sentirse “antisistema” por un lapsus de tiempo, como una simple e inofensiva válvula de escape?


Hablo evidentemente de la generalidad (casos dramáticos existen y no pocos). Justamente estos últimos están en la primera línea del movimiento. Pero ¿y el resto? No pongo en duda la buena intención de muchos ciudadanos que apoyan la causa (aunque aún no sabemos cuáles son las reivindicaciones) y se siente identificados, pero no es menos cierto la presencia casi testimonial que se respira en los recovecos de la multitud, casi como una necesidad autocomplaciente, principalmente entre los jóvenes treintañeros, como sujeto “rebelde”, pero adaptativo ¿A qué? Al mismo sistema que repudia en la plaza.


Me “rebelo” a través del 15-M, perfecta ocasión frente a las injusticias o presiones de mi trabajo, frente a mi propia amargura, frente a mi propia inmovilidad en favor de una placentera serie televisiva. Salto del sofá, voy a la plaza (me tomo por cierto una cerveza) y me siento -aunque sea por un rato- un sujeto que se revela contra el poder institucional, contra los banqueros y malditos políticos usurpadores!. Abajo el sistema!!

Pero hasta que punto seremos capaces de rebelarnos y cambiar este sujeto individualista y de mercado (que somos) a cambio de un nuevo sujeto verdaderamente más solidario y comprometido con la causa colectiva (lo que no significa abandonar la causa propia). Ojalá que más allá de nuestro ímpetu de aquel día, que salimos de la casa marchando hacia Sol, pueda quedarse en nuestra cabeza lo sustantivo, y no se pierda en la voraginé diaria, aquello que despotricamos en bares, pero que igualmente (y en la soledad de nuestra reflexiones) no nos viene tan… tan mal, porque quizás somos parte de ese sistema (jefes, asesores, trabajadores, nihilista) que arruina a los otros, a aquellos que verdaderamente están en la calle y sofocados, en la primera línea, por ejemplo, del 15-M.


Por lo tanto, cambiar verdaderamente el sistema significaría quizás acabar con nuestro propio statu quo, con nuestro patrimonio individual o familiar, la certeza de la estabilidad laboral o económica de nuestra familia, la perdida de nuestras vacaciones al sol, a cambio del sacrificio de manifestarse diariamente, bajo ese mismo sol de verano, pero en la calle, hasta lograr ese cambio que gritaste ayer. ¿Tenemos, por llamarlo así, ese espíritu de sacrificio? Creo que no. Nos iremos de vacaciones. Juan José Millás, dijo hace poco, algo incomodo, que nuestra generación no está, como otras, educada para este tipo de luchas reivindicativas. ¿Será cierto?.


Quizás. Lo que es cierto es que mañana debemos adaptarnos al día a día, a ese rutina que aunque aburrida nos entrega la seguridad y la complacencia, que -aunque no magnífica e ideal- te mantiene frente a este computador. De ahí que la “primavera árabe” tuvo consecuencias diametralmente distintas a los indignados de España, New York o en Reino Unido. Fue realmente masiva, hegemónica y por cierto violenta. Alguien me preguntó ¿Por que allí sí y aquí no? Porque aquellos ciudadanos no tenían nada (o poco) que perder, en cambio nosotros sí (aunque digamos que no). A nosotros nos ata lo conocido, la dañina certidumbre (me recuerda esto a Francisco Varela).


Pero cuando la perdamos, cuando la incertidumbre se apodere de nosotros, cuando nuestro piso ya no sea nuestro sino del banco, cuando ya no podamos irnos de tapas por Madrid o cenar los fines de semana o ir al pueblo a ver a nuestros padres porque no tenemos gasoil, quizás ahí y sólo ahí volveremos a la plaza convencidos, como sujeto rebelde no adaptativo, porque ya no tendremos nada que perder, porque el estado de bienestar no te respaldara y si caes enfermo te arruinarás.


Dejarás de sentir esta simpatía “cool” con el movimiento, ya que serás parte del movimiento. Ya no te tendrás que adaptarte a nada y, en cambio, podrás ganar mucho, y la violencia, que hoy quizás repudias, te será totalmente legítima, porque ahora eres víctima de la violencia, la peor de todas, la violencia de la desigualdad y la indiferencia del medio (vivencia del mundo árabe). Por ello, dejaremos de especular.


Se que estas líneas exceden quizás las ideas centrales del 15-M, pero no es menos cierto que las motivan. Los procesos sociales no se detienen, se estancan, se tumban o se compran, pero sólo por un tiempo determinado, ya que, como demuestra la historia, terminan reapareciendo (y en muchas ocasiones de manera violenta). El 15-M ha plantado una semilla difusa, pero importante. Esperemos que nosotros podamos y sepamos hacerla florecer en unos años, para que jubilemos, como señaló el sociólogo chileno Alberto Mayol, al rebelde adaptativo.

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