1. Si el contenido del Estado es síntesis de la hegemonía de la minoría capitalista, entonces sus políticas económicas, estratégicamente, expresan sus intereses. Incluso si el Estado siempre es representación –como en menor escala, cualquier territorio de relaciones de poder de una sociedad en un momento dado- de un campo en permanente disputa mientras existan clases sociales de intereses irreconciliables. Es decir, existe Estado porque existen clases sociales de intereses antagónicos. Que un buen día no haya Estado es síntoma simplemente de que no hay clases sociales. La maldición de que las grandes mayorías tengan que hacerse del Estado para implementar provisoriamente las tareas de planificación racional, orden y defensa, y promoción cultural, política y económica de sus intereses, es el trago amargo y tránsito hacia una sociedad gobernada directa y creativamente por la propia sociedad. Así y todo, ese Estado que todavía no existe, dada la acumulación histórica de los trabajadores y el pueblo, ya debe contener las formas de la democracia más radical y su control colectivo necesario para evitar, a como dé lugar, la formación de una casta privilegiada que haga y diga a nombre de los intereses de las clases subalternas devenidas en hegemonía. No vale la pena recordar los males de las experiencias no capitalistas del siglo XX; como en su momento, sí tiene sentido recordar sus aciertos respecto del capitalismo.
En general, bajo el capitalismo en su fase imperialista y para mantener su tasa de ganancia sobre el movimiento objetivo de la acumulación concentrada del valor socialmente producido versus la desigualdad realmente existente; del capitalismo gobernado por el momento financiero y especulativo sobre el resto de los momentos del capital; de la intensificación de la explotación del trabajo asalariado y la acumulación originaria incesante mediante el despojo de los recursos naturales y derechos sociales obtenidos en su fase anterior por la propia lucha de clases y relaciones de fuerza mundiales; el Estado funciona como arma, escudo y aval de las clases propietarias. Si las grandes mayorías tuvieran la organización y fuerzas suficientes, no sólo podrían arrancar superiores beneficios sociales del excedente de su propio trabajo acumulado por el Estado de los que mandan aún, sino que por dinámica objetiva –de la cual es parte sustantiva la voluntad y naturaleza de su propia conducción política, o conciencia resumida- tendrían que destruir el actual Estado, y construir otro en vistas a su extinción definitiva.
2. En Argentina y más allá, para los de arriba, la fiebre bipolar, maniquea, de caricatura de alto contraste, tiene como forma coyuntural la compra del 51 % de YPF por el Estado argentino. Por un lado, está el discurso multiplicado de un capitalismo acuartelado en sus fundamentos más primitivos y representado por el diario La Nación y su área de producción mediática de contenidos, que pone de modo delirante una medida política-económica casi a la altura de lo que significó la Revolución Cubana para los intereses de las clases dominantes. Soterradamente invoca a los cuarteles, dibuja a la versión peronista y pequeño burguesa del gobierno de turno como si fuera el Caballo de Troya de sus terrores y aleona a la oligarquía contra la iniciativa de la administración CFK. Es decir, sin contexto, sobreideologizadamente, sobreactuando, la conciencia más integrista de la clase mandante en Argentina –siempre dependiente, rentista y subordinada al gran capital sin patria-, excéntricamente, procura cautelar el programa abstracto, sin táctica y maximalista de los peores manuales del ultraliberalismo garabateados luego de la implosión de la URSS.
Por otra parte, el gobierno argentino, desde sus propios dispositivos mediáticos, transforma la compra y conversión en propiedad mixta de los recursos petroleros del país, en un acto soberanista también súper explotado en términos propagandísticos, cargado de emotividad “nacional” y argentinidad abstracta, sin sujeto. No importan tanto las causas, los procedimientos y los efectos que tendrá la medida de media recompra de lo que se privatizó en los 90’, sino más bien, su dramatización para un público infantilizado políticamente.
3. Independientemente de las maneras –aunque son inseparables de los contenidos salvo en su momento analítico-, desde los intereses históricos del pueblo trabajador, resulta un contrasentido situarse contra la medida del Ejecutivo, refrendada a veces clientelar y oportunistamente por el Legislativo entero ante los eventuales réditos electorales provenientes de la popularidad de la iniciativa. En términos inmediatos, ella era necesaria frente a la rapacidad de Repsol y la crisis energética del país que situaban sus intereses privados contra un capítulo delicado de la gobernabilidad y el mistificado “pacto social” por arriba. Asimismo, la readquisición del 51 % del petróleo a nivel nacional y provincial, avivan nuevamente el mito de la desconexión y la autarquía económica de Argentina en la época de la mundialización del capitalismo. La medida de alto impacto mediático, esperanza a un costado de la llamada izquierda nacionalista y de paso, opaca problemas cruciales como el trabajo informalizado y precario de la mayoría de la fuerza laboral, la profundización del modelo soyero y primario extractivo, la transnacionalización pura y dura de la economía argentina, la crisis educacional y sanitaria, la corrupción y la relación social desigual del 80 / 20, donde el 80 % de los argentinos sobrevive al día, y el 20 % goza del trabajo ajeno, entre otras tragedias propias del capitalismo.
Resulta infantil que el anticapitalismo esté contra la medida. Como resulta infantil que algunos crean que existe una agenda secreta de horizonte socialista en la cabeza del grupo de interés que administra coyunturalmente el Estado. La ‘argentinización’ del petróleo es el límite del programa de gobierno, no su punto de partida hacia una sociedad post capitalista. Las transformaciones estructurales en beneficio de las clases expoliadas son un desafío de las propias clases expoliadas. No caen verticalmente desde la ocurrencia, buena voluntad, filantropía o conspiración propopular de una administración gubernativa sin pueblo. Las fronteras de la democracia representativa, formal, caudillista, palaciega, resultan acotadas por muy populistas que sean o parezcan ser.
Ocurre que como la hegemonía precaria de los dueños de todo no ha tenido contratiempo alguno desde hace mucho tiempo, hasta una iniciativa que en rigor, no modifica el movimiento capitalista, resulta ‘peligrosa’. Y más por su ejemplo en otras latitudes que por lo que pierde en lo inmediato. Sin contar siquiera con los efectos de la crisis económica en curso y que en la actualidad hinca uno de sus centros en Europa y en España en particular. Efectivamente, existe una lógica de alarma y reacción del estatismo corporativo o del corporativismo y sus propios Estados ante cualquier ademán que pudiera eventualmente dañar sus intereses estructurales. La burguesía no teme el gesto de la reapropiación del 51 % de YPF. Teme un nuevo ciclo de luchas sociales y recomposición política de los trabajadores y empobrecidos del mundo. Teme a la revolución social, no a un impuesto a la lucha de clases. Teme que de la disputa y competencia destructiva intercapitalista se pase abiertamente a un período de combate político entre explotados y explotadores.
Por ello las fuerzas anticapitalistas, su amplitud obligatoriamente generosa, unitaria, abarcadora, con proyecto para el siglo XXI, vocación de mayorías y no lo contrario, deben saludar sobriamente la ‘argentinización’ del petróleo. Que nadie estime que las ruedas de la historia caminan por inercia hacia la felicidad humana y que un gobierno práctica y declarativamente capitalista realizará las tareas que le corresponden por necesidad y sin atajos a la voluntad de los populares. Tácticamente es conveniente para los pueblos la medida de CFK.
En cuanto el movimiento real de las clases subalternas en pugna y organización ante el capital cobre vigor, la iniciativa parcial, absolutamente insuficiente de la presente administración política argentina, será un precedente para cambiar radicalmente la vida.
4. En otro contexto, bajo otras relaciones de fuerza, en el Chile de los años 60’ y la ‘Alianza para el Progreso’ impulsada por el imperialismo norteamericano a través del demócratacristiano Eduardo Frei Montalva, se sindicalizó al campesinado, se realizó una reforma agraria, hubo una reforma educacional que amplió la cobertura de la enseñanza pública y se ‘chilenizó’ el cobre. Es decir, Frei Montalva –años después colaborador del golpe de Estado de 1973 y paladín de los intereses imperialistas en Chile-, compró el 51 % del cobre o ‘sueldo de Chile’. Ello facilitó con creces la nacionalización plena (casi el 100 %) del metal rojo cuando el gobierno de Salvador Allende y la Unidad Popular. Es cierto, lo descrito arriba no es transferible mecánicamente a lo que ocurre en el mundo y en la Argentina de 2012. Pero sí enseña al menos, que una medida que tenía como fin domesticar la lucha social mediante un proyecto desarrollista imposible bajo la dependencia de los polos imperialistas y la ausencia de una ‘burguesía nacional revolucionaria’, sí puede facilitar -desde una alternativa política proveniente del pueblo concreto y en movimiento, y bajo una conducción política que exprese sus intereses genuinos- transformaciones que apunten a la descalcificación del orden de la minoría, y la creación de poder de la hegemonía multidimensional de los más, de los todos.
21 de abril de 2012