Diciembre 26, 2024

TELESCOPIO: La “lumpenización” del país

rivera_mural

rivera_muralLa disminución numérica de la clase obrera en el modelo neoliberal, no sólo ha traído una declinación de la organización sindical, sino también el crecimiento de un sector social de marginados cuyo accionar en última instancia sirve al sistema: desde el aumento de la criminalidad en ciudades y poblaciones, a la violencia en el fútbol, hasta los infiltrados que intentan desacreditar las movilizaciones sociales, el lumpen parece tomar un rol cada vez más prominente en la agenda social y política del país. Aunque el tema nunca ha dejado de estar presente, por otro lado rara vez se lo examina cuidadosamente.

 

En uno de mis recientes viajes a Chile tuve la oportunidad de encontrarme con un viejo amigo poeta, residente de Puente Alto, con quien recorrí esa localidad periférica de la capital. Un lugar que guarda importantes reminiscencias para mí: aunque nunca viví allí, sí tuve algunas experiencias importantes en mi vida que me conectaron a esa ciudad, ahora ya incorporada como área periférica del Gran Santiago. Primero, en los albores de mi niñez hice mi primer viaje en tren en el ferrocarril eléctrico que entonces partía de Plaza Italia y llegaba más o menos al mismo sitio donde hoy está la estación de metro Plaza Puente Alto, allí uno tomaba el tren militar que lo llevaba al Cajón del Maipo. Mi primer viaje en tren fue pues para un paseo familiar que incluyó un breve paso por Puente Alto. Mucho más tarde, fue en el Instituto Comercial de Puente Alto donde hice mis primeras clases como profesor secundario, sólo unas pocas horas que complementaban unas ayudantías que hacía en la universidad. Cabe recordar que gracias a la reforma educacional de 1966 las clases de filosofía se habían extendido a la enseñanza técnico-profesional. Hoy día la enseñanza filosófica apenas sobrevive en la rama científico-humanista.


Puente Alto, especialmente por mi breve paso por la educación allí, poco menos de tres años, me hablaba de muchachos y muchachas provenientes principalmente de la clase trabajadora, la mayor parte habitantes de las poblaciones del sector. Varios de ellos o sus familiares después del golpe militar sufrieron las consecuencias por el compromiso político de izquierda, muy común entonces en esa localidad siempre con una fuerte presencia obrera. Además allí estaba ubicada la Papelera y una variedad de otras industrias y talleres. Puente Alto era un reducto obrero y a mucha honra.


Nada de eso parece quedar, con mi amigo recorrí algunas de las calles aledañas a la plaza, abunda el comercio abundante y mi colega poeta me mantiene alerta a que “hay que tener cuidado”. Es plena tarde, pero los “lanzazos” pueden ocurrir en cualquier momento. La droga, la pasta base, consumida o traficada en pequeña escala, hace presa a los jóvenes en las poblaciones que alguna vez albergaron a la clase obrera de la ciudad y que hoy es el reducto de “patos malos” como la misma gente los llama. Por cierto no todos están “maleados” como se dice, pero la carencia de empleos estables o bien pagados hace que muchos jóvenes prefieran hacer dinero transformándose en microtraficantes de droga o en guardaespaldas o matones de los que manejan el “negocio de la droga” en la “pobla”.


El panorama no es muy diferente en otras áreas de la Región Metropolitana y probablemente de todo el país. Incluso en lugares que en el pasado se distinguieron por su combatividad y conciencia militante se ve este proceso por el cual la droga, la violencia, el crimen van ganando terreno. Las otrora poblaciones obreras ya no albergan a obreros, o estos son una minoría. Eso ha hecho también variar el carácter de esos sitios. Prácticamente no hay tampoco un “trabajo en poblaciones” como el que hacían los partidos y movimientos de izquierda en los años 60, como mi amigo y un grupo de poetas y músicos del Pedagógico hicieron alguna vez en lo que por lo demás era un accionar común de las juventudes izquierdistas de entonces. En su reemplazo, el “trabajo poblacional” de la UDI que lo ha sustituido se ha probado eficaz para reforzar el modelo consumista en los sectores marginales: regalos de pollos, utensilios, incluso electrodomésticos y otros bienes materiales han reemplazado a las canciones y las lecturas de poemas, por lo demás ¿cómo esas actividades de los jóvenes de los 60 podrían hoy competir con los “reality shows” que tienen el mayor rating en las poblaciones?


El término lumpen o lumpenproletariado fue utilizado por Karl Marx y Friedrich Engels en su texto La Ideología Alemana en referencia a aquel sector degradado de la clase proletaria, desvinculado de todo trabajo productivo y por consiguiente muy improbable de adquirir conciencia de clase y aun más difícil de integrar a una lucha por la revolución social. En un texto posterior El 18 Brumario de Louis Bonaparte Marx apunta incluso al carácter contrarrevolucionario del lumpen, al señalar que Bonaparte se había apoyado en ese sector social aparentando situarse por encima de la burguesía y la clase obrera, cuando en los hechos había beneficiado a la creciente burguesía financiera.


Bonaparte no sería el primero en pensar en apoyarse en el lumpen. En los hechos tanto el fascismo italiano como el nazismo de Hitler reclutaron a sus tropas de choque principalmente de entre elementos del lumpen. El nacionalismo burdo o patrioterismo siendo uno de esos sentimientos primitivos fáciles de explotar y exacerbar en las simples mentes del lumpen. Se suma a eso por cierto que tales elementos son esencialmente venales, tal como la literatura los ha descrito abundantemente: ladrones de poca monta, cafiches, gente dedicada a la prostitución, en la actualidad gente que circula en torno al tráfico de drogas, todos ellos, por algún precio, pueden convertirse rápidamente en informantes de la policía o en sus agents provocateurs, y—como olvidarlo—en torturadores, si eso paga bien o reporta algún beneficio. El caso de Osvaldo (Guatón) Romo viene muy bien a ilustrar el típico rol del lumpen en esta otra capacidad, al mismo tiempo—y desgraciadamente—ejemplifica también la ingenuidad y la poca claridad de quienes pensaron que en desarrollar una alianza con el lumpen se podía construir un destacamento de vanguardia política.


En parte la incomprensión, incluso entre gente de izquierda, respecto del real carácter del lumpen se refleja en consignas y actitudes tales como hablar de “los pobres de la ciudad y el campo” o incluso del uso de la categoría “pobres”, un concepto ajeno a la terminología y a las categorías de Marx. En los hechos los pensadores del socialismo rara vez utilizaron ese concepto que en cambio sí tiene una presencia bastante habitual en los escritos del cristianismo.


Marx y los demás pensadores socialistas siempre han hablado de la clase obrera, clase proletaria o clase trabajadora, la que en las circunstancias del siglo 19 cuando se vivía el auge del capitalismo industrial efectivamente vivía en condiciones de pobreza. En los hechos Engels escribió un texto titulado Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra en 1844 en el que describía la notable pobreza de los barrios obreros de Londres, Manchester, Birmingham y otras urbes industriales de ese tiempo. Los obreros obviamente vivían pobremente, pero esa condición era sólo uno de los factores de porqué el proletariado eventualmente se alzaría en revolución. Marx veía en última instancia como motivación central una rebelión en contra de la irracionalidad del capitalismo y de sus contradicciones, por ejemplo el hecho que la industria socializaba el trabajo, pero los beneficios del trabajo en cambio no se socializaban, eran apropiados por una minoría que controlaba los medios de producción.


Ser obrero y ser pobre era común en ese tiempo en Inglaterra y en Europa en general, como lo sería en Chile y América Latina más tarde; pero pobreza y proletariado no son necesariamente sinónimos, ni la pobreza es una característica esencial del ser obrero; en los hechos hay mucha gente que vive en la pobreza y que no hace parte de la clase obrera, en algunos casos porque cerraron las fábricas y ya no encontraron más trabajo como obreros debiendo dedicarse a trabajos ocasionales o haciendo algún otro tipo de tarea aun productiva, pero de menos impacto, como vendedor ambulante. En el peor de los casos esa degradación los ha llevado a convertirse en marginales, a veces tomando el camino de la delincuencia. En ocasiones esa caída en el lumpen no la alcanzó a experimentar el ahora ex obrero, pero sí la pudo ver en sus hijos o nietos. Muchos jóvenes que ya no fueron más parte de esa orgullosa tradición de clase trabajadora y que en cambio se perdieron en la droga, el crimen o la prostitución.


La diferencia entre clase obrera y pobres es entonces importante. No todos los pobres (cualquiera sea el significado del término) van a estar realmente por el cambio social, mucho menos por el socialismo. Algunos se benefician de un sistema basado en la reducción de todo a una mercancía, así por lo tanto dudo mucho que alguna vez vayamos a ver a microtraficantes de drogas, a prostitutas o a sus cafiches enrolados en la lucha social, aun cuando en los hechos también todos ellos pueden catalogarse como “pobres”.


Por cierto, en tanto que proponentes de una sociedad más humana, la gente de izquierda en general deberá tener más simpatía que la derecha por esos individuos que han caído en la marginalidad, al fin de cuentas como resultado del sistema capitalista, así, hemos elevado nuestras voces de protesta cuando el hacinamiento carcelario contribuyó a la muerte de casi una centena de reclusos en San Miguel hace unos años o hemos sido históricamente contrarios a la pena de muerte, la que estadísticamente se aplicaba a una mayoría de criminales criados en la pobreza. Pero esto a su vez no significa olvidar que en última instancia el cambio revolucionario se tiene que producir a partir de una toma de conciencia no de cómo el capitalismo puede ser anti-ético, sino de cómo es un sistema irracional.


En su Crítica al Programa de Gotha, Marx insiste sobre el aspecto de las contradicciones y la irracionalidad del capitalismo y fustiga a quienes recurren a “argumentos moralistas” como el hecho que la explotación (otro término que Marx no usaba) condenara a los trabajadores a la pobreza. Claro está, alguien puede decir hoy—y no sin razón—que es mucho más fácil conseguir adherentes para la causa del cambio social e incluso de la revolución, hablando de algo concreto como la injusticia en los salarios antes que de un concepto aparentemente tan abstracto como las contradicciones y la irracionalidad del sistema capitalista.


Por cierto este es un problema que alude al discurso que se debe emplear y a la manera como se le debe hacer llegar a la gente, sin duda un área donde se da una importante insuficiencia hoy día. Pero él es en cierto modo un problema comunicacional.


Señalo todo esto porque es en estas confusiones entre los conceptos de pobres y proletarios donde a veces ha surgido grandes incomprensiones respecto del lumpen, peor aun, los intentos—bienintencionados sin duda, pero erróneos—de querer construir al menos ciertas instancias del movimiento en base al lumpen, como fue el error de trabajar con gente como Romo en Lo Hermida en los años 60 y 70.


Es cierto que pensadores muy posteriores a Marx, como el caso de Frantz Fanon en su Los condenados de la tierra, de gran impacto en los movimientos de liberación nacional de los años 60 y 70, dejaban la posibilidad abierta a que, especialmente en países del Tercer Mundo, esos sectores marginalizados, el lumpen, pudieran desempeñar un rol revolucionario, aunque según el mismo Fanon ello también requería un extenso y dificultoso proceso de educación de esos sectores.


Con el beneficio del tiempo, y observando la degradación de procesos y líderes—especialmente en África—que probablemente surgieron o tuvieron una cierta presencia de elemento lumpen en sus filas, tiendo a descartar la tesis de Fanon respecto del rol del lumpen. Mi impresión es que, por donde se lo mire, en última instancia el lumpen desempeña un rol contrarrevolucionario.


Por cierto el sistema capitalista o mejor dicho quienes lo administran, lo defienden y le dan una articulación ideológica, han hecho gran utilización del lumpen, aunque a veces se les torne—aunque sea circunstancialmente—en su contra.


Lo que me lleva a un tema ampliamente debatido estos días en Chile, el fútbol—no un tema de mi especialidad lo digo de inmediato—pero que en fechas recientes ha mostrado muchos vínculos con el accionar del lumpen, en lo que se llama las “barras bravas”. Como se ha denunciado, en gran medida los sujetos que hacen parte de esos conglomerados que en estos días han llegado a amenazar a los propios jugadores y dirigentes, en un comienzo fueron apoyados por esos mismos dirigentes que les proveyeron espacio en sus propias instalaciones deportivas para guardar sus implementos, les donaban entradas y seguramente también, les deben haber pasado dinero.


Como digo, el fútbol hace muchos años que no es mi pasión, pero cuando niño sí lo seguí y recuerdo que teniendo ocho o nueve años de edad iba con mi padre al estadio y eso era una actividad perfectamente segura para cualquiera, de hecho muchos niños incluso más pequeños asistían con sus familias. Incidentes ocurrían a veces pero eran excepcionales y no algo que surgiera por una acción organizada destinada a atacar a partidarios de otro equipo, a dañar a jugadores, a interrumpir un partido o a destruir las instalaciones del lugar.


El accionar de las barras bravas, en los hechos formadas y manejadas por individuos del lumpen, se ha convertido en una suerte de monstruo de Frankenstein para los dirigentes que cuando los clubes grandes se convirtieron en sociedades anónimas llegaron al extremo de querer crear sus propios grupos de choque. Claro está, no pensaron en que a la larga esos grupos iban a empezar a convertirse en una amenaza para ellos mismos. Es que el lumpen no es de confiar. Pero algunos se dan cuenta de eso demasiado tarde.


En su forma más cruda, el lumpen ha provisto infiltrados y provocadores, esto desde los tiempos de las primeras manifestaciones obreras. En algunos casos sin duda la policía misma recurre a esos elementos con el fin de crear condiciones de desorden o descontrol que puedan luego justificar una acción represiva más drástica. Los historiadores hasta hoy debaten el rol que el lumpen tuvo en los sucesos del 2 de abril de 1957 en Santiago y otras ciudades, cuando se desató una amplia protesta popular contra las alzas de la locomoción colectiva decretada por el gobierno de Carlos Ibáñez.  Aunque el lumpen tuvo una participación en acciones que tuvieron lugar en ese momento (saqueos, destrucción de vehículos, etc.) sin embargo en lo central ese fue un movimiento legítimamente iniciado por los trabajadores y los estudiantes, el aprovechamiento político del accionar del lumpen, que ocurrió en esa ocasión, sin duda era estimulado por otros operadores políticos que desde el propio gobierno de entonces buscaban desestabilizarlo (recuérdese la conspiración que luego se conoció como la “Línea Recta” que incluso involucró a militares en servicios activo).


Del mismo modo se puede decir, a partir de las experiencias de las movilizaciones estudiantiles del año pasado, el rol desquiciador del lumpen se hizo manifiesto una vez más. Sólo basta preguntarse a quiénes les puede convenir presentar una imagen de desorden, de buses incendiados o de destrozos irracionales, sino a los enemigos de la movilización estudiantil. Y quién sabe, incluso desde las sombras, “sacando las castañas con las manos del lumpen” pueden estar operando elementos más siniestros que los que uno puede imaginar en este momento.


No cabe duda por otra parte que el sentimiento de frustración que es compartido por vastos sectores de la población chilena hoy ante la insensibilidad del gobierno y la rigidez de las estructuras institucionales, puede tener una expresión de desahogo psicológico que se expresa en rabia, indignación, a veces en una violencia irracional. En una amarga ironía, los resultados de esa reacción al final es sufrida por la propia población. Obviamente el Transantiago no funciona bien, pero la quema o destrucción de buses al fin de cuentas afecta a los propios usuarios: no al gobierno, que repetirá eso de que fue algo que heredó del gobierno anterior, no a los dueños de las máquinas porque el Estado se las subsidia, no a la minoría que controla la riqueza del país porque sus integrantes se movilizan en sus propios automóviles. Si se destrozan instalaciones en parques y plazas la misma cosa, los ricos no son los que van a sentarse allí, para eso son socios de clubes privados. Incluso el daño a instalaciones escolares durante las recientes tomas—aunque no es todo cierto ni de la magnitud señalada por las autoridades—al parecer en alguna escala ha ocurrido y una vez más, los efectos de esas acciones sólo dañan a los propios estudiantes. Debe aquí distinguirse entre un accionar de innecesaria o irracional violencia, producto de ese estado de furia, y el accionar del lumpen que busca causar daño porque sí o porque puede sacar algún beneficio, como en el caso de robo de computadoras o saqueo en tiendas. Corresponderá a las direcciones de los movimientos sociales educar a sus miembros sobre estas materias, y al mismo tiempo tener una actitud vigilante y severa contra los infiltrados del lumpen que puedan actuar en su medio. No hay que dejarse engañar por los gestos a veces aparentemente radicales o audaces que algunos de estos elementos pueden exhibir, sólo piénsese que en muchos casos ellos actúan así porque saben que cuentan con la impunidad que le ofrecen quienes los utilizan.


Criminalidad (aunque no en los grados que uno ve en otras ciudades del continente, si eso puede servir de consuelo), creciente violencia en los estadios y alrededor del negocios futbolístico por obra de las “barras bravas”, accionar de grupos que en medio de las legítimas protestas sociales apuntan a que la policía incremente su nivel de represión. De manera concertada, los canales televisivos en sus noticieros de la noche destacarán las escaramuzas entre algunos de esos grupos y carabineros, o los actos de vandalismo, y no la masividad de las protestas ni la seriedad  ni la elocuente argumentación de los dirigentes del movimiento. ¿Puede haber alguna duda a quién ayuda el accionar del lumpen? ¿No estamos frente a un creciente proceso de lumpenización en las más diversas áreas de la sociedad? Y aquí me quedo más con Marx que con Fanon—a quien respeto pero en esto disentimos—en hacer ver el peligro que este proceso tiene para el futuro de las luchas sociales en Chile. Eso aparte de reflejar todo un cambio cultural muy agudo que no ha sido para mejor y que fue también uno de los resultados de los “años pesados” de la dictadura que introdujo el modelo neoliberal a sangre y fuego, que diezmó las filas de la clase obrera y que degradó a una gran parte de la juventud de los sectores de menos recursos económicos a un modo de vida basado en el individualismo y el consumismo, que es la negación del mundo solidario que alguna vez se quiso levantar en el país.

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