En tiempos de dominación, el poder económico ejerce su hegemonía mediático cultural a través de la farándula, el consumo y reduce la política a estériles intrigas de palacio. Los medios de comunicación corporativos modelan el contexto, aparentemente informativo, en tanto el verdadero poder ejerce el control.
En tiempos de crisis esta misma maquinaria ha de poner en marcha otros mecanismos. El contexto ya no les pertenece, ni a los medios ni a la clase dominante, por lo que la función de esta prensa es de directa intervención en el contexto. Ya no actúan como simples centinelas o publicistas del poder establecido, sino que opera como artífice, como fanático misionero de las causas del amo, el que hoy está también sin matices ni concesiones en el mismo Ejecutivo. El poder económico fusionado a la elite oligárquica conservadora está hoy tanto o más densificado que en la misma dictadura.
Las movilizaciones de los ciudadanos de Aysén y de muchas otras latitudes son hoy el verdadero contexto que esboza al Chile real. Un contexto que se esboza al margen del poder establecido y sus promotores periodísticos. Es la punta de un iceberg social que cristaliza a familias endeudadas, estudiantes, pescadores, trabajadores precarios, pensionados en la indigencia. Un enorme témpano, que es el gélido efecto de treinta años de neoliberalismo y de concentración de la riqueza, el que ha comenzado a exhibir sus portentosas cumbres y vértices a lo largo y ancho del país. Ante esta realidad, el gobierno y los medios afines ya no pueden ser funcionales al contexto social. Su función es cubrirlo, alterarlo, falsearlo.
El duopolio, que ha competido comercialmente durante el pesado sueño neoliberal como si fuera la Coca y Pepsi Cola, ha demostrado ante este nuevo trance características de cartel. De la información pasa a la interpretación, y de aquí a la evidente manipulación, para separar, contaminar y finalmente destruir al movimiento social. Los intereses del duopolio, que son los mismos del gobierno, no pueden estar más transparentados: el enemigo es el movimiento social, que es el ciudadano, los chilenos. Estos medios, los mismos que favoreció la dictadura con premios millonarios y cuya función fue “mentir, mentir que algo queda” hoy han comenzado a reproducir la misma receta de farsa y propaganda. Porque la consolidación del modelo neoliberal es la conservación de sus propios privilegios. No es una casualidad que tanto El Mercurio como La Tercera absorban prácticamente la totalidad de la publicidad empresarial y estatal.
El Mercurio y La Tercera son también expresiones vivas y fortalecidas de la dictadura. Desde sus órganos de difusión de odio y mentiras (cómo no recordar el infame titular de La Segunda “Exterminados como ratones” pergeñado por periodistas en línea directa con la DINA) a garantes del libre mercado durante las décadas siguientes hasta los turbios manipuladores actuales.
Hoy el objetivo no es el gobierno, como fue la campaña de El Mercurio contra el gobierno popular de Salvador Allende. La estrategia, en sintonía con el Ministerio del Interior, apunta hacia la creación de la amenaza a la estabilidad social provocada por el nuevo enemigo interno: el activista como sujeto violento y la protesta como atentado al orden y a la propiedad. Esta maniobra comunicacional utilizada con precisión y escabroso deleite por la televisión durante las manifestaciones de universitarios y secundarios, es tamizada y organizada por el duopolio, que hila más fino para separar, dividir, crear tramas y personajes. Ante el fracaso de injuriar al conjunto del movimiento ciudadano, que sería similar a denigrar a los propios ciudadanos, crea la ficción del “ultra”, personaje borroso enredado en tramas y hermandades terroristas. Componendas delirantes, como la creada por el ex fiscal Peña y publicitada por el duopolio, cuyo torpe engendro, al caerse a pedazos, no sólo ha sido motivo de mofa por tal chapucería pública, sino de evidente inquietud. La trama que nos preocupa no es el delirio gubernamental mediático de la invención terrorista, sino la conspiración entre estos dos poderes para perseguir e inculpar a los ciudadanos.
Estamos ante la presencia del montaje, como nueva arma política. Ha sido utilizada contra los jóvenes anarquistas, contra activistas por los derechos del pueblo mapuche, contra estudiantes secundarios privados de estudiar y ahora con la invención de líderes ultras y sectarios al interior del movimiento social austral. Una nueva campaña del terror, que busca destrozar la organización ciudadana a través del miedo y la desconfianza en sus líderes.
El poder establecido de las elites ya no necesita censurar a los grandes medios de comunicación. O pertenecen a la misma trenza del poder, como el caso del duopolio y la televisión pública, o están comprados por la inversión publicitaria, como en los canales de la TV privada y también el duopolio. Como socios por la misma causa, los intereses son hoy los mismos tanto en La Moneda, las grandes corporaciones, la banca y los medios.
PAUL WALDER