Estamos viviendo un proceso histórico. Estamos cerca, o tal vez ya hemos llegado, a un punto de inflexión de la protesta social, que en estos momentos se apoya en el movimiento ciudadano de una de las regiones menos poblada y más apartada del centro político del país.
Es un conflicto social en el espacio fronterizo, aquel que sólo adquiere presencia en la metrópolis como postal turística o territorio útil para la economía central. Cuando en Puerto Aysén y Coyhaique se observan lienzos que reclaman un Chile federado, asistimos a la percepción y realidad de un país cuyo núcleo santiaguino es una fuerza centrípeta que poca compensación irradia a su periferia.
La protesta social de Aysén ha sido, y tal vez siga así, un nudo cuya solución se enrosca en torno a la institucionalidad neoliberal. Esta misma crisis hubiera colocado en idéntico trance a cualquier gobierno de la Concertación, una de las dos caras de la misma medalla neoliberal-binominal. Es por ello que las ofertas del Ejecutivo se encauzaron durante semanas por senderos muy divergentes a las demandas de los patagones. Cumplirlas significaba el comienzo del fin de una estructura económica iniciada desde los albores de la dictadura. El modelo neoliberal, que es por naturaleza concentrador de la riqueza en manos de los dueños del capital, ha permitido que las elites en las distintas expresiones de poder tengan hoy un control casi ubicuo de todas las actividades nacionales.
El gobierno, que durante febrero y parte de marzo combinó la represión y la aplicación de la Ley de Seguridad del Estado con propuestas confusas y tramposas, dio un sorpresivo giro el 21 de marzo, cuando invitó a los dirigentes de Aysén a una reunión en La Moneda. Y en menos de 24 horas, todo estuvo más o menos resuelto. ¿Qué pudo haber pasado?
La prensa relató que el inicio de negociaciones fue tenso, con un gobierno que insistía en proponer los mismos argumentos ya varias veces rechazados por los dirigentes sociales. Pero con el paso de las horas, el equipo de negociadores del Ejecutivo, conformado por su cúpula política -Hinzpeter, Chadwick, Larroulet y el mismo presidente Piñera, conectado durante horas en videoconferencia desde Asia-, dio un giro y aceptó lo que durante semanas era inconcebible: accedió a comenzar a desmontar la estructura institucional jurídica. El brusco giro del gobierno costó su cargo al ministro de Energía, Rodrigo Alvarez, que se vio obligado de renunciar.
El gobierno trabaja con encuestas de opinión, que expresaban apoyo ciudadano nacional a los habitantes de Aysén y a las demandas de los patagones. No sólo en todas las regiones del país hubo una evidente empatía con esas demandas y problemas, que se hicieron explícitas en Calama, Magallanes, Arica y Parinacota, sino que también en la Región Metropolitana. Las marchas y actos solidarios, las masivas expresiones de apoyo a través de Internet, dejaron en evidencia que Aysén no estaba solo. El conflicto fue desde febrero el tema de mayor presencia en los medios de comunicación y en las redes sociales. Un estudio de Conecta Media Research reveló que desde el inicio del conflicto, el 22 de febrero, Aysén lideró las menciones en Twitter, Facebook y blogs, lo que volvió a repetirse el 15 de marzo, cuando se anunció la Ley de Seguridad del Estado y el 21 de marzo, durante la protesta en la Plaza de Armas de Santiago.
Tras el principio de acuerdo, los dirigentes, que estuvieron reunidos con parlamentarios de partidos de gobierno y de oposición, destacaron el carácter transversal del apoyo político que recibían. Una actitud que habla muy bien del movimiento social y su fortaleza creciente. Porque los que negaron durante décadas, hoy están dispuestos a avalarlo. Ante el empoderamiento ciudadano, a los partidos no les queda más que sumarse. Ante la inminencia de las elecciones municipales, ambas coaliciones están en mínimos históricos, por lo que el trámite legislativo para desatar el corsé jurídico de los proyectos para Aysén, debiera ser rápido.
MAS FRACTURAS EN LA DERECHA
Las concesiones que ha hecho el gobierno al movimiento social de Aysén van en dirección contraria a su ideario. Pueden hoy celebrar el fin del conflicto, pero los subsidios, zona franca, ayudas específicas, son concesiones que erosionan la cohesión de la estructura neoliberal, cuya prédica máxima es que sólo el mercado resuelve los problemas. Esta señal, observada también con la propuesta de reforma tributaria, ha comenzado a generar fracturas en la derecha. El 23 de marzo los distintos centros de estudios de derecha, el Instituto Libertad y Desarrollo (UDI), Instituto Libertad (RN) y la Fundación Jaime Guzmán, realizaron un cónclave cuyo objetivo fue hacer una reflexión programática. Desde esas tribunas, en especial L&D, se volvió a criticar al gobierno de Piñera por haberse alejado de los principios de la derecha, que son aquella mezcla de conservadurismo moral y libertad en el mercado. Los ministros que participaron en la reunión, Hinzpeter y Chadwick, defendieron un gobierno de “centroderecha sin complejos” que está para preocuparse de lo económico y también de lo social. Se debe gobernar, dijo Hinzpeter, “con ideas propias” en una agenda que sume los “nuevos desafíos del país”.
¿El gobierno perdió su rumbo? Durante estos dos años, y así lo sancionan las encuestas, parece gobernar con un proyecto que va en la dirección opuesta a las crecientes demandas ciudadanas. Porque, y en esto se puede estar muy seguro, tras la protesta social en Aysén hay innumerables otros problemas levantados como demandas por una sociedad civil ya organizada. Y ante este oscuro panorama, ¿puede mantener el gobierno por más tiempo este deteriorado proceso? ¿Puede la derecha seguir gobernando más allá de 2014?
Esta es una derrota histórica no sólo para este gobierno, sino para la estructura de la institucionalidad neoliberal. Este triunfo ciudadano marca la dirección del Chile futuro, que es el desmantelamiento del modelo instalado hace casi 40 años. Pero el gobierno puede convertir la derrota en éxito, en una forma de gobernar con “ideas propias” para enfrentar, como ha dicho Hinzpeter, los “nuevos desafíos del país”. El giro, que es una consecuencia de la acción ciudadana, no es voluntario, y sólo responde a la necesidad de recuperar gobernabilidad, apoyo en las encuestas y desplazar y diferenciarse de la Concertación.
EL PODER DEL DISCURSO SOCIAL
Iván Fuentes, el dirigente aysenino, dijo que este trance le hubiera ocurrido a cualquier otro gobierno. Lo que la ciudadanía percibe es que Sebastián Piñera no se diferencia en casi nada de Michelle Bachelet o Ricardo Lagos. La causa de los problemas está en la génesis institucional, expresada en el modelo neoliberal y el sistema electoral binominal. Aysén es una primera batalla victoriosa en una larga lucha. En todas las regiones los ciudadanos están oprimidos por este modelo discriminador, lo que se refleja en la educación, salud, en el acceso a recursos básicos como el agua -entregada a las grandes corporaciones-, el empobrecimiento, la mala calidad de vida o las consecuencias ambientales.
El movimiento ciudadano de Aysén ha sido también una prueba para el grado de cohesión de los movimientos sociales, y han salido exitosos de este trance. Todo tipo de diferencias políticas fue dejado de lado tras las demandas sociales, lo que quedó fehacientemente demostrado en la casi nula presencia partidaria durante el largo proceso de movilización. Hoy, la verdadera cohesión está en torno a problemas compartidos, los que trascienden partidos políticos. A partir de ahí se ordenarán las demandas futuras.
La casi absoluta ausencia de partidos políticos en la protesta social de Aysén, con la excepción bastante matizada de parlamentarios regionales, es una muestra palmaria del deterioro de esas instituciones. Porque si en algún grado participaron, lo hicieron desde atrás del movimiento social. Esta observación apunta a una necesaria recomposición de todo el andamiaje político, saneamiento en el que tendrá una necesaria participación futura la organización social. Del mismo modo como ha comenzado a desmontarse la institucionalidad económica, puede desinstalarse la política.
La semana que viajaron a Santiago los dirigentes sociales de Aysén, tras haber sido gaseados y apaleados durante semanas por las fuerzas especiales de Carabineros, fueron arropados y acogidos como héroes por las organizaciones sociales. Cuando los dirigentes fueron recibidos en La Moneda por el vicepresidente Rodrigo Hinzpeter, fue una jornada cargada de simbolismos que hicieron recordar otros momentos heroicos de nuestra historia reciente. El clima de solidaridad y de gestación de un nuevo sujeto social en torno a las demandas de Aysén estuvo cohesionado no por un discurso partidista, sino por necesidades colectivas que tienen, como primer obstáculo, el modelo neoliberal y, como segundo y no menos incómodo, el sistema electoral binominal. Un hilo cada vez más sólido une las protestas de los patagones con las de los estudiantes, trabajadores, consumidores y ciudadanos en general.
La presencia y el discurso del dirigente de los pescadores artesanales, Iván Fuentes, consiguió cautivar al país. Fue observado con fascinación en las pantallas de televisión. Miles de comentarios en las redes sociales expresaron su encanto por ese lenguaje directo, cargado de solidaridad y justicia cuyo mayor poder era la empatía. A través de sus palabras, gestualidad, simpleza y transparencia, el pescador patagón lograba transmitir los problemas de su región al resto de la comunidad nacional como un malestar compartido. El problema de Aysén pasó a ser el problema de todos los chilenos.
El movimiento social antineoliberal, que no está solamente localizado en la Patagonia, vive un momento histórico. Pero también el gobierno. En ambos lados se enfrentan no sólo demandas aisladas, sino la continuidad o desinstalación del modelo económico y político que ha estructurado a Chile en las últimas tres décadas.
PAUL WALDER
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 754, 30 de marzo, 2012)