A fines del año recién pasado, Editorial Catalonia nos presentó el libro “Los Archivos del Cardenal”. Casos Reales”, un trabajo en conjunto con los periodistas Daniel Arrieta, Mónica González, Alejandra Matus, Javiera Matus, Juan Cristóbal Peña, Ana María Sanhueza, Francisca Skoknic y con Andrea Insunza y Javier Ortega como editores.
El libro, recuerda una serie de casos de violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura militar y la labor realizada por la Vicaría de la Solidaridad.
En el mes de Octubre de 1973, el Cardenal de la Iglesia Católica y Arzobispo de Santiago, Monseñor Raúl Silva Henríquez, constituyó en colaboración con otras iglesias del país el Comité de Cooperación para la Paz en Chile, organismo que tuvo como misión prestar asistencia legal y social a las víctimas de las gravísimas violaciones a los derechos humanos que se produjeron a partir del Golpe Militar del 11 de septiembre de ese mismo año.
Más adelante, el 1º de enero de 1976, se creó la Vicaría de la Solidaridad del Arzobispado de Santiago, institución que vino a reemplazar al Comité antes mencionado y que asumió la continuación de su tarea. La Vicaría de la Solidaridad operó durante todo el régimen militar y concluyó sus actividades el 31 de diciembre de 1992.
Este libro y la serie televisiva de doce episodios transmitidos por la televisión abierta chilena, son, por sobre todo, una historia sobre la memoria y sobre la resistencia a olvidar. También, es un viaje hacia lo profundo de los recuerdos de una parte de nuestra historia que, muchos quisieran olvidar, ya que hay quienes creen que recordar es caminar hacia atrás pero no, la memoria es caminar hacia delante.
Recordar hechos, tener memoria, construir una historia implica, necesariamente, querer olvidar algo y construir una historia a partir de sucesos seleccionados. Sólo se usan aquellos hechos o situaciones que no hieren o no molestan a un colectivo social.
Pero cuidado, la memoria está llena de trampas que se abren sorpresivamente porque la forma de los recuerdos es cambiante. A veces, parece que el presente estuviera celoso del pasado y se encarga de adecuarla a su voluble y cotidiano antojo.
Por ello, se agradece, la adecuada contextualización histórica y social además de la escritura limpia, clara y precisa sin adjetivos, sin calificaciones o descalificaciones que podrían cargar la lectura hacia algún lado.
Por eso es que este libro, lleva hacia delante, porque abre los cajones cerrados de la memoria, los airea; convirtiendo el pasado en presente, alumbrando algunas zonas que estaban en la sombra.
Ese es el valor de la literatura que vuelve la realidad cercana a los lectores. En esta ocasión, tanto la ficción como la realidad caminan juntas, apoyándose para resistir al olvido.
La venganza, el horror, el miedo, el valor caminan con los personajes, con sus historias y con sus familias como si fueran los siniestros apuntadores de una obra en la cual, sin embargo la esperanza se vistió de verde buscando hospedaje en la Vicaría de la Solidaridad, especialmente en el actuar de los hombres y mujeres que arriesgaron su integridad personal por personas que no conocían.
En ese sentido, este libro es un viaje de la oscuridad a la luz, de la vergüenza a la dignidad, uno necesario en momentos en que se pretende instaurar una amnesia colectiva, yendo hacia un pasado tantas veces negado con el propósito de recuperarlo para aquellos chilenos que nacieron mucho tiempo después de ocurridos los hechos y es una forma de conversar, compartir, acotar y enfrentar al miedo, que es una de las fuerzas mas poderosas y peligrosas a las que se enfrentan los seres humanos.
Muchos fueron los recuerdos, muchos dolorosos, que al leer el libro, se hicieron presentes y que siguen sorprendiendo por su crudeza como para preguntarse para que seguir recordando. Como cuando el poeta mexicano Manuel José Othón (1858-1906), le preguntó al Señor: “Señor ¿para qué hiciste la memoria/ la más tremenda de las obras tuyas?/ Mátala por piedad, aunque destruyas/el pasado y la historia”.
La respuesta a la pregunta anterior podría ser que no hay amnistía para la memoria y, lejos de lo que algunos quisieran hacer creer, no hay decreto humano o divino, que sea capaz de archivar un pasado que permanece.