Septiembre 20, 2024

Garzón, Valencia y el “Pago de Chile”

garzon_4_290

garzon_4_290La palabra Chile es conocida universalmente porque se asocia al ají, al gol de pirueta en el aire sin mirar el arquero llamado “chilenita”, y a la ingratitud, llamada “el Pago de Chile”, una suerte de desprecio por personas que han contribuido al país, incluida una sórdida alegría cuando esos “héroes caen”. El laureado Nicanor Parra, en una de sus instalaciones poéticas notables, colgó de un museo capitalino -a los pies del Palacio de La Moneda- la cabeza de muchos personajes con un cartel donde se leía “el pago de Chile”.

 

Garzón lo ha sufrido en España, de manos de sus colegas jueces y los festejos de la ultra derecha. En Chile, el silencio parece olvidar que el juez fue clave para cambiar la historia del país, detener a Pinochet, sacar a un dictador del mismísimo Senado de la República, y así avanzar en verdad, en justicia y en la tenue redemocratización. La detención en Londres por petición de Garzón significó correr los límites de lo posible y terminar con el festín de intocabilidad de quien no sólo había ordenado exterminio de opositores, terrorismo de Estado, robado, sino que además amenazó la nueva democracia usando el Ejército en las calles para defender los negocios turbios de su primogénito. El intocable se acabó, porque un juez se atrevió y los que habíamos pedido juicio en Chile al dictador, dejamos de ser unos locos extremistas “irresponsables con los pactos de la transición”.


El hilo de la historia lleva a Valencia, donde el abogado Joan Garcés había presentado la querella por asesinato contra Pinochet. Garcés fue el asesor del Presidente Allende que ayudó a dar forma a la “Vía Chilena al Socialismo” como proceso de transformaciones respetando las instituciones democráticas, quien le acompañó la noche previa al golpe para redactar un llamado a plebiscito como salida política al conflicto, y quien luego escribió el notable texto “La Experiencia Chilena”, donde fustiga a los golpistas y a la ultra izquierda por la falta de unidad en la línea que había electo al Presidente. Pero Garcés no se quedó allí y ante la impunidad en Chile, con una transición que no sólo perdonaba la responsabilidad personal del dictador, sino que lo nombró senador designado, el valenciano presentó la querella que en 1998 cambió la historia. El perito en el caso, profesor Joan del Alcázar de la Universidad de Valencia, lo sintetiza en uno de sus textos sobre Chile: Garcés y Garzón hicieron posible la muerte política de Pinochet. Su detención develó sus crímenes, los robos y las debilidades de la transición chilena (“Yo pisaré las calles nuevamente”).

El caso Pinochet desde su inicio en Valencia, cambió la mirada del propio Garzón, quien se atrevió a reabrir investigaciones por ejecuciones y desaparecidos en España. Allí comenzó el fin del juez, y la trama ultramontana comenzó a acusarle de prevaricación, por abusar de su cargo, porque mandaba a investigar crímenes prescritos, porque recibía un premio y no lo declaraba en su renta, porque en uno de los cientos de casos que le tocaba indirectamente observar se hacían preguntas a un banco que alguna vez le giró un préstamo legal…Hasta que la deriva de la vida lo regresó a Valencia: caso Gürtel, la trama de empresarios vinculados al Partido Popular que recibían contratos y devolvían favores a los políticos. Garzón ordena escuchas a los acusados que incluyeron conversaciones con sus abogados, y en una sentencia restrictiva del concepto de prevaricación -en la literalidad y no en el fondo-, le condena al ostracismo del sistema por once años; la muerte civil del juez valiente.

Garzón fue indomable y lo es. Esta sentencia no lo callará y hay demasiada impunidad en el mundo para pensar en su “retiro”. Él, además, ha sabido rehacerse con cambios radicales. Se le criticó su breve paso como parlamentario PSOE en 1994, pero luego volvió a la Judicatura, lo suyo, y condenó a directivos socialistas por los GAL, el sistema de guerra sucia contra la ETA. Y luego persiguió a la ETA, mostrando su independencia, colaborando así a que el nacionalismo vasco retomara el camino político y abandonara la violencia. La ultraderecha ni siquiera le valora el coraje que tuvo en esa tarea, arriesgando su vida.

Valencia y el “Pago de Chile”, dos palabras que convergen en la historia de Garzón. Un camino que se le abre es construir alternativa política, aquella que lo le gustó en el año 1994. Como ocurrió con los jueces que se atrevieron a denunciar la corrupción en Italia y que hoy son el movimiento más valorado tras los escándalos de la bacanal berlusconiana: Antonio Di Pietro y el Movimiento de las Manos Limpias que ha ganado parlamentarios y la mismísima alcaldía de Milán. En tiempos de crisis de referentes, de nuevos desafíos -como romper los poderes paralelos que se enquistan en las instituciones democráticas- Garzón tiene a sus 56 años un fecundo camino que recorrer. España, además, necesita una coalición progresista plural, con nuevos actores, para enfrentar a los que quieren el silencio y la impunidad.

Al fin del mundo, para ser justos, hay mucha gente que le admira y no olvida que su orden secreta a Londres ayudó a corregir el rumbo de la historia.

Columna publicada en El Mostrador

 

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Escritor, ex alcalde y ex diputado. Master en Desarrollo, consultor internacional.

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