Hace un par de días estalló en las llamadas “redes sociales” el video de una mocita de pelo mojado haciendo alarde de su clasismo, cuando simpatizaba con el decreto medieval de su Condominio Chicureano que impide a las “nanas” y a otros miembros de la servidumbre transitar por las lustrosas avenidas de su barrio emplazado en un peladero similar al del Kalahari. “¿Te imaginai acá en el Condominio todas las nanas caminando pa’ fuera, todos los obreros caminando por la calle y tus hijos ahí en bicicleta?” le preguntaba al periodista, horrorizada. Que ella y otros tantos alberguen este tipo de posturas me parece intrascendente: hay de todo en ese chiquero que los antiguos griegos definieron como Democracia, y que según el mismísimo Platón, precisaba de esclavos incapaces de pensar por sí mismos. Para muestra un botón: la Nana.
La Nana es una de esas instituciones que han calado tan profundo en la concepción de mundo de los chilenos, que cualquier mujer que haga labores vinculadas al aseo de una vivienda ajena, sin importar si utiliza el delantal almidonado y la cofia de percal, sin importar si vive o no en la casa donde trabaja, y sin importar si ayuda o no en la crianza de la prole, es a menudo catalogada como La Nana. Los más progres la denominan “la señora del aseo” o en el mejor de los casos la “asesora del hogar” (¿Asesorar qué? Me pregunto yo ¿Desde cuándo obedecer órdenes por un sueldo obscenamente bajo constituye un asesoramiento? Pero en fin. Se supone que las nanas asesoran a sus amos en la distribución de los enseres: Señora Bernardita, el LED no se ve bien junto a las mesita Chippendale, cuidado con los brocados Don Patricio, que los almohadones orientales se deslucen. Maidita, cuidado con la caca de perro, no se vaya a ensuciar el vestido imitación Givenchy que la mamá y yo elegimos en la semana de la moda de [Almacenes] París).
Esperé dos días para escribir esta columna porque quería saber qué opiniones me encontraba en las redes sociales respecto al video. En virtud de ese análisis, he podido clasificar dos tipos de nana: la esencialista y la bestial. Algunos insultaban a la señorita del video porque “con esa cara de india, como se atreve a hablar de las nanas, si ella parece una” o “seguro le chupai el pico a tu marido, maraca arribista” ¡Qué lindo! ¿No? Desglosando toda la artillería de elegancia que engalana el discurso de los chilenos. Fútil. En ninguna parte leí un comentario generalizado sobre el sesgo de género presente en esta institución nacional llamada Nana: porque son siempre mujeres, jamás hombres, los encargados de realizar este trabajo digno pero pésimamente mal pagado y con un estigma social atroz. La profesora le pregunta al niño de escuela proleta “¿En qué trabaja tu mamá, Brian?” “Mi mamá es asesora del hogar”, “ah, nana”, lo escuché yo mismo un día que hacía una charla de motivación en mis tiempos Universitarios. Pero veamos las definiciones.
La nana esencialista: es el tipo de Nana que la familia “acoge” como un miembro más de ellos, todo un privilege. Tanto la quieren, tanto aman sus cabellos tiesos mal teñidos por el agua oxigenada Vol.30, tanto idolatran su olor a cloro impregnado hasta en las uñas gruesas de sus pies, que la tienen viviendo en una pieza “con baño propio”, muy cerquita de la cocina, por si a la amita se le antojan panecillos con mortadela a media noche o un batido de zanahorias con jugo de tomate, para la elasticidad de los tejidos de sus brazos fofos y llenos de pecas. La vitamina C es el must de las amitas y las sirvientas deben correr con las bandejas. Este tipo de nana es la que cría a la prole innumerable de los patrones Opus Dei. “Tan buenos para la cama que son estos católicos” reflexiona la nana evangélica en un arranque de anarquía, mientras espolvorea con talco el culo sonrosado y pestilente de las guaguas de la familia, del Pedro Pablo, del José Joaquín, del José Ignacio, de la Colomba Agustina. Esta nana también es de gustos refinados: sólo come las sobras de los patrones, nada de alimentos especiales, “La Nancy es tratada como una reina, nada le falta, sabe lo que es un entrecot y la vez pasada hasta brindó con Moet & Chandon para el año nuevo, imagínate Eduarda, no sé por qué se quiere volver a Molina, si aquí está tan bien. Fíjate Malú que el año pasado la llevamos con nosotros de vacaciones a Zapallar, bien mal agradecida que salió después de todo”. Los niños de la familia, en cambio, la idolatran con locura. Como esta nana carece de vida sexual y romántica porque su jornada completa está destinada a la vivienda ajena, y como la patrona se lo pasa casi todo el día en el psicólogo lidiando con la concupiscencia descontrolada de su marido, famoso entre todas las secretarias del Sanhattan, es ella quien establece lazos con los mocosos, a quienes cree amar. Pero éstos la tutean “oye Rosa, ven para acá”, “oye Juana, prepárame un completo”, “puta Lila que eri weona, oh”. “Tan groseros que son estos cabros, Yesenita, no los pesquis” dice la patrona que a eso de las seis de la tarde toma su baño de sol acostumbrado al lado de la piscina, para desprenderse de las energías negativas adquiridas por tanta compra en el Mall y para tratar de conectarse de una vez por todas con la puta Nirvana. Todos quieren a esta nana, es tan delicada, tan consiente, tan linda aún con sus zapatillas de goma, aún con sus hilitos de ceja y ese maquillaje que le compró a su amiga, también nana, que vende Avon, si hasta parece un ídolo. Mírenla, tiene los ojos avellana, yo la quiero tanto. “Mis amigos del Santiago College siempre me preguntan quién me hizo el sándwich y yo digo que mi nana, porque me quiere tanto que hasta le esparce semillitas de sésamo, para que la margarina tenga un sabor rico”. Casi todos los que tienen nana esencialista criticaron a la “rota de Chicureo”, “Cómo es posible, se nota que no está acostumbrada a tener nana, por eso es así de clasista, que espanto, encima, oye, Marce, te estoy hablando –pausa– encima, ¿le viste el pelo? ¿Quién sale con las mechas mojadas en la mañana? Que rota. Yo quiero tanto a mi nana, ella puede transitar por el barrio como se le ocurra. El Pape, que vive en Chicureo, le regaló una parcelita a su nana para que se construya su casita, hay que ser solidarios, así lo dicta la encíclica del papa, así lo indica el Santo Balaguer…”.
La nana bestial: Esta es la nana del perraje arribista. Es la joven treintona de clase baja que se aburrió de los abusos del marido, de lo cara que está la vida de la ciudad, de los cabros que exigen un Wii y de los cursos tipo Cema Chile que imparte la municipalidad a través del Sernam y que sirven para mantener contentas a las viejas que no alcanzaron el “sonrisa de mujer”. Así que decidió salir a trabajar “se gana más que fabricando canastitos de papel maché barnizados” medita. Las opciones son en realidad pocas. Sólo se puede ser nana, “con cuarto medio, qué mas querís” le dice la Licenciada en Derecho que vive en Chicureo y que le paga cincuenta mil pesos al mes, por limpiar la casa 3 días a la semana (siendo honestos, la pobre Licenciada no le puede pagar más, pero tener nana es un imperativo moral, como lo es la Louis Vuitton o el Audi del 2003 que se parece al del 2012). Esta nana, al contrario de la esencialista, vive en su propia casa, por lo que debe levantarse a las cinco A.M. para llegar a las 8 de la mañana y empezar a hacer el aseo en la vivienda de la patrona, donde nunca faltan los pendientes: “mañana friegas todos los vidrios y también las baldosas del conservatory, cuidado que son africanas, y pon atención a las peonías que esas me las trajeron de Holanda. Después preparas la comida: sushi y papas cocidas, hay jugo en polvo en la despensa, ¿está claro?”. Cuando se queda sola, la nana bestial le saca las joyas falsas a la patrona, sus polvos de arroz, su rouge y su rímel y se lo prueba todo en frente del espejo del Walk in closet: “Me veo entera de pituca”, medita. Cuando concluye sus labores, sale a la plaza a fumarse un Belmont light y uno que otro pendejo de dieciséis tratará de “tirársela”, total, “es nana”. Las hay peruanas también: bien cotizadas, dicen, por el “exotic approach”, casi como tener esclava negra, o esas sirvientas que aparecen en los libros de Jean Austen, las que amenizan los bailes y sirven la champaña y los dulcecitos franceses en los conciertos privados en honor a Brahms. A esas sí que les toca duro. Les pagan una miseria. Encima las viven amenazando con inmigración. Llegan al país para ganar un sueldo que envían a la familia de Lima, “y fíjate como son de hediondas, andan pasadas a axila. El otro día caché que me usa el perfume que me regaló el Pato, el colmo de ladrona, y una que trabaja como bestia, la voy a denunciar a los carabineros”. La nana bestial va y viene: nunca pertenece a la planta fija de ninguna casa. Revolotea como una golondrina errante por los hogares donde requieran de sus servicios: en el centro, en Peñalolén, en los departamentos nuevos frente al parque Bicentenario, cuidando a esas viejas paliduchas y decrépitas que se equilibran en sus sillas de ruedas, en las villas ubicadas en el hervidero del arribismo chilensis llamado Chicureo. Las nanas esencialistas de Santa María de Maquehue, por el contrario, son insondables, hay que presentirlas: las bestiales, en cambio, se distinguen a kilómetros. Todo lo que visten es de Patronato. Antes hubo muchas indias que se embarazaron del patrón y se volvían al sur, rojas por la vergüenza, tratando de ocultar la hinchazón “por eso el huacho les salió rubio, pero de mechas paradas”, opinaban las oligarcas de Temuco, Valdivia y Osorno. Ahora la cosa ha cambiado, no tanto eso sí. Todavía es La Nana, pero con un poco más de libertad que la esencialista. Al menos puede ver el mundo a través de las ventanas de la micro…
Pienso que más que un problema con los dichos de la señorita que se molesta por las nanas que transitan por las calles o la nana que debe vestir sus galas de criada si quiere pavonearse en el club de golf mientras vigila a los “pequeños”, la cuestión de fondo es la figura de La Nana como totalidad. Es una muestra no sólo de las injusticias sociales presentes en Chile, del sub desarrollo de un país donde hay gente que no se puede hacer cargo de su propia mugre, sino además del abismo de oportunidades que existe entre un hombre y una mujer ¿Por qué es La Nana y no el Nano? ¿Por qué una mujer de clase trabajadora debe tener como primerísima opción el fregar la caca ajena? ¿No es eso indigno acaso? Y por si fuera poco, deben transformarse en fetiche comercial para los canales de Televisión, que lucran con sus desgracias, exhibiéndolas, mostrándolas en primerísimos primeros planos, para que no les quede dignidad alguna, porque como seres humanos son consideradas en la segunda, tercera, cuarta y quinta categoría. Realmente impresentable, obsceno.