Como decíamos en el artículo anterior, el movimiento de reforma de los estudiantes de la Universidad de Córdoba en 1918, encontró terreno fértil en los cambios que se habían comenzado a producir una año antes en la sociedad argentina: se había incrementado de manera inusitada la acción obrera y el poder de los sindicatos, además del aumento considerable de la representación parlamentaria socialista.
Es importante destacar, asimismo, que por primera vez en la historia política argentina, la voluntad de cambio de las clases medias adquiere la forma de partido político que llega al poder con el apoyo mayoritario de la población. Es precisamente con la Unión Cívica Radical en el poder y con Hipólito Yrigoyen en la presidencia de la república cuando irrumpe en Córdoba el movimiento por la reforma universitaria.
La reforma propicia la autonomía universitaria junto con la libertad de cátedra, que permite la entrada en las aulas de todas las ideologías sin más limitaciones que las que resultan de su nivel intelectual o moral. Lucha por la supresión de las trabas económicas que afectaban a las clases modestas y exige para el funcionamiento de las clases, horarios adecuados que contemplen las necesidades del alumnado que debe trabajar para costearse una carrera y se solicita libertad de asistencia a las clases para facilitarle los estudios a los que el trabajo no los deja concurrir.
En general, se propicia dentro de la universidad un proceso de concientización política, favoreciendo el interés por impulsar el cambio social al extremo que el universitario empezó a comprometerse cada vez más en la marcha nacional. La nueva actitud de los universitarios intenta retomar la vida intelectual del país y sacarla del rezago en que se encontraba.
Los jóvenes quieren una universidad acorde con su época y, en consecuencia, asumen una actitud americanista. El americanismo de la reforma aparece como una expresión de afirmación latinoamericana frente al entreguismo y al sometimiento del continente.
Influencias del movimiento universitario de Córdoba.
El movimiento de Córdoba hizo tomar conciencia a los académicos de América Latina, de su propia valía. En 1919 San Marcos de Lima se une al movimiento; en 1920 Santiago de Chile; en 1921 la Confederación de Estudiantes de México sigue las decisiones de los argentinos; en 1922 hay reforma en Bogotá y en Medellín, Colombia; en 1923 se reúne, siguiendo a los de Córdoba y México, un Congreso de Estudiantes en La Habana; 1927, Paraguay; 1928, Cochabamba, Bolivia; en 1929 y 1933 se producen las huelgas generales de los estudiantes de México.
Varios analistas coinciden en señalar que el movimiento de Córdoba alcanzó su expresión político-social de relieve continental gracias a una organización que tuvo sus orígenes entre los estudiantes del Perú: la “Alianza Popular Revolucionaria Americana”, APRA. El programa social-revolucionario del aprismo sirvió de fundamento a prácticamente todas las acciones estudiantiles hasta fines de la década del ’60.
El movimiento revolucionario APRA de los primeros tiempos es importante, debido a la significación que cobró en él, un elemento hasta entonces descuidado: el indigenismo político, es decir, la inclusión consciente de las tradiciones indígenas de las regiones andinas en el programa de acción política inmediata. José Carlos Maríátegui, quien trabajó en estrecha unión con Raúl Haya de la Torre, fundador y por largos años presidente del APRA, insistió en 1919 en sus artículos publicados en La Razón, especialmente en dos temas: la reforma universitaria y la lucha de los indios y mestizos proletarios por su liberación. Para él y para el APRA se trataba de dos aspectos de un mismo problema. Los “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, de Mariátegui, aparecidos en 1928, se convirtieron en un texto fundamental para la juventud académica latinoamericana de los años treinta. No está demás recordar, que los postulados del APRA fueron pieza fundamental de inspiración para los fundadores del Partido Socialista de Chile, el 19 de abril de 1933.
El movimiento estudiantil cubano, por su parte, se constituye a mediados de octubre de 1923 bajo la dirección de Julio Antonio Mella, cuando se realiza el Primer Congreso Nacional de Estudiantes Cubanos. Mientras esto acontecía, el gobierno de Augusto Leguía (que se había autoproclamado dictador en 1919), desterraba del Perú a Raúl Haya de la Torre y el presidente Marcelo Torcuato de Alvear, intervenía la Universidad de Córdoba. Estos dos acontecimientos no hacen sino demostrar la vulnerabilidad de las luchas estudiantiles cuando éstas se circunscriben sólo al ámbito universitario. Por eso es interesante destacar, precisamente, la existencia de una fuerte vertiente revolucionaria y de un precoz socialismo en el movimiento estudiantil cubano. Sus primeros documentos, así lo demuestran: “El estudiante tiene el deber de divulgar sus conocimientos entre la sociedad; principalmente entre el proletariado manual, por ser éste el elemento más afín del proletariado intelectual, debiendo así hermanarse los hombres de trabajo para fomentar una nueva sociedad, libre de parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud del propio esfuerzo”.
En los puntos clave de las ciudades se establece un íntimo trabajo en común entre la “inteligencia” estudiantil y el movimiento proletario. El Directorio Estudiantil, se convierte así en el centro de un movimiento anarco-sindicalista de masas proletarias. Después de la zafra, entre los meses de julio y octubre de 1933, los estudiantes llaman a la huelga política general que termina el 12 de agosto con el derrocamiento del dictador Gerardo Machado, quien había abolido las conquistas académicas logradas pocos años antes durante el gobierno de Alfredo Zayas.
Podría considerarse ésta, tal vez, una de las excepciones a las que nos referíamos en el artículo anterior, en el sentido que un movimiento estudiantil provocara la caída de un gobierno (en este caso dictatorial). Sin embargo, es necesario destacar que como consecuencia de la revuelta estudiantil triunfante, finalmente es un levantamiento de suboficiales bajo la dirección de Fulgencio Batista quienes entregan, en la práctica, el poder a los estudiantes. Éstos llaman a la Presidencia de la República al profesor de medicina Ramón Grau San Martín. El “presidente de los estudiantes”, muy poco tiempo después, será derrocado por el mismo Batista.
La revolución de 1933 se convirtió en un hito notable en la historia política de Cuba, pues se puede considerar el germen del movimiento que en la década de 1950, lleva al triunfo de la Revolución Cubana.
Otra de las excepciones en que el movimiento estudiantil jugó un papel muy importante en la caída de un gobierno, fue en Venezuela, donde la nación, cansada del militarismo, se alza contra el coronel Marcos Pérez Jiménez en 1958.
Sobre los movimientos de Reformas Universitarias en América Latina en general y en el Chile republicano (hasta 1973) en particular, seguiremos hablando en el próximo artículo.