La existencia de un cartel de delincuentes para la producción y ventas de pollos, ha escandalizado a muchos. Pero si sólo fuera en el ámbito de las aves, no sería nada. Lo grave es que redes de corruptos que se coluden para cagar a la gente que ya vive cagada existen desde hace mucho y no sólo para vender pollos rellenos de sal y agua.
El caso no es el único y la práctica no es nueva. El que quiera recordará que la colusión que inaugura el tiempo que vivimos comenzó cuando el ex presidente Aylwin, entonces diputado y varios de sus camaradas, se coludió con los militares y los norteamericanos para que se derrocara el gobierno popular de Salvador Allende.
De ahí en adelante se dio inicio a la temporada de asociaciones que se dispusieron a arrasar con todo aquel que osó levantar la voz para oponerse y resistir a la embestida ploma que mató, torturó, hizo desparecer y exilió a centenares de miles de personas. De paso, se llevaron las propiedades del Estado para sus casas.
Cuando se fueron con el rabo entre las piernas, llevaban entre las manos mucho dinero. Y la sensación de haber inaugurado una escuela que tenía alumnos aventajados en eso de las sociedades secretas dispuestas para el crimen. Esos mismos, hoy fulguran en el cielo de los poderosos.
Pero esos tiempos darían origen a otra forma de colusión: la Concertación de Partidos por la Democracia, integrada en sus comenzó por catorce partidos y hoy reducida a cuatro.
Con promesas emocionantes engrupieron a la gente y se lanzaron al gobierno con caras de circunstancias y transmitiendo la certeza que ahora sí que la cosa sería distinta. Y en veinte años se trasformaron en lo que decían aborrecer. Esa coalición que ofreció la alegría y unas cuantas cosas más, creó un país en que un puñado de patanes sinvergüenzas se adueñó de todo, transformando esta larga y angosta faja de tierra en la más desigual del orbe.
La colusión de los pollos pone de manifiesto más que una mecánica canalla para ganar más dinero, una cultura que se expresa también en las farmacias, los buses, las bencineras, los supermercados, las carnicerías, la pesca y en cualquier lugar en que las oportunidades se repartan entre dos o más.
También ha venido campeando en el congreso, que aunque no parezca un lugar apto para los negocios, es donde más se hacen y se cierran. Allí se han venido coludiendo en contra de la mayoría del país, una casta gobernante que se auto reproduce mediante mecanismos inmorales.
En esas oficinas y sillones, se han venido poniendo de acuerdo en perfeccionar una sociedad que de vez en cuando entrega algunos datos alarmantes que no parecen enojar a muchos. En ese horrible edificio de la calle Pedro Montt se han puesto de acuerdo por veinte años para esquilmar a la gente estúpida que se le ocurre vivir de un sueldo y de muchos créditos.
Chile, con sus números de escándalo, con sus muy pocos ricos y sus muchos pobres, con sus desigualdades que avergüenzan, con una educación que reproduce un apartheid de ignominia, con un sistema de salud de muerte y pensiones miserables, ha sido hecho hasta en sus detalles más extravagante, por la colusión del sistema político.
Por dos decenios los políticos del sistema han venido perfeccionando lo que hoy se luce en el mundo como el más desigual país del planeta.
Cada uno de los presidentes concertacionistas jugó su papel según fue el tiempo que le correspondió. Justicia en la medida de lo posible, economía que desprecia a los pobres, garantías extremas para los ricos, tranquilidad social para fabricar millonarios egoístas, fueron algunas de las categorías en las que brillaron las gestiones de esos cuatro estadistas.
Coherentes con esa gestión, el resto del sistema, diputados y senadores, han hecho lo suyo con verdadero entusiasmo. Las leyes que han salido del congreso y que por regla general traen su trampa, siempre hacen temblar a aquellos que se suponen son sus beneficiarios. No ha sido sino mediante una profusión de leyes y más leyes que el sistema se ha perfeccionado. Y en ese empeño ha habido una perfecta colusión, sincronía y coincidencia.
Y ahí andan todavía. Amarraditos, aunque pareciera que no.