En una democracia de verdad, no sólo Krassnoff estaría preso, sino todo aquel al que se le ocurra hacer un homenaje a cualquier criminal. Tampoco podría ser alcalde ni autoridad de ningún tipo quien haya sido miembro de los sanguinarios aparatos represivos de una dictadura o funcionario de ella.
¿Cuántos diputados, senadores, alcaldes, concejales y otras autoridades que hoy posan como intransigentes demócratas fueron funcionarios de la dictadura? ¿Cuántos esbirros de sus aparatos criminales andan sueltos, desempeñándose en empingorotadas empresas? Muchos engolados derechistas que aparecen en la televisión deberían estar entre rejas por apología del genocidio, en sus versiones soterradas y abiertas. Muchos sujetos como el alcalde Labbé, que cobardemente esconde en público su real papel en la represión, deberían estar condenados a una larga y educativa pena de cárcel. Del mismo modo, sujetos como Moreira, que se ufana usando el bastón que le regaló el dictador como si fuera una gracia andar afirmado en un utensilio de un traidor y criminal.
Desde el punto de vista del derecho internacional y del más mínimo sentido común, deberían estar en prisión cada uno de los autores, encubridores y cómplices de lo obrado por la dictadura. Para vergüenza de las personas decentes, estos homicidas no sólo caminan libremente por las calles, sino que además siguen siendo los que lo controlan todo. En gran medida por obra y gracia de los presidentes de la República de la Concertación que confundieron la prudencia con la cobardía.
Resulta incoherente que se recuerden los crímenes de la dictadura con profusión de detalles en programas de televisión, que se instalen museos de la memoria, que se repare, aunque sea mínimamente, a las víctimas de prisión y tortura y, sin embargo, se acepte en silencio que criminales y sus apologistas anden sueltos, recibiendo homenajes y usando con desparpajo las prebendas del Estado.
En rigor, la sociedad chilena sigue en una especie de esquizofrenia que permite vivir como si estas cosas fueran normales y sanas. No sólo los grititos estúpidos de los estudiantes de derecha de la Universidad Católica, mofándose de los muertos y desaparecidos, son síntomas del odio bien cuidado del que hace gala la derecha chilena.
Mucho peor es que la sociedad acepte hechos de mucha mayor gravedad y no se entiendan como alteraciones graves de la salud social, sino que se valoren como demostraciones indesmentibles de una sociedad donde impera la tolerancia, la democracia y la libertad.
La cobardía concertacionista no impulsó medidas tendientes a inhibir la reaparición de estas señales de descomposición moral que levanta como preciosa bandera la derecha chilena. Alguna vez deberán redactarse leyes que prohíban la apología del crimen, de la tortura, de la barbarie y sus paradigmas ideológicos que con intacta impunidad defienden muchos descarados.
Pero no sólo las vacilaciones de la Concertación han permitido estas señales de buena salud que da el fascismo. Cabe señalar que tampoco la Izquierda, sea lo que sea lo que entendamos por eso, ha sido capaz de levantar una cultura capaz de mantener en alto la alerta ante estas increíbles muestras de insanía. Poco ha hecho el sector más castigado por la mano criminal que torturó, asesinó, deportó y aterrorizó a todos un país por casi veinte años. Se ha preferido la convivencia pausada y amnésica a la denuncia permanente y el perfeccionamiento de la memoria. Las otrora aguerridas siglas se esconden en reductos oscuros en los cuales los antiguos guerreros van a bailar salsa y a recordar heroísmos pasados de moda.
De vez en cuando alguna pequeña tropa de valientes encara mediante funas a los criminales que gozan de una buena salud envidiable. Esa sería la idea mínima. Si no hay justicia, entonces que haya una funa perpetua.
Debería ser una obligación de la sociedad toda velar porque criminales confesos escudados en cargos pagados por todos los chilenos, no pasen por la vida como inocentes angelitos. Cuando se habla de cambios o revoluciones, deben entenderse también como compuestas por la reivindicación de la memoria, la justicia, y, por sobre todo, por la bronca. La necesaria, insustituible y sanadora bronca.
PF
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 747, 25 de noviembre, 2011
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