La gran utopía del pensamiento político conservador y de derecha está sintéticamente basada en que sus representantes políticos personifican los deseos de la mayoría y que sus posiciones de liderazgo, en las cuales constantemente defienden los intereses económicos y sociales de una ínfima minoría, se fundamentan en sus méritos personales, o sea, que ellos constituyen una selecta meritocracia. El corolario de esta manera de pensar es que a esta esforzada meritocracia, que habría reemplazado democráticamente al origen divino y de la estirpe sanguínea del poder político, le corresponde por sus cualidades arduamente adquiridas y experimentadas, ser los dirigentes de diversos conglomerados sociales.
A esto se agrega el concepto, también ficticio, de que la realidad existente es armónica y perfecta y que representa al mejor de los mundos posibles. Mundo al cual se ha llegado como el resultado de la evolución natural y progresiva de fuerzas económicas y políticas que a la larga y con paciencia beneficiarán a la mayoría. Es por la afirmación de estas dos simulaciones que el pensamiento político de derecha, en general, termina siendo co substancialmente adverso a las transformaciones esenciales de la realidad que beneficien a la mayoría y de una democracia que pueda facilitar estas éticas y necesarias innovaciones, ya que ellas a la larga minan su influencia. La falsedad de estos dos pilares del conservadurismo exige que éste sea también adverso al desarrollo de actividades que facilitan el examen analítico de la realidad como lo son la educación individual y colectiva de calidad.
Además hace necesario que erija pantallas que ofusquen y distorsionen esta realidad. Utilizando para ello desde la bandera con el vulgar patriotismo, lo que en nuestro país se llama la farándula y también a una ramplona e inimaginativa cultura (kitsch), en la cual los deportes de espectadores tienen un papel central. En la construcción de este oscurecedor telón juegan también un rol fundamental todas las manifestaciones de la prensa con una serie de plumarios de derecha, de centro y progresistas que amenazan a los propulsores del cambio social con las penas del infierno y de cataclismos sin fin. El poder de esta maquinaria de desinformación pudo apreciarse en Chile, que ha vivido según dicen los últimos veinte en democracia, a pesar de haberse hecho solamente cambios cosméticos y superficiales a las leyes dañinas para la mayoría violenta e ilegítimamente instauradas durante los 17 años de dictadura. Sin embargo, está claro también que cuando estas tramoyas enajenadoras de la realidad demuestran su futilidad en ocultarla, y comienzan los cuestionamientos serios a las políticas de derecha como pareciera estar sucediendo en Chile en este momento, aparecen inmediatamente los fantasmas de la represión y de la violencia política.
El que Chile haya vivido estos últimos veinte años en una burbuja plácida de aparente democracia ejemplar según algunos, es también un índice del tremendo retroceso y de la fragmentación de lo cultural y de lo político producido por el terror y el miedo provocado por la dictadura. Ya que ni siquiera el pensamiento conservador de la dictadura de Franco, impuesto también a sangre y fuego, fue capaz de mantener su supremacía política en España por tanto años sin desafíos. Por ejemplo, en 1956, 16 años después del fin de la guerra civil, los disturbios universitarios en Madrid a propósito de un homenaje al fallecido filósofo Ortega y Gasset obligaron al franquismo a morigerar su represiva política universitaria, constituyeron el principio del fin del reino del conservadurismo en las universidades y sembraron las semillas de una creciente oposición a las políticas del régimen.
Sin lugar a dudas el predominio del status quo conservador en Chile en estos veinte años de la llamada transición democrática ha sido también posible en parte por la innecesaria aquiescencia y el torpe servilismo a las ideas ultraconservadoras de los partidos autodenominados de centro izquierda, que convirtieran a Chile en un país sin sucesos políticos de relevancia. O como dijera el historiador español Nicolás Sartorius refiriéndose a los primeros dieciséis años de la dictadura de Franco en España, en una Bella Durmiente con un pegajoso y enorme sopor. Esto, a despecho de la continua acumulación de los problemas de toda índole generados por las retrógradas políticas de la dictadura permanentemente implementadas por
Cualquiera sea el destino y los resultados del movimiento estudiantil en marcha en Chile en este momento, y a pesar de que este fracase provisionalmente en abrir las anchas alamedas de la democracia sin cortapisas, está claro que el indica el comienzo del fin del predominio de las ideas conservadoras en el discurso intelectual del país y tal vez también el comienzo del fin de lo que Antonio Machado llamaba refiriéndose a España “El Chile de charanga y pandereta. Con Machado, podríamos también esperar tal vez, que después de treinta y ocho años con el movimiento estudiantil “Mas otro Chile nace, / el Chile del cincel y de la maza, / con esa eterna juventud que se hace / del pasado macizo de la raza. / Un Chile implacable y redentor, / Un Chile que alborea…. / Un Chile de la rabia y de la idea. ”