Noviembre 28, 2024

Parada militar

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parada_militarEs difícil pensar que un desfile ensayado hasta la saciedad pueda ser un ejemplo de amor a la patria, o espíritu militar. Pocas cosas tan patrióticas como unas fuerzas armadas democráticas en su composición, obedientes a las autoridades legítimas y respetuosas de su pueblo.

 

 

La Parada Militar que celebra las glorias del Ejército es un evento anticuado que no tiene razón de ser. No sólo por los gastos que significan, y que por cierto son datos secretos, sino porque es fresco el recuerdo de lo que significó la gestión de esas mismas Fuerzas Armadas en la conducción del país, después del criminal golpe de Estado de 1973.

 

Si se piensa que aquella epopeya es una de las Glorias que merece ser celebrada, con mayor razón resulta un agravio a las víctimas y sus descendientes. Más aún si todavía muchos chilenos buscan a sus seres queridos desaparecidos, cuyos cuerpos en muchos casos fueron descuartizados y lanzados al mar. Por esas causas hay algunos militares presos y otros procesados.

 

Si se suman, ha habido más guerras en las cuales los Fuerzas Armadas, en especial el Ejército, ha combatido a sus connacionales, que a potencias enemigas. Y ha hecho muchas más bajas.

 

Una de las discutibles Glorias del Ejército, enseñada  aún como la Pacificación de la Araucanía, no fue sino una guerra de ocupación en la cual jamás se sabrá el número real de mapuches asesinados. Como discutibles son las innumerables veces en que dispararon contra obreros en huelga o campesinos movilizados. El siglo veinte está marcado por el reguero de sangre que dejó el Ejército como herramienta de explotación y represión de los poderosos de todos los tiempos.

 

No ha habido aún por parte de las Fuerzas Armadas una verdadera reconciliación con quienes han sido a lo largo de la historia sus víctimas, más bien se ha apelado a la amnesia inoculada por la cultura dominante.

 

Como pocas, las instituciones armadas representan la diferencia brutal sobre la que se construye la sociedad chilena. Con mandos vinculados a las familias que han dominado la economía y la política, Las Fuerzas Armadas dejan para los últimos escalones los nombres y pieles más oscuras.

 

Una carrera militar es algo vedado para hijos de trabajadores. Un apellido mapuche en las más altas esferas de la estructura jerárquica de la Marina, sólo por decir algo, es una ilusión extravagante. Llegar ser oficial del alguna de sus ramas, es mucho más complicado de egresar de alguna carrera universitaria de prestigio.

 

Resulta curiosa la tan repetida doctrina de seguridad nacional en circunstancias que recursos estratégicos están en manos de potencias extranjeras y la gente del pueblo, maltratada por sueldos de vergüenza, salud deprimente y, ya se sabe, una educación para pobres y otra para ricos. Un pueblo maltratado es el peor negocio si se piensa en la defensa del país en caso de guerra. Un pueblo bien tratado es la mejor estrategia.

 

Por estos días ha sido posible ver imágenes de la increíble represión que han debido soportar los estudiantes movilizados, contra quienes se han usado técnicas que se alejan de al función policial y limitan con conductas de asociaciones ilícitas, como lo demuestran las acusaciones de secuestros, amenazas, palizas, ascosos a niñas que mantiene ocupados su colegios, sospechas de intercepciones telefónicas, uso de material de guerra y un sinnúmero de operaciones encubiertas y cobardes.

 

Flaco favor se le hace a la patria el maltratar a estudiantes que luchan por un mejor futuro para ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos.

 

Las Fuerzas Armadas aún no se sacuden de la doctrina que les hacer ver en quienes luchan por sus derechos, como enemigos abominables y mostrando sus charreteras, desfilan orgullosas no se sabe bien de qué.

 

No puedo dejar de pensar en el subteniente que casi me descuartiza mientras me llevaba al Estadio Nacional el 19 de septiembre de 1973. Quizás hoy sea uno de esos generales que desfilan tan gallardamente.

 

El enemigo que ese soldado llevaba amarrado arriba de un camión, sobre el cual desplegó todas sus condiciones de combatiente hasta casi matarlo, tenía entonces 16 años, pesaría unos cincuenta kilos y tenía encima todo el miedo del mundo.

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