Noviembre 22, 2024

Venezuela, la desesperanza aprendida

Muchos se preguntan por qué Juan Guaidó no logra aún convocar una  mayoría ciudadana suficiente para poner término, por la vía de la desobediencia civil, al gobierno de Nicolás Maduro.

 

En efecto, los videos, mostrados a través  de los medios de comunicación, (CNN, TNT24…)  la mayoría de ellos favorables a Guaidó, son mucho más elocuentes que las cifras que dan sus partidarios. Está claro que la oposición venezolana no ha logrado una verdadera movilización de masas, capaz de convencer al ejército que abandone a Maduro y apoye a Guaidó.

 

Si comparamos las manifestaciones del 1º de Mayo tanto de Guidó como de Maduro, no cabe duda de que los rojos seguidores del chavismo son muy superiores en capacidad de convocatoria que la oposición al régimen.

 

El concepto de la “desesperanza aprendida”, que lleva a la indefensión y, finalmente, a la profecía auto cumplida y la depresión paralizante, ha calado muy hondo en cotidianidad del ciudadano venezolano: está sometido a la corrupción, a la delincuencia, al hambre; salir a la calle implica para el ciudadano común y corriente un serio peligro para su integridad física y a la posibilidad de ser herido o muerto.

 

No es cierto que sólo el hambre sea la parafina que encienda la mecha de la rebelión, muy por el contrario, una persona en situación desesperada evita morir gracias al instinto de conservación, razón por la cual prefiere quedarse en su casa que arriesgar la vida.

 

Por otra parte, la oposición, incluso si los ciudadanos siente alguna tibia afección por la oposición, terminan por aprender que sus líderes y partidos los traicionarán o bien, los llevarán a la IV República corrupta de líderes como Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, entre otros.

 

En las democracias la desesperanza aprendida se expresa en la idea de que nada cambia y que todo sigue igual, y los ciudadanos pierden  cada día más confianza en la democracia, (en Argentina, por ejemplo, siete de cada diez personas ya no creen en la democracia como sistema político).

 

Juan Guaidó cuando se autoproclamó como presidente el 23 de enero de 2019. Parecía joven, sin mañas políticas,   entusiasta, atractivo, voluntarioso y esperanzador y, como es lógico, su currículo vitae parecía sin mácula, lo cual contrastaba con los dirigentes de antiguos partidos de la oposición, entre ellos Henry Ramos Allun, o el cercano a COPEI, Henrique Capriles.

 

Como dice la canción, “con el tiempo todo se va”: Guaidó perdió la virginidad y se ha manifestado tal cual es, iluso o mentiroso, que prometió a Estados Unidos tener  el apoyo de la mayoría del ejército venezolano en la famosa aventura del Puente Santander, que permitiera la entrada de “los cuatro camiones” con medicamentos y alimentación, pero se convirtió en una derrota una vez conocida la realidad de lo ocurrido.

 

Guaidó volvió a mentir cuando ilusamente creía que tenía la mayoría del pueblo a su favor, y que lo seguiría con su un solo llamado suyo y de su mentor, Leopoldo López. Nuevamente, el “valeroso joven presidente” interino chocó con la realidad: el pueblo no lo acompañó en la eventual toma al Palacio de Miraflores, chocando con la evidencia de que el pueblo no estaba dispuesto a entregar su vida por Juan Guaidó y por Leopoldo López.

 

Los suicidios heroicos y los actos de coraje  son muy escasos en el acontecer de un país: en fondo, la vida es más prosa que poesía, por consiguiente, “el hombre de carne y hueso”, como diría Miguel de Unamuno, no está dispuesto a arriesgarse en una aventura que podría conducirlo no sólo a la derrota. El ser humano seguro de victoria juega a ganador en la mayoría de las veces, y no como perdedor con laureles.

 

El pueblo venezolano, que padece la desesperanza aprendida  y ha caído en estados anímicos depresivos, busca un salvador que le traiga la democracia y la libertad; en consecuencia, sueña con que los norteamericanos, (en este caso para Venezuela),  acompañados por lacayos colombianos y brasileros, (así sea en calidad de mercenarios),  puedan traer el fin de Maduro.  Los ciudadanos no entienden que quien cree encontrar  la salvación en la política y las armas está  condenado al infierno de una derrota sin retorno.

 

Los fanáticos de uno y otro bando tienden a ver la vida en rosa: en el caso de los seguidores de Guaidó, piden a gritos la intervención armada norteamericana sin ni siquiera detenerse a reflexionar sobre las catastróficas consecuencias que esta invasión tendría para Venezuela y para el resto de América Latina.

 

La “santísima trinidad, (Pompeo, Bolton y Abrams),  que asesora a Donald Trump repitiendo permanentemente que todas las opciones están abierta, lanzó el rumor de que se habían reunido con los jefes del Pentágono, dejando entrever que preparaban una invasión a Venezuela, opción para la cual ya estaban preparados. Trump, mucho más pillo que sus asesores, se presenta “conmovido” por el hambre y la sed que padece el pobre pueblo venezolano, (como si al magnate presidente le preocupara que los asquerosos latinos se murieran de hambre), cuando en realidad lo único que le interesa es el petróleo y el oro.

 

La personalidad de Trump, autoritaria, lo hace amar a los dictadores, (de Nor Corea, China, Rusia… me atrevo a apostar que le encantaría ser mucho más amigo de Putin); en el día de ayer se entrevistó telefónicamente  con Vladimir Putin por más de 90 minutos, (mucho más de lo que lo harían dos enamorados). En el fondo, Trump dedujo de las palabras de Putin lo que quería escuchar: que “a Rusia no le interesaba intervenir en Venezuela”, dejando campo libre a Estados Unidos, (¿será verdad tanta generosidad?) Putìn, político brillante y de doble discurso, sabe colocar trampas a sus rivales.

 

La desesperanza aprendida tiene un efecto paralizante que, finalmente, llevará a la profecía auto cumplida.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

05/05/2019                              

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