Uno de los eslóganes más potentes que mucha gente recuerda fue, sin duda alguna, el usado por Pedro Aguirre Cerda en su campaña política el año 1938: “Pan, techo y abrigo”, el cual acompañaba a otro eslogan de gran fuerza: “Gobernar es educar”.
Era la época de esplendor del partido radical y del Frente Popular, cuya doctrina se afirmaba en líneas tan coherentes y golpeadoras como las siguientes: “El pueblo que nosotros tenemos está hambriento, enfermo e ignorante. Necesitamos alimentarlo en condiciones tales que vuelva a ser el hombre resistente. Sin hombres fuertes no hay Nación y sin hombres cultos no hay República ni Democracia”.
Ese eslogan pareciera estar vigente todavía, ya que en estas últimas décadas se ha notado la debilidad de los chilenos en el control eficaz de sus autoridades, las que liberadas de esa necesaria cadena llamada ‘soberanía popular’ han campeado en corrupción, amiguismo, engaños… e incluso en robos y traiciones variopintas.
Ser cultos es el modo de ser libres, dijo hace más de un siglo el libertador cubano José Martí…un comentario certero, pero hoy la libertad incorpora también a la información. Y en ambos eventos, información y cultura, el Chile actual está fuertemente al debe.
La deuda mencionada se extiende a otras esferas del quehacer nacional, poniendo en duda la tan manoseada versión acerca del éxito del sistema económico que resultó vencedor indiscutible en la guerra fría, una vez derrumbados los muros ideológicos el año 1988. Hubo un tiempo en el que todos los componentes del conjunto político llamado ‘duopolio binominal’ –ora patrones, ora mayordomos- se ufanaban de haber logrado que Chile se acercara a un escenario que es más bien propio de cualquier país desarrollado. Vana ilusión, por cierto.
Si recorremos el pasado, veremos que a pesar de los esfuerzos y esperanzas puestas en juego por los gobiernos radicales, la situación de vivienda en aquellos años era dramática. Una multitud de personas se hacinaba en campamentos y poblaciones ‘callampas’ que envolvían las grandes ciudades como un cinturón de miseria. La pobreza era más abundante que el cobre, asfixiando a casi el 50% de la población a comienzos de la década de 1950.
Avanzados los años, y basándonos en el censo de 1970, encontramos que en ese entonces un 21% de la población (casi dos millones de personas) vivía en condiciones de extrema miseria. El 43% de los niños en esa condición no asistía a la escuela; la mayoría de los jefes de hogar en extrema pobreza no tenían empleo formal; el 50% era menor de 16 años y la extrema pobreza se concentraba, principalmente, en el sector urbano (68%).
A finales de los 70 el neoliberalismo –en su etapa salvaje- comenzaba a campear a voluntad en nuestro país. A poco andar, el consumismo se adueñó de la rutina nacional y los chilenos empezaron a mostrar una cara diferente, un rostro con rasgos de país triunfador, de nación que galopaba hacia el desarrollo. Otra vana ilusión, pese a que de acuerdo con la Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (Casen) realizada en 2006, la pobreza había disminuido, entre 1990 y 2006, de 38,6% a 13,7%, correspondiendo a la indigencia una disminución de 13% a 3,2% y a la población pobre no indigente de 25,6% a 10,5%.
Pero, muy pronto se supo también que esa encuesta CASEN había sido brutalmente amañada y manejada de manera torcida por las autoridades de la época, a objeto de mostrar a los inversionistas extranjeros la faz de un país en “crecimiento notable y sostenido”, lo cual distaba bastante de la cruda realidad.
Y llegó el 2017, año en el cual se realizó el catastro de campamentos por parte del Ministerio de vivienda junto a la ONG Techo la cual arrojó que éstos, más allá de las promesas de todos los gobiernos, han ido en aumento alcanzando incluso las cifras que se registraron durante la dictadura cívico-militar. Se constató que los campamentos habían aumentado en un 48% a nivel nacional y que esa cifra era similar a la registrada durante las crisis económicas sufridas durante la dictadura-
Hace poco tiempo nada más, la organización TECHO-Chile emitió un trabajo que fue publicado por el diario La Tercera, y en él certificó la existencia de 41.000 familias que vivían en 702 campamentos a lo largo de Chile.
Las razones de esta dura realidad -según TECHO- se originaban en el alto costo de los arriendos, y también en que un porcentaje significativo de los ocupantes de campamentos (30%) no quería seguir viviendo como allegado en casa de un familiar o de un amigo. Los bajos salarios serían la razón fundamental de la permanencia de esas miles de familias en un campamento, habida consideración que destinaban el 50% de sus ingresos al pago de arriendo de un modestísimo inmueble o de una pieza, lo que finalmente les explotó en las manos y optaron por instalarse en un campamento.
Señalemos que la OCDE recomienda que sólo el 26% de los ingresos sean destinados a tal fin (pago de arriendo), mientras que el 37% cubra los gastos de alimentación y el 17% el de agua, gas y luz. Esas cifras han sido imposible de cubrir por miles de familias, con el resultado ya conocido.
Los ejemplos del fracaso del sistema son variados. Hemos elegido el de la vivienda para mostrar sus perfiles en un país que se ha jactado hasta el hartazgo de ser miembro de la OCDE. Sin embargo, un estudio de esa misma organización señaló –crudamente- que en Chile son necesarias seis generaciones para que una persona logre romper con la línea de pobreza, es decir, se requerirían 180 años promedio para salir de ella.
El estudio denominado A Broken Social Elevator?How to Promote Social Mobility fue presentado por Gabriela Ramos, asesora especial del organismo, y respecto a él fue enfática en señalar que: “ya no hay movilidad social en los países de la OCDE: los ingresos, la profesión y el nivel educativo se transmiten de una generación a otra”. Y señala además que Chile está en muy mala posición, pues “tomará al menos cinco generaciones para que un niño de una familia de la parte inferior de la escala de ingresos suba a la mitad de ésta”.
Como corolario de lo mencionado en las líneas de esta nota, se puede agregar que en pleno año 2019 la situación de carencia de viviendas ha crecido dolorosamente, y ahora es posible ver incluso familias viviendo en carpas instaladas en algunas avenidas de las grandes ciudades. Santiago, comuna de Estación Central, ha sido un ejemplo de ello.
Definitivamente, hay escasas dudas en cuanto a que el sistema neoliberal tiene poco más que aportar. Tocó techo. No hay más menjunje para ese pastel. Ello sucede también en otros países que han adoptado la misma política económica neoliberal, como es el caso de Argentina, donde el gobierno de Mauricio Macri –un anti estatista a todo dar- le ha regresado la pobreza a más de 15 millones de personas.
Mientras tanto, en nuestro país la economía baja y baja, el endeudamiento de las familias llega a niveles históricos, la cesantía no afloja y la brecha económica continúa aumentando en detrimento del 95% de la población. Todo esto sucede a pesar de los 30 años de gobiernos duopólicos que utilizaron la democracia para enriquecer a los ricos y vender el país a las megaempresas transnacionales, en beneficio, claro está, de esos mismos ricos.
Los dirigentes del partido radical de los años 40 pujaban por estructurar en Chile ‘hombres fuertes y resistentes’… a esos mismos dirigentes se les podría decir que lo lograron, pues en el año 2019 los chilenos muestran gran capacidad de aguante y de fortaleza para soportar las injusticias clasistas y económicas de un sistema que intenta transformarse en ‘civilización’.