“Mi país no es un país, sino el invierno…” ha escrito el cantautor y poeta canadiense Gilles Vigneault, y en realidad su lírico enunciado es muy ajustado a las condiciones geográficas y climáticas de este inmenso país en la América del Norte. ¿Qué analogía puede hacerse con Chile? “Fértil provincia…” lo calificó Alonso de Ercilla, antes que Chile fuera Chile propiamente tal, “Una loca geografía” lo llamó Benjamín Subercaseaux, “país de contrastes” es un cliché habitual. Algunos apuntan a supuestas o reales características de su gente, como cuando se dice que alguien recibió “el pago de Chile”, obviamente apuntando a lo desagradecida que ella sería.
Recuerdo que a veces algunos comentaristas políticos gustaban de calificar a otros países, supuestamente menos serios, menos maduros políticamente, y sobre todo carentes de la supuesta estabilidad política de Chile, como “países de opereta”. Claro eso fue mucho antes que en Chile se instalara una dictadura de 17 años que aparte de su lado sanguinario, tuvo todas las características de una satrapía abundante en personajes ridículos, desde Doña Lucía luciendo esos zorros pasados de moda, pasando por –literalmente– una tropa de milicos pomposos que llegaban a caminar curcunchos por el peso de las medallas que generosamente se adjudicaban unos a otros sin haber estado jamás en un campo de batalla real, hasta la abundante manga de “cortesanos” chupamedias que aspiraban a quedarse con algo de los bienes del Estado que el dictador iba dispensando a sus amigos.
Bueno, la dictadura terminó, pero no sus efectos. Y de estos no sólo los económicos y sociales, con el desastre consiguiente que ellos tienen; sino –muy importante– también en la configuración cultural, ideológica de la sociedad chilena. ¿Cómo caracterizar al Chile actual entonces? Lo que viene a mi mente en seguida es que Chile es una telenovela, una telenovela interminable, para peor.
Mi comparación con el medio televisivo se me viene por la presencia misma de este medio por lo menos en mi experiencia aquí a miles de kilómetros de mi país originario: a pesar de la creciente influencia de las redes sociales, Chile sin embargo aun llega a mucha gente del exterior a través de la señal internacional de TVN, llamada TV Chile. Y vaya que es como para ponerse a llorar de pena por la decadencia que ese canal (“el canal de todos los chilenos”) refleja. Para empezar, sus noticieros dedican entre un 20 a un 40 por ciento de su emisión a la crónica roja. Mientras más sangre tanto mejor: portonazos por todos lados, asaltos variados, asesinatos como pan de cada día. Lo irónico es que de pronto el noticiero trae su pausa comercial y entre los avisos se muestran hermosos parajes de Chile, incluso con mensajes en inglés, invitando a los extranjeros a visitar el que para ellos puede ser un lejano y exótico país, pero sobretodo, sumamente peligroso: “¡Ni loco ir a Chile, me van a asaltar apenas salga del aeropuerto!” podría decir cualquier extranjero después de ver y escuchar los primeros veinte minutos del noticiero de TV Chile. Y no dejaría de tener razón, a juzgar por la preminencia de noticias policiales en la cobertura informativa de ese canal, una cobertura que por lo demás debe ser similar o aun mayor en otros canales estrictamente comerciales. En TVN después de todo, todavía debe haber unos pocos que tratan de salvar algo de una imagen de canal público, quiero pensar que no todos se entregan a la explotación de la estupidez humana con tanto entusiasmo.
El lado morboso de la crónica roja ha adquirido características cada vez más explícitas, el caso más reciente (seguido con minuciosidad enfermiza por parte del noticiero de TVN y me imagino de los otros canales en Chile también) ha sido el del malogrado profesor Nibaldo, asesinado cruelmente. “¿Cómo lo descuartizaron?” es lo único que les falta preguntar a los reporteros televisivos que han hecho de la morbosidad una conducta normal en Chile. No es extraño que los reporteros en su afán de sacar información morbosa en los casos policiales, empiecen a hacer preguntas cada vez más inquietantes, si es que ya no las hacen: “¿Cómo la violaste?” “¿Le arrancaste la ropa tú mismo o ella lo hizo bajo tus amenazas?” “¿Dónde le enterraste el cuchillo a ese señor?” “¿Estás arrepentido de haberla matado?” Y están también las “preguntas para el bronce”, si es que alguna vez en el ámbito periodístico se pusiera un muro especial para las interrogantes más desubicadas: “¿Le vas a pedir perdón a la familia?” preguntó la reportera policial de TVN Carla Rodríguez al acusado de haber asesinado a su ex novia chilena durante su comparecencia en un juzgado de Buenos Aires. Cómo es que el juez no expulsó de la sala a la desubicada reportera chilena, es algo que me deja perplejo. Aun cuando la reportera nombrada personifica esa crónica policial que alimenta y reproduce la morbosidad en el público chileno, ella por cierto no es la única, aunque sí, probablemente, su expresión más grotesca.
Pero veamos ahora las otras tramas de esta telenovela llamada Chile. Como en todo “culebrón” que se respete (desde los tiempos de Arturo Moya Grau, el gran maestro del género, todas las telenovelas como antes los radioteatros, siguen un esquema similar), tiene que haber uno o varios amores imposibles. Ahí tenemos a la Democracia Cristiana, esquivo amor del Partido Socialista y de otros del grupo de cabros de la Izquierda, pero ella coquetea con otros. Por su parte el joven Renovación Nacional siempre la ha estado buscando, y de pronto tienen sus encuentros furtivos, como cuando hace unos días le dio el sí en la idea de legislar la reforma tributaria. A veces la coqueta DC, siguiendo el consejo de algunos, les dice a todos que la dejen seguir “su camino propio” aunque algunos sospechan que eso es un pretexto para acostarse con algunos de sus otros pretendientes, en esto las telenovelas se han puesto más audaces y explícitas últimamente. De estos los pretendientes sin embargo, ha quedado descartado el tal Ciudadanos, que ella ya se dio cuenta que no tiene donde caerse muerto y que un futuro con él no llevaría a buen destino.
En esta telenovela tampoco faltan “los villanos invitados” rufianes que basta mirarlos para darse cuenta que no andan en nada bueno. El “Tío Pompeo” hizo una visita en uno de los últimos capítulos para advertir al dueño de casa que no se anduviera entusiasmando mucho en su viaje por las tierras chinas, que en lo exótico reina el peligro y que más vale respetar al Padrino, que no es otro que el Tío Donald, siempre muy preocupado porque sus sobrinos sigan sus recomendaciones. Si no, puede haber consecuencias…
En otro episodio pudimos ver la llegada de otros villanos invitados, nada menos que toda la pandilla del llamado Cartel de Lima, personajes siniestros que a toda costa quieren darle una paliza a la joven Venezuela, que se ha apartado de la familia y al Tío Donald lo saca de quicio. El dueño de casa de nuestra telenovela siempre trata de agradar al Tío Donald y no conoce límites al ridículo. Su episodio más absurdo ocurrió en su visita al Padrino, cuando presentó una pequeña banderita de su telenovela incrustada como una pequeña sección de la bandera del reality show del Tío Donald. Hasta este último se vio un tanto desconcertado de tener un sobrino tan obsecuente, pero en fin, así son los personajes de telenovela.
Para darle un aire liviano, esta telenovela llamada Chile también tiene el personaje del tonto de la familia. Bueno, en verdad son varios, todos ellos haciendo que sus progenitores pensaran en qué estuvieron cuando les dio por tenerlos: Sebastián Dávalos el imprevisto caballero de Caval, Jorge Tarud con sus obsesiones: Venezuela y Bolivia, el senador Letelier y sus manejos en las sombras cuyos resultados debemos saber en los próximos episodios. Bueno este último a lo mejor no es tan “tonto” y quizás haya que situarlo entre los personajes “vivarachos”, las telenovelas modernas también gustan de introducir a personajes contradictorios.
Amores imposibles, villanos invitados, dueños de casa sin sentido del ridículo, los tontos de la familia, conspiraciones variadas, pero en nuestra telenovela no puede faltar un personaje que a la teleaudiencia le caiga cada día más mal, el facineroso sujeto que al final de cada capítulo donde uno se entera de alguna de sus fechorías, él sigue tan campante, sin la menor intención de desaparecer de la pantalla, por el contrario, vanagloriándose de su presencia protagónica gracias a la cercanía familiar con el dueño de casa: Andrés Chadwick, ¡qué gran personaje para detestar!