Si hace décadas los productos que nos hacía delirar y perder el sueño, venían de Estados Unidos de América, ahora llegan de la China Imperial. Mike Pompeo, la mano siniestra de Trump, apresurado cogió sus maletas y vino a nuestro país a advertir del riesgo de ser invadidos por productos de la milenaria China. “Caerán al infierno del budismo y hasta el alma se les teñirá de amarillo” sentenció, mientras se persignaba. Quienes saben más del tema, aseguran que amenazó con invadirnos, si nos dejamos seducir. Como es hombre de reconocida verborrea incapaz contener, agregó: “Esto sería un caso de flagrante infidelidad conyugal y no lo vamos a tolerar”, le habría dicho al jefe en la pista central del circo de La Moneda. Ahí se reunieron en presencia del equilibrista Ampuero, del faquir Chadwick —todos lo daban por muerto, pero sigue vivo— del mapuche Ubilla y del coro polifónico del Congreso de Valparaíso, que cantaba el Aleluya de Händel.
Desde el tiempo de la dictadura en Chile, el imperio chino olía las bondades del país, y nos empezó a inundar de automóviles, televisores, celulares y baratijas que venden los ambulantes en las calles. Gracias a este motor de comerciantes industriosos a la deriva, que supera el espíritu mercantil de emigrantes árabes, españoles, italianos y judíos, avecindados en Chile hacia fines del siglo XIX, nuestro país se ha convertido en el amor predilecto del imperio chino. No es amor a primera vista, sino cultivado por décadas.
En el ojo del huracán se encuentra Huawei, empresa privada multinacional china de alta tecnología, especializada en investigación y desarrollo, producción electrónica y marketing de equipamiento de comunicaciones. Piñera, poseedor de ojo de águila para ubicar donde se debe invertir, depredar, inyectar recursos suyos —aunque nadie sabe si son suyos— y de sus amigotes, incluidos quienes van al parvulario a clases de ética, coquetea en los salones perfumados de los palacetes imperiales y abraza hasta las esculturas.
Como su viaje debe ser fructífero, después del contratiempo sufrido en Cúcuta, que le hizo perder la credibilidad, hasta del piño de borregos que lo apoya, sueña coronar su estadía en Asia, firmando múltiples convenios. Si al principio flirteó con su compadre el che Macri, ahora empobrecido y a punto de declararse en bancarrota, Piñera otea hacia el lejano oriente. Como ha leído las aventuras de Marco Polo, mercader y viajero veneciano, célebre por los relatos que se le atribuyen sobre el viaje a Asia Oriental, quiere emularlo. De Oscar Wilde, obras que mantiene en su velador, junto a El príncipe de Maquiavelo, le seduce recordar este aforismo incluido en Dorian Grey: “Los hombre jóvenes quieren ser fieles y no lo consiguen; los hombres viejos quieren ser infieles y no lo logran.” La Ministra Pérez, musa de la prensa, se apresuró a destacar la labor del presidente, y dominada por el delirio, dijo: “El sabe que tiene buenos goleadores, buenos arqueros y ministros que hacen pases de gol”. Sí, pero los goles los meten otros. El aire carnavalesco y la poesía, han llegado demasiado lejos en nuestro empobrecido medio cultural, mientras hay quienes niegan que el país sea de poetas.
Como hace años el dinero y las influencias volaron a Asia, donde todo resplandece y seduce, incluido los adoquines de las calles, se multiplican las tentaciones. Si desde lejanos tiempos las relaciones sentimentales entre Chile y China, parecían ser de dulce y agraz, ahora se afianzan y los entendidos en asuntos del corazón, hablan de un pronto enlace. De izquierda a derecha aplauden esta relación, que algunos califican de incestuosa. A lo lejos, el despechado Trump, que le gusta coquetear y se empeña en parecer seductor, como su compatriota Tom Cruise, apenas si le alcanza para enamorar a octogenarias desmemoriadas y convencer a países de África y Oceanía, que él es el Mesías, donde las monarquías florecen a su amparo. Mientras tengamos litio, cobre, agua, peces y bosques, el matrimonio Chile-China será la envidia del barrio, y los amantes realizarán pruebas de amor bajo la luz de la luna. Aunque haya eclipse. Ahora, si se agotan estos recursos, porque no son infinitos, el diálogo en la pareja se va a convertir en monólogo.
¿Volver entonces los ojos a Estados Unidos? Será demasiado tarde. En esa época no tan lejana, el Tío Sam estará convertido en tatarabuelo gruñón, dedicado a jugar póker en el hospicio, apostando granitos de maíz. Ahí arriban, tarde o temprano, todos los imperios para convertirse en chatarra. China tiene su lugar reservado.