Cuando algún tema ciudadano es abordado desde diversos enfoques –marxista, capitalista, utilitarista, individualista– en ocasiones lo que menos abunda es la razón y, por el contrario, se impone la sinrazón. Abordaje que por lo demás tiene, a veces, tanto en su teoría como en su práctica el imperio total del caos: todos y todas quieren hablar, oír, hacer y deshacer al unísono, o sea, como plantea el antiguo y profundamente racista adagio español, una merienda de negros. El ejemplo más claro de esto es la relación entre ciclistas y peatones irresponsables. Vamos a ver.
En el último tiempo ha habido esfuerzos concretos de parte de organizaciones de base, municipios e instituciones de Gobierno, por ampliar la red de ciclovías a fin de que el andar en bicicleta sea auténticamente una alternativa para trasladarse desde un punto al otro en la capital (Temuco también es un ejemplo de cómo se está avanzando hacia esa dirección). Y cuando no son ciclovías, se disponen lugares específicos en los parques que indican en grandes letreros “Vía preferente para ciclistas” como el Parque Uruguay de Providencia y el Parque Forestal en Santiago Centro. La cultura ciclística es tan profunda que parte desde el movimiento Ciclistas Furiosos hasta los métodos más sofisticados de alquiler de bicicletas con chip incorporado: ni siquiera es necesario comprar una, basta con bajarse la aplicación, arrendarla y dejarla tirada en cualquier sitio. Y encima las hay sin tener que ponerles candado. Hace dos años, el periódico británico The Guardian destacó en un artículo titulado ‘Get yourself a bike, perico!': how cycling is challenging Santiago's social barriers, la forma en que esta fiebre por ir en bicicleta al trabajo, fiesta, paseo, etc., estaba penetrando en la conciencia de los capitalinos, especialmente los del sector oriente que gracias a la bicicleta y las nuevas rutas y ciclovías conocen las distintas comunas de su ciudad, algo que el transporte tradicional y su contexto “de Plaza Italia para arriba” no permitía. El ciclista se mueve de un lugar a otro, observa nuevos edificios, nuevas caras, calles desconocidas y completamente abiertas a los sentidos. Un festín para la diversidad.
Es incluso usual toparse con gente de la farándula política y cultural, como el ex intendente Claudio Orrego y sus trotes matutinos, con el Compadre Moncho, y si se corre por fuera del Costanera Center, con el mismísimo Horst Paulmann.
Los peatones, por otro lado, también han tenido lo suyo. En los mismos parques citados se habilitan día a día nuevas sendas de maicillo o arena, se monitorea de forma constante el funcionamiento de semáforos, pasos de cebra, lomos de toro y demarcaciones con la señal de Peatón pintada de blanco o amarillo. Es así como muy temprano por la mañana o después de las seis de la tarde es posible ver a cientos de personas haciendo el trayecto a casa a pie, o bien cortando distancias del congestionado Transantiago al tiempo que dan una vuelta por los renovados parques y sus castañas y hojas secas de los fangosos prados, o a los que trotan de parque a parque quemando calorías y manteniéndose esbeltos con la ayuda de la gimnasia. Es incluso usual toparse con gente de la farándula política y cultural, como el ex intendente Claudio Orrego y sus trotes matutinos, con el Compadre Moncho, y si se corre por fuera del Costanera Center, con el mismísimo Horst Paulmann. Usar las vías peatonales también estimula el gusto por el buen vestir: ahora que hay tanto lugar por donde salir a caminar, ha surgido la preocupación por las nuevas prendas y la calidad de éstas. Muchachas y muchachos rivalizan por ver quién saldrá en el último número de Viste La Calle, o si fulano y mengano se morirían de envidia por el nuevo abrigo invernal de poliéster y goma eva comprado a plazos.
El problema surge cuando ambos mundos, Ciclistas y Peatones, cruzan sus dominios y dan origen a una contienda que incluso ha dejado abrigos sucios, heridas y hematomas. Allí es precisamente donde se gesta la merienda de negros: una absoluta ausencia de diálogo, nadie parece conocer cuál es el lugar que le corresponde a cada uno y por lo tanto tenemos a ciclistas que pedalean por la vereda peatonal de calles tan congestionadas como Lastarria, Ricardo Lyon –que tiene ciclovía– y Merced a pesar de la existencia de normativa y marco legal que castigan dicho tránsito. A veces incluso tocan la “bocina” para que el peatón recuerde su lugar en la vida, se haga a un lado y deje pasar a su majestad Ciclista, cuya superioridad moral emana de su no-uso del pérfido transporte público: él está contribuyendo a bajar los niveles de contaminación, él merece ir a toda velocidad por la vereda peatonal y cruzar en pasos de cebra –exclusivos para peatones–, los demás no interesan, ¿qué son los demás para él? Una mancha en su chaleco blanco. Algunos ciclistas creen, que pueden pedalear por la vereda peatonal. Sí señor, sí pueden, pero no deben…
¿Qué tal si la señora ciclista –con casco y camelback– se baja de la bicicleta para cruzar el paso de cebra y evita chocar con un auto? ¿Sabía usted que no puede cruzar en bicicleta? Y si ante la ausencia de ciclovías decide ir por la vereda ¿por qué no hacerlo a menor velocidad? ¿Qué quiere demostrar? ¿Qué es el mejor e invencible… en la vereda peatonal?
…Así como tampoco los peatones deben caminar, correr y trotar por las vías exclusivas y las vías preferentes para ciclistas/minusválidos en silla de ruedas. Existiendo toda una red de senderos, calzadas, lugares específicos remarcados con vivos colores y el símbolo “peatón” ¿Cuál es la idea de meterse en la Ciclovía? ¿Acaso porque decidió ir a la feria con la pilgua de asas y ruedas? ¿Los tacos se le hunden en la gravilla? Estos problemas de apariencia insignificante tienen que ver con la forma en que nos relacionamos ciclistas y peatones en la enorme jungla urbana que a pesar de disponer de lugares para uno y el otro, se transforma en un circo. ¿Qué tal si la señora ciclista –con casco y camelback– se baja de la bicicleta para cruzar el paso de cebra y evita chocar con un auto? ¿Sabía usted que no puede cruzar en bicicleta? Y si ante la ausencia de ciclovías decide ir por la vereda ¿por qué no hacerlo a menor velocidad? ¿Qué quiere demostrar? ¿Qué es el mejor e invencible… en la vereda peatonal? Y al peatón ¿qué le hace pensar que la vía de ciclistas le pertenece? ¿Sabe que puede ocasionar un grave accidente? ¿No es posible hacer el running por la vía de tierra especialmente diseñada para peatones –y menos dañina para tendones, huesos y huesecillos?
Cuando el peatón sorprende al ciclista sobre la vereda: gritos. Cuando el ciclista sorprende al peatón sobre la ciclovía: gritos. ¿Cómo se establece una sana convivencia entre ambos a fin de que respeten sus espacios? Respuesta: transitando y pedaleando… y siempre pensando en no dañar al otro. Ese diálogo ni siquiera requiere de mesas técnicas ni muchos menos de un comité de expertos, aquí solo hablamos de la vieja empatía, la antigua comprensión lectora –los letreros abundan y la ley es clara–, la amabilidad y la nunca pasada de moda buena educación. Mientras tanto nos quedamos en esa merienda de negros que no aporta al mejoramiento de nuestra calidad de vida.
Por Aníbal Venegas