En la monarquía siempre está asegurado el triunfo del estamento de los potentados. Los Presidentes de la V República mantienen más poder que los mismos reyes, cuyo mandato venía de Dios. En la V República, las elecciones siempre han sido manipuladas a fin de que triunfe el candidato de la oligarquía: desde 2002, ante el peligro de Le Pen padre y, luego, el de su hija, la mayoría de las veces ha habido un candidato o un reemplazante, que aseguraba el dominio de la oligarquía.
Hacia el año 2001 el derechista Jacques Chirac obtuvo el 85% de los votos, ante el miedo del triunfo del fascismo petanista de Jean Marie Le Pen. En 2017, la primera vuelta estaba asegurada para el derechista François Fillon, pero el escándalo de los dineros mal habidos por parte de su esposa Penélope forzaba a buscar un reemplazo, ocasión en que apareció Emmanuel Macron y su Movimiento en marcha, hasta entonces casi desconocida por la ciudadanía.
La “corona” estaba asegurada, pues Macron era mejor defensor de la democracia bancaria que Fillon: Emmanuel Manu era joven y apuesto, se había casado con su profesora de teatro, y en sus brillantes discursos se refería a superación de las izquierdas y derechas, un engaño que le permitía ganar el voto de socialistas y gaullistas, ventajas que se sumaban frente al espantapájaros del Frente Nacional, con su candidata Marine Le Pen.
Era inútil abstenerse o votar en blanco, pues había candidato para todos los gustos, desde derechistas hasta ultraizquierdistas, sin embargo, ya se intuía que la segunda vuelta sería entre Macron y Le Pen, y todo republicano bien pensante votaría por el joven candidato de la Banca, pretextando que su opción no era por èl directamente, sino contra el fascismo. Asumido el mando, Macron obtuvo fácilmente el dominio de la Asamblea Nacional, es decir, se convertía en mil veces más poderoso que los últimos reyes de Francia – mal que mal, tenìan que entenderse con la nobleza y el clero y los Parlamentos; a diferencia del Rey Sol, la fronda aristocrática esta vez estaba a favor del monarca -, y los franceses lo llamaban “Júpiter”. Los reyes estaban designados por Dios como sus representantes a fin de que protegieran al pueblo, pero Macron no tenía ni siquiera el deber de amar al pueblo y bien podía despreciarlo a sus anchas.
El poder absoluto no soporta el vacío, y Macron, como es lógico, lo está ejerciendo a su antojo. Es falso que Louis XVI fuera tonto – como lo pintan algunos historiadores – pues era mil veces más inteligente que Louis XV, pero a diferencia de sus predecesores, tuvo la mala suerte de llevar a Francia a la ruina económica, sólo que los reyes y los presidentes monárquicos no son responsables de los desastres que dejan a su paso.
El único castigo que existe para los Presidentes-reyes es su no reelección – como ocurrió con Hollande, quien tuvo el tino de no presentarse a los comicios , pues su ex ministro Macron aseguraría el destino de la monarquía – pero los ciudadanos, así tengan derecho a voto, al fin y al cabo seleccionarán siempre al supuestamente más representativo de la oligarquía.
Macron estaba muy seguro en el poder hasta que explotó la rebelión de los “Chalecos Amarillos”. El rey-Presidente, que recorría Francia, no había tenido la oportunidad de constatar la miseria en que vivían muchos de sus súbditos – y como el buen Louis XVI, pensaba que lo amaban incondicionalmente -.
Los monarcas republicanos actuales tienen la ventaja sobre los reyes absolutos del siglo XVIII de contar con una prensa servil al 1% o 2% de los ricos del país. Louis XVI, por ejemplo, tuvo que soportar las caricaturas pornográficas destinadas a su esposa. Hoy, Macron no puede soportar la sátira del filósofo Michel Ofrey, quien en un panfleto burlesco lo trata de “mi rey, mi soberano, su majestad, Manu, mi querido”. Dentro de sus críticas, se aprovecha de una foto en que sale abrazando a dos negros, y uno de ellos realiza gestos obscenos. El panfleto del filósofo francés está colmado de alusiones a la homosexualidad del Presidente Macron. En la monarquía presidencial no se soporta que un intelectual se burle del “rey”.
En el siglo XVIIII el rey podía enviar a La Bastilla, por medio de una simple carta, a los infractores al respeto debido a su majestad; hoy basta con acusarlos de homofobia y de petanismo para condenarlos ante la opinión pública y, para lograrlo, basta con el trabajo pagado a los periodistas vendidos al “rey”.
Macron es mucho más odiado por su pueblo que Louis XVI, pero hoy no se le puede cortar la cabeza, pues la guillotina está jubilada al dictaminarse el fin de la pena de muerte. Los “jacobinos” tienen que conformarse con marchar, cada sábado, tanto en París como en provincias – ya se completan 22 jornadas ininterrumpidas, que se iniciaron a fines de 2018 -.
Macron se ha encargado de ganarse el odio, no sólo de su pueblo de a pie, sino también de los intelectuales, entre ellos Monique y Michel Picon Charly, quienes en su libro El Presidente de los ultra ricos, demuestran cómo Macron, al suprimir el impuesto a las fortunas, ha terminado por profundizar la brecha entre ricos y pobres.
Macron, al darse cuenta que no puede dominar la rebelión de los “Chalecos Amarillos”, incluso instalando a los militares en el Arco de Triunfo, ha recurrido a instituciones obsoletas de la vieja monarquía borbónica: en primer lugar, los cuadernos de queja a fin de que el rey conociera la miseria en que se encontraban sus súbditos. Tanto el buen Louis XVI, ni el actual Presidente Macron, aunque lean estas escritos y derramen lágrimas, nada pueden hacer para menguar el hambre de los súbditos, y continuarán con las mismas políticas hasta el fin de su reinado.
Los reyes borbónicos tenían que luchar contra la resistencia de los nobles y de la jerarquía eclesiástica, y buscaban la alianza con la naciente burguesía, sobre todo con los banqueros, representados por ministro Necker. Las fortunas habían cambiado: desde la inmobiliaria a la mobiliaria financiera. Louis XVI, a diferencia de Macron, no se atrevió a aliarse al “tercer estado” y siguió siendo dominado por la nobleza, no permitiendo el voto por cabeza, sino por las órdenes, es decir, privilegiando a la nobleza y al alto clero.
Macron, a imitación de las “estados Generales”, puede engañar perfectamente al pueblo ofreciendo migajas que dejan los ricos, negándose a reponer el impuesto a las grandes fortunas y proponiendo el sufragio proporcional y dejando de lado el RIC, (referendo de iniciativa ciudadana).
Emmanuel Macron tiene suerte, pues justamente el anterior al anuncio de sus reformas se produjo el incendio de Notre Dame de París, acontecimiento que produce una gran unidad nacional, muy favorable al rey-Presidente.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
19/04/2019