Resulta curioso el estrépito asombrado que deja como efecto la votación de diputados sobre el TPP 11.
¿Por qué se acusa de traidores a parlamentarios que lo único que hacen es cumplir con su deber y ser fieles con su conciencia, convicciones e intereses?
Que muchos, casi todos, los parlamentarios no sean sino fieles a sus propios intereses no es algo nuevo. Que la corrupción en distintos grados y disímiles expresiones haya hecho del Congreso Nacional y de toda la política su mejor caldo de cultivo, no es algo que se supo ayer. Ni nace de la concha de una almeja.
¿Entonces por qué tanta alharaca porque algunos sujetos votan a favor de favorecer a los ricos mediante un reforma impositiva o uno qué otro apoye el TPP 11?
¿Es desconocida en la Sexta región la relación del senador Juan Pablo Letelier, que ha hecho de la política una vía para hacerse rico, con la red de corrupción del Poder Judicial en Rancagua?
El Congreso Nacional y el sistema político en general, es un continuo corrupto desde que se propuso perpetuar la obra de la dictadura por la vía de su perfeccionamiento utilizando expedientes democráticos.
Las gigantescas deudas que esta democracia tiene con la gente más golpeada por la economía no son producto sino de decisiones políticas lúcidas y profundamente ideológicas, y que se expresan en los hechos mediante las leyes que el Congreso hace.
El Congreso Nacional es el brazo secular de la cultura neoliberal en su expresión más extrema.
¿Garrote vil o guillotina? Depende de la ley.
Los increíbles casos de corrupción que ya ni siquiera llaman la atención han sido posibles solo por la existencia de leyes que lo han permitido o por la inexistencia que lo prohíba o castigue debidamente.
Y luego que algunas voces se alzaran para denunciar el TPP 11 como atentatorio a la soberanía nacional, tónico con que la ultraderecha hace gárgaras cuando le conviene, y que fue aprobado por una mayoría en la Cámara, emerge la rabia en contra de los diputado que dieron mayoría.
Y recién entonces algunos incautos caen en cuenta que la mayor parte de las leyes despachadas por este gobierno han sido por el apoyo entusiasta de quienes se nombran como Oposición.
Ya se leen algunas cosas graciosas: de las más aburridas, la convocatoria a nuevas y aún más estériles marchas encabezadas por batucadas.
Y otras: la invitación a no reelegir a aquellos que han probado este acuerdo TPP11, como medio de venganza o castigo por estas conductas supuestamente reprobables de ciertos parlamentarios.
¿Surtirán efectos esas amenazas? Jamás.
¿Es que la Democracia Cristiana está llamada por algún imperativo misterioso a ponerse del lado de las víctimas de una economía que le asienta de lo más bien y de la que ha sacado notable maquila?
¿O resulta fructuoso exigir del Partido Radical cierta conducta más o menos de una sola línea contrariando su histórico zigzagueo tras el aroma de la prebenda y el acomodo?
¿O del PPD, esperar alguna conducta que no sea la nacida del oportunismo y la ambición llevado a la perfección casi mística?
¿Y para qué decir del Partido Socialista que abandonó sin complejos el ideario del presidente Salvador Allende y se ha acomodado de lo más bien en todo aquello que antes era considerado por sus aguerridos dirigentes, como el enemigo contra el que había que sin descanso luchar, contra el pulpo del imperialismo que a los pueblos desea atrapar?
La impunidad, es decir aquello que queda sin castigo, ha permitido que la casta política actúe con el desenfado que se le conoce porque haga lo que haga, diga lo que diga, legisle como legisle, no le va a pasar nada.
Uno se pregunta qué más habría que esperar para que las organizaciones sociales, gremiales, sindicales, estudiantiles, de pobladores, de género, indígenas, caigan en cuenta que la única amenaza real para los sinvergüenzas que se ríen de la gente, es sacarlos de sus sillones.
Hará falta la más grande movilización capaz de elegir los candidatos que la gente decida y ofrecer a la gente ocupar su fracción de soberanía para llevar adelante un programa que se proponga el horizonte estratégico de construir un país a la medida de las necesidades de su gente.
Sería suficiente con elegir a personas que cumplan con la exótica cualidad de hacer coincidir lo que se dice con lo que se hace.
Como se sabe, la culpa jamás será del chancho sino del que le da el afrecho. En este caso, los votos.