Los dirigentes democratacristianos todavía creen que el PDC es un Partido poderoso como lo fue en sus mejores tiempos en el período de Frei Montalva y en los dos primeros gobiernos de la Concertación. A todos los humanos nos ocurre que queremos ser siempre jóvenes y bellos, (basta con mirarnos al espejo para ver que nos hemos convertido en viejos y feos y que estamos “marcando calavera” y que nuestras arrugas no mienten). En el caso de la Democracia Cristiana ocurre lo mismo, con un partido minúsculo que, gracias al azar, pueden jugar un papel importante en los proyectos del gobierno actual, especialmente en el controvertido proyecto de Reforma Tributaria.
En el PDC siempre ha habido de todas las tendencias ideológicas: desde cristianos y amigos de los comunistas hasta derechistas que no se atreven públicamente a declararse como tales, para quienes el camino propio es su opción preferida, (“usted no es nada, ni chicha ni limonada…”).
Los cristianos de izquierda, a través historia, han sido mucho más radicales que los jacobinos y, posteriormente, que los comunistas, (siempre ha habido dirigentes democratacristianos ultraizquierdistas, mucho más extremistas que los llamados “partidos obreros véase el Mapu y la IC”).
La derecha chilena es muy tonta y ha hecho lo imposible para que el PDC no sea parte de su conglomerado político – como ocurre en Europa -. Durante la transición a la democracia no podían aliarse a la derecha, pues la dirigencia había sido partidaria de la dictadura; hoy es un partido minúsculo que, aun cuando entrara a formar parte del gobierno de Sebastián Piñera, tendría un papel muy secundario, dada la hegemonía de la derecha dura que actualmente dirige el país.
Es lógico desde su punto de vista de la DC, hoy comandada por viejos decrépitos, busque su identidad, perdida desde hace más de varios lustros. Ya no pueden ser el partido de la “redención del proletariado”, menos de “la juventud chilena adelante”, como tampoco pueden prometer la “revolución cristiana”, y ni siquiera representar al socialcristianismo – la iglesia, su jerarquía y el clero están por el suelo -.
En la transición, con un sistema electoral binominal la Democracia Cristiana tenía un papel preponderante: los partidos estaban obligados a formar combinaciones políticas para no pasar desapercibidos, y la DC se constituyó en el partido ideal para liderar la Concertación de Partidos por la Democracia y, además, contaba con demasiados profesionales “hambrientos” para ocupar los cargos del Estado. Tuvo dos presidentes, en el comienzo de la transición, hasta que con Ricardo Lagos perdieran la mano, y de ahí para adelante, andan de tumbo en tumbo y al “sol que más caliente”.
Hoy, sin la vigencia del sistema binominal, ya no les es urgente armar grandes combinaciones, por consiguiente, el PDC ya no es imprescindible; los socialistas, aliados a los comunistas y al Frente Amplio, forman un bloque más poderoso que el de la Democracia Cristiana y el Partido Radical, (estos últimos tienen fama de siúticos, arribistas y ladrones, a partir del fin del gobierno de Gabriel González Videla y, como las viejas pillas, saben sobrevivir muy bien, pues con tanta historia política, han dominado los trucos electorales, sumado a que los hermanos masones se protegen muy bien mutuamente).
Los muertos no resucitan, aunque a veces puede ocurrir en política: a la Democracia Cristiana le encantaría volver al auge de los viejos tiempos en que era un partido ideológico, de grandes principios sociales, pero que también sabía repartirse bien los cargos del Estado y, como católicos en su mayoría, ahora pretenden resucitar como Jesucristo, lo malo es que esperan un milagro que jamás se producirá, con el agravante de que el pueblo les está negando su apoyo. En el mundo actual las Democracias Cristianas y la Socialdemocracias prácticamente han desaparecido. El clivaje entre los extremos de derecha e izquierda tienden a la polarización, que algunos llaman populismo, y para no darse la molestia de estudiarlos en complejidad y particularidad, usan terminologías obsoletas, que correspondían a los años 30, (fascismo, nazismo, populismo…).
Tratar de explicarse el paso por parte de la Democracia Cristiana para aprobar la idea de legislar sobre la Reforma Tributaria equivale a buscar la cuadratura del círculo. Es evidente que para aspirar a cierto protagonismo y buscar la identidad perdida se le hace necesario adoptar el camino propio y, como los adolescentes, creer que han superado la niñez y que pueden, con autoridad, traicionar los pactos con sus ex aliados del bloque opositor.
La Democracia Cristiana pretende ser un partido político capaz de dar orden a su bancada en el Congreso, pero en el fondo está integrada por un conjunto de personalidades parlamentarias, algunas de ellas muy valiosas, como Francisco Huenchumilla y Yasna Provoste, entre otros. Al fin y al cabo no hay nada que temer, pues siempre habrá un democratacristiano que nunca se pasará a la derecha, y en cuanto a la reforma tributaria seguramente votarán contra los artículos más regresivos del proyecto de ley, presentado por el gobierno de Piñera.
En los momentos actuales la oposición chilena es francamente un estiércol: un conjunto de congresistas personalistas y que, además, se desempeñan muy mal como representantes del pueblo. Por ejemplo, el Frente Amplio, que prometía por la juventud de sus miembros, inocular nuevos aires a la política, está actuando como los viejos partidos políticos, llenos de rencillas y convertidos, en la realidad, en oligarcas, y lo peor, es que tiene algunos diputados a quienes les queda grande el cargo.
Así el gobierno de Piñera sea un desastre, la izquierda no recuperará el poder si no se une y, sobre todo, se renueva. Es hora de que la izquierda deje de lado vocablos como “dictadura del proletariado”, el leninismo y trostkismo, ideologías autoritarias no congruentes con el mundo de hoy, y de una vez por todas, dejen el calco y la copia – lo decía Mariátegui – y se atrevan a ser una creación heroica.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
12/04/2019