Lo que resulta extraño en el caso de la última voltereta de la Democracia Cristiana, es que haya políticos que creen en los acuerdos con ese partido, den fe de su voluntad democrática y no les incomode su anticomunismo visceral y encubierto.
Brazo secular de la CIA, jugó un rol de primera importancia en la generación de las condiciones políticas para justificar la asonada miserable del martes 11 de septiembre.
Sus parlamentarios se despellejaron el lomo para denunciar al legítimo Gobierno Popular como violador de la constitución, paso previo al ataque de tanques canallas y aviones cobardes.
Un puñado de militantes, extraviados en esa tienda, se salvó para mención honrosa de la historia.
En ese grupo no estaba el presidente Eduardo Frei. Más bien esperaba que buenamente se le entregara a él y a sus comparsas el mando de la nación, luego de sus distinguidos servicios, tanto en Chile, como en el extranjero.
Pinochet ordenaría su asesinato por incómodo.
Años más tarde, el hijo homónimo de ese presidente haría buenas migas con el asesino de su padre.
En los primeros años de la dictadura, la Democracia Cristiana aportó con cuadros técnicos y políticos para la instalación del régimen genocida. No pocas personas fueron a dar a las cárceles por la delación de militantes de ese partido, entre ellos, el autor de estas líneas.
Sin embargo, es de justicia advertir que mucha militancia de ese partido jugó su rol en la pelea diaria contra el tirano. No fue raro compartir con jóvenes democratacristianos en poblaciones y universidades.
Pero sería la DC la principal promotora, otra vez, de la monumental estafa al pueblo que se la jugó por una salida democrática, pero de verdad.
Propiciaron el acuerdo con los sectores civiles de la dictadura y algunos militares para desentenderse de la izquierda e impulsar el acuerdo para asumir la posdictadura. La alegría que vendría, ¿se recuerda?
Y habría que referirse solo a los primeros discursos del presidente Aylwin, golpista de la primera hora, para evidenciar el rumbo que tomarían los acontecimientos.
No habría justicia. No es que haya sido solo en la medida de lo posible como dijo para vergüenza histórica. Simplemente no habría.
La justicia es o no es. No puede haber matices. Y no fue.
La Democracia Cristiana, como erradamente sostienen algunos, no se vende por un plato de lentejas. Lo suyo es de mayor alcance y sustancia.
En su bastardo rol pendular que busca siempre la conveniencia de los poderosos, apretará los dientes y aceptará a sujetos de izquierda en sus vecindades solo si esos acuerdos le aseguran un rol hegemonista.
La democracia es, en clave DC, estar a favor de lo que ellos proponen. Y llegado el caso de una izquierda en alza, buscará el alero de la derecha en medio de la cual se sentirá mucho más cómoda.
Su conducta miserable no es algo nuevo en la historia política nacional. Desde su fundación ha servido al Departamento de Estado para contener los proyectos de izquierda usando para el efecto todos los medios.
Se tiende a olvidar el rol que jugaron destacados cuadros democristianos como asesores de José Napoleón Duarte, genocida presidente salvadoreño. Un número indeterminado de ellos asumieron el trabajo de asesores para intentar frenar el auge de la guerrilla.
Y mediante una fachada de la CIA viajaron a El Salvador para aplicar la más feroz de las represiones, que incluía la aldea arrasada estrenada en Vietnam por USA. Los nombres de esos próceres, aún circulan en las redes, entre ellos un Ministro del Interior de Michelle Bachelet, el famoso Peta Fernández.
Señeros partidos de izquierda deberían sonrojarse por haber apostado alguna vez a acuerdos con ese partido y por olvidar el dictum de Radomiro Tomic: cuando se gana con la derecha, es la derecha la que gana. Y la DC es de derecha.
La política debe tener límites, si es, aunque remotamente, de principios.
La alharaca de estos días por la traición adjudicada a la DC por haber desconocido acuerdos y haberse desperfilado como oposición, no debería sorprender a nadie. Resulta absolutamente comprensible que si le convenía más la oferta oficialista no iban a dudar.
Y no es que se trate solo de la Reforma Tributaria. Eso es lo que aparece en los medios de comunicación. El acuerdo secreto que propició la voltereta le trae más, mucho más. Incluida la amnesia de los que saben cómo han sido y como son, y aún así, le siguen creyendo.
Para que exista la traición aún es necesario que hayan dos: uno que traiciona y otro al que le gusta la hueaita.