En toda invasión o en una guerra civil quienes terminan poniendo los muertos son los pobres y desarmados. Decir que las bombas – en caso de una invasión a Venezuela – no distinguen entre chavistas, antichavistas o neutros apolíticos es una evidencia irrefutable. En la hipótesis de una intervención militar foránea los muertos, según los norteamericanos y sus aliados, – Colombia, Chile y Brasil…- tendrían que aportarlos, en primer lugar, los venezolanos como carne de cañón, luego los colombianos que, bajo cualquier alternativa, llevarían las de perder por constituirse en los “chupamedias” principales de los yanquis.
La estrategia de Donald Trump y sus criminales asesores – Pompeo, Pence, Bolton, Rubio y Abrams – tiene un solo objetivo: lograr que los electores norteamericanos reelijan al Trump en las próximas elecciones presidenciales de 2020. En el caso del conflicto venezolano, aniquilar a Maduro, Cabello, Flores, y los hermanos Rodríguez parecía un buen negocio y fácil de lograr, pero no tuvieron en cuenta experiencias históricas, como la llegada de cadáveres en bolsas de basura, en las distintas invasiones en que se ha visto envuelto Estados Unidos – Vietnam, Iraq, Libia, Panamá, Granada…-.
El ideal de los invasores es que los muertos los pongan lo que llama Trump “los países de mierda”. En el caso venezolano, han caído en cuenta que este país, muy poderoso en materias primas, no guarda ninguna relación con Granada, Panamá, Guatemala, El Salvador…
Los criminales norteamericanos que dirigen la operación de Trump en Venezuela no han tardado mucho tiempo en darse cuenta de que el diputado Juan Guaidó es un mamarracho, cuya única cualidad es su juventud,
En la guerra fría, post II guerra mundial, bien podían repartirse los países pobres entre los miembros de la OTAN y los del Pacto de Varsovia. A través del teléfono rojo Nikita Kruchev pactó con J. F. Kennedy la retirada de los misiles en Cuba por parte de la URSS, y en Turquía, por la OTAN. En ese entonces Richard Nixon podía darse el lujo de ahogar económicamente a Chile y provocar el golpe de Estado contra el Presidente Salvador Allende; la URSS se negó a colaborar con Allende pues, al igual que a los cubanos, no les agradaba la vía democrática al socialismo por sobre la monstruosa dictadura del proletariado, (no ha sido otra cosa que la auto-titulación de revolucionarios de tiempo completo para usar el poder de dominio al auto proclamarse representantes del pueblo).
Los criminales norteamericanos que dirigen la operación de Trump en Venezuela no han tardado mucho tiempo en darse cuenta de que el diputado Juan Guaidó es un mamarracho, cuya única cualidad es su juventud, es decir, aún no es tan ladrón y mañoso como Julio Borje, Alfredo Ramos, Henrique Capriles, Henry Ramos Allup, quienes han dirigido una oposición dividida e incapaz. Si bien Trump sólo ve dibujos animados y no lee ningún libro, debe existir alguien que le contó sobre la oposición venezolana, un poco más lejos de la IV República; alguno habrá captado por azar que el líder democratacristiano Rafael Caldera le regaló el poder a Hugo Chávez.
Los actuales y numerosos partidos de oposición que se agruparon en la MUD siempre han perdido las elecciones frente al Partido Socialista Unificado de Venezuela debido a su propia incapacidad. Podrán pretextar fraudes electorales, (como si todas las elecciones expresaran la auténtica voluntad popular, pues cada día las democracias no son más que oligarquías que se alternan en el poder), pero no han sido capaces – salvo en dos ocasiones – de ganar al chavismo.
Por lo demás, las democracias son cada día más oligárquicas, por lo tanto, el voto popular sirve la refrendar la hegemonía de una de ellas frente a otra, (en algo tenía razón el sociólogo italiano Wilfredo Pareto cuando escribía sobre el “cementerio de las oligarquías”.
Juan Guaidó es un falso líder voluntarista: engañó a sus patrones norteamericanos prometiéndoles que el 23 de febrero bastaría con parar el puente entre Cúcuta y Venezuela para que el general Padrino y sus huestes cambiaran de bando dejando solo a Maduro. La estrategia de pretender ahogar al gobierno de Nicolás Maduro se está transformando en un búmeran para Trump. Los apagones y la falta de agua los sufren tanto chavistas como oposición, y sus efectos han revivido el sentimiento de odio que todos los latinoamericanos – incluido Venezuela – experimentamos por su historia de intervenciones y asesinatos.
Para hablar de un proceso histórico de un país es necesario conocer también al enemigo. La periodista Patricia Poleo titula en su programa de televisión del domingo 7 de abril, “Se derrumbó Juan Guaidó”; nadie puede acusar a Poleo de chavista, por el contrario, junto a Jaime Bayle y a María Corina Machado son los principales partidarios de que Guaidó utilice el artículo 187, No.11, que pide la intervención del ejército extranjero para derrocar a Maduro y su gobierno.
Trump, bastante hábil, captó que con la presencia de los rusos y los chinos en Venezuela no puede invadir sin provocar una debacle, de la cual podría salir perdedor; por consiguiente, tiene una mejor alternativa acusando la mega-caravana de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños que, por México, llegarían hasta la frontera sur de Estados Unidos culpando a este país de permitir su paso y así justificar su anti democrático estado de emergencia, a fin de construir el muro que podría darle el paso al triunfo en las próximas elecciones presidenciales. Como siempre, los únicos que pagan la codicia y la ambición desmedida son los más pobres, los niños y los ancianos.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
08/04/2019