Escribir enfrentados al desencanto de la época donde vivimos, mientras observamos la desnuda pared, tiene infinitas interpretaciones. Reconocer, por ejemplo, cómo en estos últimos años, nuestros sueños de libertad, justicia y dignidad, han sido escarnecidos en un escenario de sostenida pesadilla.
Pisoteados por dinosaurios, que llegan del pretérito y en el acabose de nuestra ingenuidad, suponíamos enterrados para siempre. En la Patagonia chilena, los han descubierto y de buscarse en otros sitios, surgirán como callampas. Razón tenía el cuentista Augusto Monterroso, al escribir: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Siempre han permanecido al aguaite. Ataviados con ropajes de candor y mostrando una sonrisa de inocencia, propio de la virginidad, se nos colaron por las rendijas, mientras disfrutábamos mirando la puesta de sol, en las playas del Lago Ranco o sentados en las rocas de Cartagena.
Desde México a la Patagonia, vuelve a ser América Latina, protagonista de abruptos cambios políticos, sociales y culturales, cuyo objetivo apunta a la obligación de ceder los recursos naturales a los imperios de ultramar. Rendirse a la esclavitud, al servilismo, junto a la rapiña organizada, por quienes nos adulan.
Si Cristóbal Colón abrió las puertas de la desenfrenada codicia a la vieja Europa, otros son los protagonistas embarcados en esta remozada aventura. Si ahora es el petróleo, el oro y las reservas forestales, mañana y muy pronto, será el agua, incluidas las lluvias, el viento, las nubes y la energía solar. El mar, que tanto nos seduce ver en este verano, que ya no parece verano, quizá se convierta en ciénaga.
Otra vez el desenfrenado latrocinio, el cual tuvo en momentos características de goteo, ahora se convierte en poderoso e incontenible chorro, porque son infinitas las ansias de poder. Otra vez obligados a perder la virginidad, en una noche de himeneo no consentido.
De nuevo, subyugados a los designios y caprichos de quienes muestran armas letales y nos apunta a la cabeza. Cualquiera obedece a este tipo de persuasivo diálogo, que nada tiene de diálogo.
¿Han servido en nuestra historia, las infinitas luchas de emancipación, entre millones de muertos que se inmolaron, para quitarnos el yugo de la dominación extranjera? En parte sí, no obstante, ahora se observa un desgraciado retroceso, el cual se ha urdido con la participación de ambiciosos nativos de esta vapuleada América.
Traidores disfrazados de peregrinos, rumbo a las capitales del imperio, a recibir hostias de papel moneda. Algunos dicen usar cilicio y látigos para flagelarse y demostrar subordinación. La lealtad que se les exige, y así poder ingresar al club de la traición. Se les ve correr airosos al sonido de la campanilla del burdel y sumisos se arrodillan a recibir el estímulo.
Observados a la distancia, semejan adorables querubines, cuyas alitas les permiten volar de uno a otro nido emporcado. Han aprendido a reconocer el palacete del amo y no les importa revolcarse en el estercolero. Infinidad de ellos en su mocedad, no lejana, gritaban: ¡Viva la revolución! Y prestos se abrían la camisa al enfrentar al enemigo. Ahora, gritan hasta desgañitarse: ¡Viva la sumisión!
En esta galería de traidores maquillados, pillastres con bisagra en la cintura, los hay de distintos rangos y pelajes. Por ejemplo, el encargado de mantener en orden la recámara del jefe y retirar la bacinica y hacer la cama.
Otra estirpe de lacayos son los parlanchines, que usan babero, hablan en nombre del amo y exaltan su grandeza, mientras zalameros se le arriman a solicitar prebendas. Les escriben discursos sentimentales plagiados y hacen llorar hasta las piedras. En ratos de ocio, escriben novelitas de amores contrariados, cuya desatada cursilería las convierte en el pan del borrego.
Sombrío panorama, semejante a noches polares, época que nos ha correspondido vivir. Nadie puede escoger cuando y donde se nace. ¿Nos deberíamos entregar a la apatía, a ceder al engaño, quedarnos sumidos en la desesperanza, mirando impávidos a la desnuda pared?
La verdad se encuentra a nuestro alcance y en recuperarla, debemos trabajar y luchar día a día. Imitar a las mujeres que este 8 de marzo, inundaron las alamedas de alegría y voluntad de lucha, donde exigían ser escuchadas y atendidas sus demandas.
No quieren migajas, ni promesas escritas en hojas que se lleva el viento. Cambios y ahora. Urge aprender de las derrotas, pues a menudo, las victorias nos impiden ver la realidad.