Ser rico puede ser una maldición. Un último estudio comprobó que nueve de diez ganadores de un juego de azar, a lo largo de dos años terminaron más pobres y frustrados que antes. A uno de ellos se le ocurrió cumplir la promesa de repartir las ganancias del Loto entre sus vecinos – se comprende el resultado de tanta generosidad -.
América Latina ha tenido un destino similar a los afortunados apostadores: la riqueza de Potosí – en el antiguo Alto Perú – fue la maldición del continente para atraer a los ambiciosos españoles, sedientos de metales preciosos.
El oro, más que la guerra civil, fue la causa del derrumbe del imperio inca, y el único territorio que se salvó de la codicia de españoles, ingleses, franceses, portugueses…fue el sur de Bío Bío, en Chile pues, en apariencia, carecía de tan preciados tesoros.
América Latina pretendió ser independiente, pero sólo cambió de amos por los ingleses y, después, por los norteamericanos. Para Voltaire Canadá no era más que “una bola de nieve”, y que la verdadera riqueza se encontraba en Santo Domingo – actual Haití y República Dominicana – donde se estaba la mayor riqueza del imperio francés.
Haití pagó muy caro el haber sido el primer país que terminó con la esclavitud: fue capaz de ganar al ejército de Napoleón, en 1804. Durante el siglo XIX y gran parte del XX ha tenido que pagar indemnizaciones millonarias a sus colonizadores, los franceses; más tarde fue ocupada por los norteamericanos y, a continuación por un funcionario de estos, Francois Duvalier.
A fines del siglo XIX vino la locura por construir un canal que uniera el Pacífico con el Atlántico, y el ideal era en Nicaragua; los norteamericanos se entusiasmaron con una provincia de Colombia, Panamá, y como indemnización pagaron al Presidente de entonces José Manuel Marroquín, un ínfimo puñado de dólares.
No comprendo la admiración de los venezolanos por su libertador, Simón Bolívar, los colombianos por Francisco de Paula Santander, los ecuatorianos José Antonio Sucre, o los argentinos por José de San Martín, pues históricamente, la independencia de América del Sur no ha existido nunca, pues se trató de una guerra civil entre españoles, dirigida por “niñitos bien”, admiradores de Napoleón, cuya aspiración era la de fundar nuevas monarquías en América Latina – idea no muy original, pues la pensado antes el masón español, Conde de Aranda -.
La Revolución llamada Bolivariana es más militar que socialista, (como repudio a los militares en todas las latitudes y me considero un pacifista convencido, el lenguaje de Chaves y su seguidor, Maduro, pienso que no tiene nada que ver con el cosmopolitismo del socialismo; el patrioterismo sólo puede ser producto de ignorantes, mentes muy limitadas y de fanáticos), pues fue ideada por un militar aficionado a la historia que se lanzó a esta aventura.
La riqueza de Venezuela no sólo fue despilfarrada por los dos últimos gobernantes – Chávez y Maduro – sino también por los líderes de la IV República, los socialcristianos Rafael Caldera y Luis Herrera Campins, así como por los socialdemócratas Rómulo Betancourt y Carlos Andrés Pérez, (basta estudiar la historia venezolana para comprobar que Caldera y Pérez fueron tan populares como Chávez y obtuvieron porcentajes de votación muy similares)( El profesor padre de Chávez fue un copeyano).
A lo mejor, alguna diferencia entre Chávez y Caldera y Pérez reside en que Chávez supo repartir la riqueza entre los pobres de su país y de las islas amigas del Caribe y tener un proyecto político continental basado un su propia versión de Bolívar, quien abogaba por la unión de los países de América Latina, “…si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro…”
En los meses en que viví en Trujillo, Venezuela, Leí y escuché mil veces al Presidente Rafael Caldera sobre su gran proyecto de desarrollo de la franja del Orinoco que, según él, permitiría diversificar la economía venezolana. En el fondo, tanto Caldera, Pérez y Chávez fracasaron en su intento de vencer la dependencia del país del petróleo, veneno que terminará por hundir a Venezuela.
Caldera y Chávez desperdiciaron oportunidades únicas en la historia de Venezuela: el petróleo, en la época de Caldera, valía 0,45 centavos de dólar, y con la crisis debido a la guerra Irán-Iraq llegó a valer 40 dólares el barril; en el caso de Chávez, en su más alto precio llegó a estimarse en 150 dólares el barril diario., pero no hay que confundir la riqueza potencial de un país con la realidad económica.
Hoy Venezuela no tiene moneda, pues se hace insostenible la política monetaria con un 2.500 millones de inflación, razón por la cual, la única posibilidad es el trueque. Por otra parte, la producción de PDVSA ha bajado de 3.000 millones de barriles diarios a sólo 1200, es decir, está produciendo la tercera parte.
Por el contrario, la franja del Orinoco representa una reservas más poderosas de América y del mundo: el petróleo ocupa el primer lugar, aunque la dificultad es que requiere de alta refinación por ser muy pesado; es el cuarto productor de gas en el mundo. Tiene tres millones de quilates en diamantes; produce Coltan, el llamado “oro azul”, fundamental en la fabricación de baterías, básicas en la electro-movilidad y la industria computacional, en los teléfonos móviles; tiene además hierro, aluminio y bauxita, es decir, de explotarse todas estas riquezas Venezuela devendría en uno de los países más ricos de América Latina. El oro, también una de las principales reservas del mundo, está siendo explotado por una Compañía canadiense 40% y el estado 50%.
Vista esta realidad, cabe preguntarse por qué Venezuela es tan interesante para las principales potencias del mundo. A nadie se le ocurriría invadir Honduras, Nicaragua o El Salvador – Trump los califica como “países de mierda”; sólo los fanáticos creen que China, por ejemplo, es un país caritativo, que destina parte de sus ganancias a la ayuda internacional, pues le interesa Venezuela y otros países de la región pues constituyen un buen negocio, lo mismo con el “zar” Putin, con el “sultán califa” Erdogán. ¿Podríamos creer que Donald Trump es un fanático de los derechos humanos, un filántropo amigo de la humanidad, una especie de Jesucristo, que “ama y protege” tanto a los niños que los mete en jaulas para preservar su “integridad”?. ¿Podremos creer que Justin Troudeau es tan valiente como su padre, como para oponerse al imperialismo americano? ¿Qué los canadienses en el poder prefieren la defensa de los derechos humanos a los interés petroleros en las provincias de Alberta y Calgary?
¿Podremos creer que el cargamento de comida y medicamentos, destinados a la salvación de famélicos y enfermos terminales son gratuitos? ¿Podríamos creer que las majestuosas aves de carroña, nuestro cóndor, no se alimentan de cadáveres, y para los halcones, (Macri, Piñera, Bolsonaro…), mientras cadáveres aparezcan diseminados, más tajada sacamos?
El petróleo y las demás riquezas se han convertido en “el cuchillo para el pescuezo de Venezuela.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
09/02/2019