Nos encontramos en el peor momento de la izquierda latinoamericana: sin proyectos, sin visión de país, muy lejana del pueblo y, cada vez, más desunida.
La izquierda sin democracia y lejana de los movimientos sociales es un árbol sin raíces, más tóxico que liberador. Sátrapas, fantoches, congresistas payasos, personajes políticos – cuyo único objetivo es enriquecerse y servir a sus obsecuentes “amigos”. No hacen más que sembrar a los Bolsonaro, los Macri, los Piñera…
Salvo el valor moral de Andrés Manuel López Obrador y de Tabaré Vázquez, (Presidentes de México y Uruguay respectivamente), en la izquierda estamos en un desierto de hombres y de ideas. Juan Carlos Mariátegui, (gran pensador de la izquierda peruana), decía “ni copias ni calcos, creación heroica”. Hoy repetimos lo peor de la izquierda mundial: la violencia como partera de la historia, una estupidez hoy, aun cuando lo haya dicho Marx con la dictadura del proletariado, que no es más que la omnipotencia de un tirano sobre el partido y el pueblo.
Entre tanto desastre para la izquierda la única noticia es la aplicación de la doctrina Estrada por parte del gobierno de AMLO, es decir, la no intervención en los asuntos internos de los demás países, que fue vulnerada – para bien – al reconocer Lázaro Cárdenas, Presidente de México, la República española, en 1936, y en 1973, con el Presidente Luis Echeverría, al condenar el régimen dictatorial de Augusto Pinochet y ofrecer asilo en ese país a la familia Allende. (Lázaro Cárdenas tuvo el valor de conceder el asilo al perseguido León Trotsky, a instancias del muralista Diego Rivera; Trotsky tuvo un amor pasajero con Frida Kalo).
Hoy, 4 de febrero, cuando rechazábamos la sopa, nos sirvieron dos tazas, al anunciarnos el triunfo de la ultraderecha GANA en El Salvador, encabezada por el joven empresario de origen árabe, Nayib Bukele, que ha triunfado en la primera vuelta con el 53.78% de los votos frente a la derechista ARENA, con el 31,62% y al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, con el 13,77%.
A partir del fin de la guerra civil que azotó ese país, el Partido ARENA, de la derecha, y FMLN, de la izquierda, se han repartido el poder: 20 años para ARENA, y los últimos diez años para el FMLN. El último gobierno del Presidente Salvador Sánchez Cerón terminó con un país dominado por las mafias, y la población empobrecida huyendo en sucesivas caravanas hacia Estados Unidos.
Entre los hispanos, después de los mexicanos y cubanos, los salvadoreños ocupan el primer lugar entre los emigrantes y, como en la mayoría de los países latinoamericanos, las remesas constituyen un rubro fundamental en el PIB, y El Salvador vive preferentemente de estos aportes, provenientes especialmente de Estados Unidos y que permiten la supervivencia de los más vulnerables.
Ante el derrumbe de las democracias representativas la solución aparece en aquellos candidatos fuera de la normal cancha política: así ocurrió en Brasil, con Bolssonaro y, ahora, Bakele en El Salvador. El fin de la política tradicional es fatal para los pueblos, pues los electores entregan su voto a aventureros sobre la base de un clientelismo mucho más radical que en las democracias formales.
El electorado perdona fácilmente la corrupción de la ultraderecha, (poco le importó, por ejemplo, que los negocios de la familia Piñera estuvieran en el límite de lo legal; que Macri sea un hijo de ladrón y él mismo, un pilluelo de siete suelas), pues a la gente desinformada le gusta los empresarios exitosos: por muy infeliz que sea la vida cotidiana del elector, cuando votan por un Presidente magnate se sienten ellos mismos millonarios, así sea efímero su gozo, lo que se llama enajenación, es decir atribuir a un dios poderoso la superación de las miserias humanas.
J.J. Rousseau decía que “los ingleses se sienten felices cuando un domingo, cada cierto tiempo, el voto del millonario vale igual que el del miserable”. Ahí está la trampa de los sistemas electorales: no falta el imbécil en Chile que esté convencido de que cada cuatro años todos somos iguales ante las urnas, y que su voto equivale al del dueño del Banco de Chile, del de Costanera Center o el de la familia Pinera Echeñique.
Si a la derecha se le perdona que robe, incluso se le felicita por la inteligencia para evadir impuestos, a la izquierda no se le perdona. Después de decenios, el Partido de los Trabajadores, en Brasil, perdió el poder a causa del Lava Jato. La gente vota contra la izquierda cuando los electores captan que sus líderes son tan corruptos como los de derecha. Si un “caballero” roba o mata a su señora, o atropella a un trabajador, se salva de la justicia, pero vaya un pobre a robar un trozo de carne en un supermercado porque lo envían, de inmediato, a la cárcel.
Hacia los años 30, el único “caballero” fusilado fue Roberto Barceló, por el crimen contra su esposa, Rebeca Larraín, a causa de la severidad del juez Rivas. (Como nota anecdótica, el capellán que lo acompañó en sus últimos momentos fue el sacerdote jesuita, Alberto Hurtado). Hoy por colusión y por otros graves delitos, como los perpetrados por el Grupo Penta, los sentencian a seguir alguna entretenida clase de ética en la Universidad Católica, en que la primera lección consiste en analizar la genial frase de Juan Domingo Perón, que aconseja que “roben, pero si te pillan, los acuso”.
La actual izquierda ha perdido la brújula: en Chile, el valor del Partido Comunista era el haber sido siempre fiel a la clase obrera, como también de haberse generado, en las salitreras, por la influencia y pedagogía del gran hombre Luis Emilio Recabarren. Hoy asistimos en la izquierda a peleas entre jóvenes, que se creen Robespierre, y viejos prostituidos, que tienen menos valores que dientes y pelos.
La ignorancia histórica es enorme, lo cual nos impide entender que quienes iniciaron el “Termidor”, en la Revoluciòn Francesa, fueron los ultraizquierdistas más asesinos y despiadados, aterrado de que descubrieran sus crímenes en La Vandè, (Regiòn de Francia ubicada en el delta del Loira).
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)
02/04/2019