Diciembre 26, 2024

De la batucada a la lucha política: la izquierda tiene la palabra

La ofensiva ultraderechista ha tenido un aliado impensable: la falta de decisión de la única fuerza que se puede transformar en una opción válida, legítima y sobre todo necesaria para el pueblo traicionado.

 

Una opción de país, de planeta, una opción humana ante la barbarie capitalista.

 

El mundo social entendido como aquel vasto sector de trabajadores, estudiantes, pobladores, profesionales, minorías étnicas, artistas, intelectuales y todo aquel que sea una víctima del orden, tenga o no conciencia de este hecho, no ha dicho su mejor palabra.

 

Se ha conformado con casi nada, omitiendo de la lucha política a esa inmensa fuerza, acorralada en sus propias dudas,  prejuicios e indefiniciones.

 

Se levantan reivindicaciones profundamente sentidas por la gente y comienzan las marchas en medio de los sones de las alegres batucadas y las vallas papales. Se respira optimismo.

 

Cuando esas exigencias copan la agenda de los políticos, autoproclamados como  disponibles para resolverlo todo mediante mentiras desembozadas y promesas fraudulentas, entonces el sistema se acomoda, toma medidas y diseña la mejor de las salidas.

 

Así aparecen las operaciones tendientes a descomprimir el ambiente, debilitar las grandes marchas y llevar el tema al formato de proyecto de ley y a los vericuetos insondables del Congreso.

 

Y de lo que fueron las grandes marchas, solo quedarán los recuerdos, las selfies y la nostalgia por el ritmo de los tambores. Por cierto, esta mecánica ha sido pródiga en generar avispados diputados que rápidamente han aprendido cómo es eso de ser poderoso profesional.

 

Hace rato que es la hora de decir basta. 

 

Hace rato que se hace necesario que el pueblo tome sus propias decisiones y deje de tener esperanzas en los que han mentido siempre y se han servido de la gente para su propio beneficio de corruptos profesionales.

 

Se hace urgente no solo adentrarse en una higiénica autocrítica, sino que levantar la mira y asumir el riesgo que conlleva decidirse a ser poder. La cuestión de la política es el poder.

 

A menos que no haya suficiente valor para hacerlo.

 

El pueblo es víctima de los poderosos pero también de la ingenuidad y desesperanza de sus dirigentes que no han asumido el inmenso poder que hay en la voluntad de esas millones de personas, si se dispusieran a tomar su futuro, y sobre todo su presente, en sus propias manos.

 

El pueblo es una fuente inagotable de recursos, de fuerza, voluntad e inteligencia. No  fue sino por la lucha sostenida de todas las gentes que se acabó la dictadura. Quienes digan que el tirano fue derrotado con un lápiz y un papel no es sino un infame que pretende rebajar a la nada el heroico sacrifico cotidiano de millones.

 

Hace rato que se hace necesario resumir la lucha de muchos en la lucha de todos. Hasta ahora de casi nada han servido las peleas de las organizaciones de los trabajadores, estudiantes, artistas, profesionales, pobladores, jóvenes, mujeres, indígenas y de todo quien sea reconozca como víctima del actual orden.

 

Al parecer, hemos creído en la idea impuesta y aceptada casi como una verdad sagrada  que el actual sistema es el único posible y que no existe nada más allá.

 

Pero nada puede contra la fuerza inmensa del pueblo seducido por una idea. No por una utopía inalcanzable, sino por una muy bien pensada estrategia, un país en que todos tengamos cabida, una patria que nos merezcamos, un sueño posible en la que cada uno tenga un rol que cumplir.

 

De nada ha valido luchar por separados por reivindicaciones particulares. De nada han valido hasta las manifestaciones más masivas.  De nada ha servido esperar de los políticos profesionales las promesas que olvidan no más se sientan en sus sillones y cobran sus dietas.

 

La sucesión de gobiernos que ha habido luego del retiro de los militares no democratizaron el país. Ni siquiera se lo propusieron. La desmovilización del pueblo que creyó en la alegría, la justicia, la reparación y un futuro mejor, no fue sino un acto de traición que aún espera por un justo castigo.

 

Ha llegado el tiempo en que el pueblo y sus organizaciones tomen en sus manos

aquello que hasta ahora ha sido manoseado por los políticos tramposos y mentido y trampeado.

 

Las elecciones son un arma letal si se utilizan con inteligencia, generosidad y decisión. Las elecciones son un derecho ganado por el pueblo, arrebatado a la oligarquía que jamás ha querido que el pueblo se manifieste democráticamente.

 

Es hora de utilizar esa herramienta masiva para sacar a los prepotentes, traidores y mentirosos de sus asientos.

 

Es hora que la soberanía que reside en el pueblo sea usada para beneficio del pueblo. Es hora de organizarse de la manera más horizontal, simple y generosa posible. Y de la asamblea de la gente común que salgan las mejores personas para transformarse en los candidatos a lo que sea.

 

Nada reemplaza la libre determinación de la gente cuando en su sede de junta de vecinos, en su sindicato, en su universidad o liceo, en su colegio profesional o en la plaza del pueblo, levanta  la mano y decide.

 

Este tiempo ha formado a innumerables dirigentes de real valor y honestidad en el seno de los trabajadores, estudiantes, pobladores, artistas, intelectuales y pueblo originarios.

 

Que las movilizaciones no sean solo marchas. Un pueblo movilizado es por sobre todo un pueblo seducido por un ideal. No le crea al que dice que las elecciones son una tara burguesa. Las elecciones son una vía tan legítima como necesaria. Es un medio de lucha, una arma letal.

 

Somos millones los que podemos hacer la diferencia. Millones de chilenos indignados por una salud de mierda, por una educación maldita que maltrata a los niños pobres, por un sistema previsional que condena a la miseria a nuestros viejos, por los insaciables empresarios que destruyen el mar, los ríos, los campos.

 

Somos millones los que queremos que la paz en al wal mapu sea sobre la base de la desmilitarización del territorio mapuche y el pleno reconocimiento a sus derechos como pueblo ancestral.

 

Somos esa inmensa mayoría que no vota porque no hay por quién hacerlo. La oferta electoral siempre ha sido la misma y la alta abstención se explica porque unos y otros solo se diferencian en matices.

 

Somos millones los que podemos y debemos hacer la diferencia. Y disputarles el poder en todas las elecciones. El pueblo es poder y debe demostrarlo.

 

No hay razón para no levantar candidaturas populares desde el mundo social mediante el más amplio democrático y participativo proceso que involucre a todos.

 

Las organizaciones sociales no pueden seguir permitiendo que otros decidan por la gente.

 

Hay suficiente capacidad, honestidad y decisión en el pueblo trabajador, estudiantil, poblador, campesino, indígena y de los sectores que han sufrido el castigo del modelo como para sumir con responsabilidad la opción de candidaturas populares a todo lo que venga.

 

No hay razón para seguir dejando en manos de los mismos de siempre la urgentes transformaciones políticas, económicas y sociales que millones de discriminados necesitan para sobrellevar una vida digna.

 

El pueblo debe expresarse en las elecciones y diputarles palmo a palmo el poder a los abusadores, mentirosos y corruptos.

 

Ya no basta con la marcha masiva ni con la declaración indignada.

 

Se necesita de una verdadera movilización que abarque a todos, que convoque a todos que considere la opinión de todos y ponga a esa inmensa mayoría que ha callado por demasiado tiempo, en una disposición que haga temblar a los poderosos.

 

En ese momento las cosas comenzarán a cambiar. La izquierda del mundo social tiene la palabra.

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