Partamos por un justo reconocimiento. Quienes lucharon contra la dictadura de Pinochet y los otros regímenes militares del Continente siempre reclamaron del llamado “mundo libre” un apoyo a sus causas y la más plena injerencia en los asuntos internos de nuestro país como de los vecinos subyugados.
Desde el inicio de la historia los imperialismos y los gobiernos hegemónicos han hecho caso omiso de la “libre determinación de los pueblos”, lo que nos ha provocado las constantes guerras, la trágica muerte de millones de seres humanos, la destrucción de ciudades, cuanto que el mapamundi se haya dibujado incesantemente.
En la actualidad, muchos de los países que ayer fueron desestabilizados por la intervención extranjera claman ante las organizaciones mundiales para que éstas se propongan derribar los gobiernos de Venezuela, Cuba y otras naciones, y no faltan muchos antiimperialistas de antaño que hoy le dan carta blanca a Estados Unidos, a la gran nación imperial, para que invada militarmente, si es preciso, estos países acusados de tener gobiernos dictatoriales. Severos bloqueos económicos, ayuda armamentista y diversas presiones diplomáticas se ejercen contra algunos países soslayando que hay otros que, como Marruecos y Arabia Saudita, sin rasgo institucional alguno que las signe como democráticas, y donde se violan cotidianamente los derechos humanos. Incluso con crímenes deleznables reconocidos por sus autoridades, como el cruel y cobarde asesinato de un periodista en la legación diplomática saudí en Turquía.
La OEA y otras entidades multinacionales han llegado a convenir cláusulas entre sus socios para intervenir en la vida interna de ciertos países, pero nunca se han atrevido a condenar, por ejemplo, al régimen de Donald Trump por su agresivas formas de intervención en los asuntos foráneos, cuando desconoce los derechos de los migrantes e intenta levantar un muro tan oprobioso como el que propone en la frontera con México.
El llamado Muro de Berlín llevó a John Kennedy, en un vibrante discurso, a repudiar in situ la separación de los alemanes, sin saber que sus sucesores iban a promover después las mismas barreras, allí donde no existen fronteras naturales inexpugnables. Rusia ya está amenazando con construir una separación artificial con Ucrania y éste y otros países gastan ingentes recursos en adiestrarse para el jaqueo de los sistemas informáticos, el uso abusivo de las redes sociales, la intervención en elecciones supuestamente limpias e informadas y, por supuesto, en el sabotaje al comercio internacional, apenas surgen economías que quieren incorporarse al libre mercado, a la competencia con las grandes empresas transnacionales que hoy pesan más que muchos estados.
Hay países como Chile, Colombia y otros cuyos gobiernos, según sus propios procesos electorales y encuestas, representan a un porcentaje ínfimo o muy minoritario, así como algunos en que las evidencias señalan que cuentan con una base de apoyo popular muy amplio, como sucede con Cuba y la propia Venezuela. Es cosa de imaginarse cuánto podrían alardear los opositores de estos gobiernos de izquierda si en aquellos países se observaran las convulsiones sociales, bloqueos camineros y ese sinnúmero de protestas que se suceden aquí a causa de nuestra economía tan desigual, a la corrupción de nuestras autoridades y a la forma en que se reprimen los derechos de los mapuches, los pescadores, los pensionados y de tantos sectores abusados por las políticas neoliberales y el autoritarismo de los sucesivos gobiernos “democráticos”. Que llegan a cometer crímenes atroces como el del comunero Matías Catrillanca consentido u ocultado por el Ministerio del Interior, como se sospecha y existirían presunciones fundadas.
Del mismo modo que ya no puede ocultarse el desarrollo del crimen organizado en un país como el nuestro, en que ya no existe hogar, o personas, actividades productivas y comerciales que pueda librarse de la acción de las bandas de narcotraficantes, de ladrones y violentos asaltantes, cuando no de los propios policías corruptos. Lo que podría ocurrir en escala muy inferior en otros países, mientras que aquí ya es el pan cotidiano de los noticiarios de la televisión, algunos de los cuales siguen empeñados en convencernos de que Chile es la “copia feliz del Edén”, en comparación a lo que sucedería en el mundo.
Es legítimo observar y protestar por lo que acontece en todas partes, pero en realidad hasta sería preferible que el mundo aboliera el principio de la no intervención en los asuntos internos para hacer menos hipócrita o más diáfanas las relaciones internacionales. Así, los países afectados por las presiones de los poderosos podrían concertarse para hacer frente a la agresión imperialista o de esos intrusos como Chile que se afanan en ser reconocidos como democráticos y desarrollados, pese a las acuciantes cifras de su escandalosa distribución del ingreso, la conculcación de las organizaciones indígenas y sindicales, la explosión del narco y del microtráfico de estupefacientes, la vigencia de la Constitución de Pinochet y la aprobación de leyes, como la de Pesca, redactadas por las propias empresas del ramo con los parlamentarios sobornados por éstas.
Era para no creerlo que los que sostuvieron las dictaduras cívico militares o fueron sus cómplices pasivos(al decir del mismo Piñera) hoy pretendan blanquearse respecto de sus crímenes y graves omisiones del pasado. Aunque felizmente, de la boca a la realidad, rápidamente se ven atraídos y coludidos con las pretensiones verdaderamente fascistas de los Bolsonaro o Trump, férreamente enemigos de la igualdad social, los derechos de las mujeres y las urgentes demandas medioambientales. Provocando con su doble estándar e inconsecuencia que, desgraciadamente, aumente día a día el número de personas que ya no cree en la propia democracia que fue por largos años tan añorada, como rápidamente traicionada.